Carlos Hernández de Miguel
Sí, es nuestro planeta. La luna ilumina el fiordo de Kolgrafafjörður.
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El monte Kirkjufell fotografiado desde la cercana cascada del mismo nombre.
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La carretera que rodea la península de Snaefellsnes atraviesa multitud de campos de lava.
Carlos Hernández de Miguel
La furia del mar se ceba con los acantilados de Djúpalónssandur.
Carlos Hernández de Miguel
Los caballos islandeses están adaptados al frío extremo que reina en estas latitudes.
Carlos Hernández de Miguel
La playa de arena volcánica de Djúpalónssandur vista desde los acantilados que la rodean.
Carlos Hernández de Miguel
El cráter del Saxholl se eleva algo más de 100 metros sobre los campos de lava.
Carlos Hernández de Miguel
Estas esculturas naturales adornan la cueva de Vatnshellir desde hace cerca de 8.000 años.
Carlos Hernández de Miguel
Paisaje invernal en los fiordos del norte de la península.
Carlos Hernández de Miguel
Alcanzan velocidades de 50 kilómetros por hora, pero los caballos islandeses son también célebres por su docilidad y su afición a las caricias.
Carlos Hernández de Miguel
Vista del museo en el que la familia Bjarnason expone los aparejos con que llevan 600 años pescando el peculiar tiburón de Groenlandia.