Así es la ruta de las estatuas escondida en un Pueblo Mágico de Guadalajara
Si uno sabe a dónde ir y dónde adentrarse, perderse resulta bonito y revelador.

El sol acecha, insoportablemente cálido, cuando el estío aterriza en la zona central de la península. El asfalto se convierte en lava y cualquier elemento que permanezca a la intemperie durante unos minutos se torna en fuego. En esos días en los que ni siquiera apetece salir de casa, lo mejor es buscar un refugio ante el calor y los forasteros que invaden las principales ciudades españolas. Esos rincones se esconden mucho más cerca de lo que parece.

La provincia de Guadalajara alberga unos cuantos, pero el más fresco está, sin duda, en la comarca del Alto Tajo. De hecho, es allí donde se ubica el pueblo que alcanza las temperaturas más bajas de todo España, Molina de Aragón. El entorno es absolutamente privilegiado, repleto de diminutos pueblos de esos a los que el verano hace crecer en vecinos y, por consecuente, en alegría; pero también de enclaves naturales que no parecen reales.
Un camino que no hay que seguir
En la zona más al norte de Guadalajara se esconden los pueblos negros y el hayedo de la tejera negra (que nada tiene que envidiar al más grande de Europa), cientos de rutas para todos los niveles y mucha tranquilidad. Entre los pueblos de Condemios de Arriba y de Abajo aparece un bosque con una señalización que marca la ruta de las estatuas. No tiene ninguna dificultad más allá que encontrar las tallas de madera que se reparten de manera aleatoria por todo el bosque.

Al contrario que en otros senderos, aquí el camino de tierra entre los altos pinos no debe seguirse, pues si uno se atiene al sendero establecido tan solo verá la escultura del principio, el indio. Lo que manda es el instinto y la orientación, ni siquiera Google Maps es capaz de marcar con precisión los puntos en los que están las tallas. Cada una de ellas cuenta con un nombre que le otorgó su autor en el momento de su creación.

La historia de esta ruta comenzó hace más de una década, cuando un artista local decidió dejar su huella en el bosque mediante esculturas talladas en madera. Con el paso del tiempo, otros artesanos se sumaron a la iniciativa, convirtiendo el lugar en un museo al aire libre que crece lentamente, sin prisas ni pretensiones. No hay carteles explicativos ni folleto oficial: todo se transmite de boca en boca, lo que mantiene ese espíritu tan misterioso y mágico del recorrido.

Del unicornio a la muerte
Así, camufladas entre los cientos de troncos del bosque, hay que ir encontrándolas una por una, en un ejercicio que nos lleva ponernos en la piel del niño que un día fuimos y así sentirnos exploradores por un día. Representaciones de un unicornio, una mujer haciendo el pino, Eva comiendo de la manzana, una silla o, incluso, la parca se van descubriendo si se presta atención. No se trata de mirar, sino de observar.

La exploración tranquila puede resultar en desesperación por no encontrar alguna de las 22 estatuas que hay, pero la diversión será siempre mucho mayor y la satisfacción de hallarlas, más aún. Solo, en pareja, con amigos, con perros, con niños o en familia, es una ruta perfecta para hacer ahora que el calor amenaza con quedarse, pues este oasis de fantasía alcarreño goza de unas temperaturas mucho más bajas con las que sí apetece hacer cualquier cosa en verano.
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