Sant Feliu de Guíxols, el alma ampurdanesa de la Costa Brava

Una población mediterránea con mucho “gancho”

Sant Feliu de Guíxols

Camino de Ronda

/ José Miguel Barrantes Martín

El carácter de la Costa Brava emerge de los cuatro costados de una población ampurdanesa que en un tiempo presumió de tradición pesquera y construcción naviera, en donde los santos decidieron de forma legendaria volver a la vida y la clase burguesa decimonónica descorchaba la vida al ritmo de los envites del viento Garbí.

Sant Feliu de Guíxols

Arco de Sant Benet

/ José Miguel Barrantes Martín

Sant Feliu de Guíxols nos conduce por las mieles de aquella costa que ensalzó de manera sublime Ferrán Agulló, invitándonos a sentir lo que ganchones y ganchonas, los oriundos del lugar, tienen la fortuna de disfrutar a lo largo de todo el año.

Entre muros y peñones

Sant Feliu de Guíxols es una curiosa mezcolanza de acontecimientos históricos que el devenir del tiempo hizo confluir en este punto costero al abrigo de un promontorio rocoso que separa en la actualidad el puerto y la playa.

El promontorio o peñón de los Guíxols fue el sitio primigenio de un antiguo poblado íbero que sirvió de asentamiento desde el siglo V a.C. hasta el primero de nuestra Era cuando, tras la ocupación romana de la zona, se trasladó al lugar donde se levanta hoy en día el Monasterio de Sant Feliu.

Emplazado sobre los restos de una villa romana, este monasterio de fundación benedictina se erigió en el siglo X marcando el origen del posterior núcleo medieval y adoptando el nombre del popular santo del siglo III, procedente del norte de África, que llegó a estas tierras gerundenses con el fin de evangelizar.

Sant Feliu de Guíxols

Arco del paseo del mar

/ José Miguel Barrantes Martín

Cuenta la leyenda que Sant Feliu fue torturado y arrojado al mar en este rincón mediterráneo, volviendo después a la vida tras ser rescatado del fondo marino por los ángeles.

Sea como fuere, su legado no cubre de mística la realidad de una abadía en torno a la cual fue desarrollándose un arrabal que acabaría por traspasar la riera y dar cabida a la plaza del Mercado.

El monasterio-fortaleza de entonces luce hoy trastocado por el paso de los años, pero aún muestra bien visibles sus torres y, sobre todo, su “Porta Ferrada”, los restos de un antiguo edificio que fue aprovechado como claustro del monasterio por los monjes.

Mientras, el Arco de Sant Benet, construido en el siglo XVIII como portada del recinto, crea un marco solemne que enmarca este imponente conjunto en cuyo interior nos esperan el Museo de Historia de la Ciudad y el Espacio Thyssen-Bornemisza, futura sede del Centro de Arte Colección Catalana Thyssen-Bornemisza.

Sant Feliu de Guíxols

Batería de Guíxols

/ José Miguel Barrantes Martín

Esencia de la Costa Brava

Fue allá, a principios del siglo XX, cuando el genial poeta y periodista Ferrán Agulló Vidal acuñó por primera vez, en un artículo publicado en La Veu de Catalunya, el término “Costa Brava” para describir toda la franja litoral que comprende en la actualidad las comarcas de la Selva y l’Empordà.

Cuentan diferentes relatos que la esencia que captó Ferrán Agulló como denominador común de esta realidad costera, la puso en verbo sobre el mirador de la ermita de Sant Elm, desde uno de los flancos de Sant Feliu de Guíxols.

Sant Feliu de Guíxols

Cala del Molí

/ José Miguel Barrantes Martín

Frente a la ermita, escoltando el otro extremo de la bahía, el muelle medieval y la batería del peñón de Guíxols con sus cañones de hierro van más allá del puro sentir romántico por este enclave y nos dejan pinceladas que nos permiten intuir las huellas del pasado de la población.

Un pasado íntimamente ligado a los astilleros que plagaron de embarcaciones y carpinteros la playa de Sant Feliu de Guíxols desde que, en el siglo XIII, comenzara su actividad el primero de ellos. Desde los tradicionales llaüts hasta fragatas, pasando por bergantines o goletas, de aquí llegaron a salir algunas de las más grandes embarcaciones de su época.

Los arcos de entrada a la playa desde el paseo del Mar nos recuerdan esta importante actividad en la villa con las siluetas de un bote a vela, mientras que algunas de las casas señoriales modernistas o emblemáticos edificios como el Casino nos dejan entrever el poderío económico que pudo alcanzar la localidad gracias a la industria del corcho.

Recorriendo sus calles, sus plazas, el paseo marítimo y el nuevo puerto sentimos en Sant Feliu de Guíxols un renacer que prosigue la andadura de las últimas décadas al amparo de un turismo que aún mantiene la compostura frente a modelos más masificados. Un turismo que busca aquí un descanso sosegado y la belleza natural de un litoral que encarna vivamente la esencia de la Costa Brava.

Sant Feliu de Guíxols

Paisaje costero de la Costa Brava

/ José Miguel Barrantes Martín

Cómo no, no podríamos buscar mejor representación de esa esencia que en el camino de ronda que parte del puerto en dirección a la playa de Sant Pol, el otro gran arenal de Sant Feliu de Guíxols. Entre medias, un sendero costero de más de tres kilómetros que va conectando calas maravillosas en las que el color de las aguas adopta tonalidades casi imposibles bajo la luz solar.

Las subidas y bajadas, los escalones y las raíces sobresalientes de los pinos no son sino pequeñas anécdotas del transeúnte en comparación con las tremendas vistas desde los miradores y los bellísimos paisajes que es posible contemplar a nuestro paso, en especial al atravesar el pareje de la Volta de l’Almetller, un espacio protegido donde nos sorprenderemos con rincones tan cautivadores como la cala del Molí o con curiosas estampas como la de los concentrados escaladores de su famosa vía ferrata.

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