Las Loras: el libro de piedra de la España vaciada
En el norte de las provincias de Burgos y Palencia el Geoparque de Las Loras es un amplio territorio a la cabeza del despoblamiento ibérico, que conserva un importante patrimonio paisajístico lleno de desfiladeros, cavidades, montañas rocosas y un acervo que incluye la mayor concentración de iglesias rupestres de la península ibérica.
Desvencijada y gastada, la silueta torcida de Peña Ulaña se le antoja al viajero la metáfora de esta tierra paradigma de la España vaciada. Ausente de gentes también lo es de la lluvia, cuya falta ha sacado una costra blanquecina en los bordes de las grietas de la carretera. Ni un coche que adelantar, nadie asoma por el retrovisor. Suaves subidas y bajadas y alguna que otra curva es el único condimento de la ruta.
Kilómetros más adelante, un tractor rompe la monotonía. Debió quedarse fuera de la tractorada que atrona a Europa estas semanas. O tal vez no se enteró; tan apartada del mundo vive esta tierra. Igual que un animal se sacude al salir del agua, su traqueteo cansino desprende las pellas de tierra que cogió en cualquier barbecho. Los bufidos y las bocanadas de humo negro de la respiración de esta criatura mecánica es el único signo de vida que rasga la calma.
No resulta sencillo en estos tiempos gentrificados encontrar lugares como Las Loras. Mientras oleadas de turistas cubren con ansia los destinos más afamados, la mayoría de los municipios de este territorio al norte de Burgos y Palencia tiene menos de cinco habitantes por kilómetro cuadrado. La magra nómina de establecimientos turísticos y de servicios de la zona certifican que tampoco son demasiados quienes la visitan.
Escenario perdido de singulares formaciones de roca que se levantan hacia el cielo de Castilla, este escenario ancestral ha sido incluido por la Unesco en su red de geoparques. Reúnen estos territorios un patrimonio geológico, paleontológico y minero de importancia internacional. Carente de protección legal, la figura reconoce un modelo de gestión que propugna el desarrollo local sostenible.
Las loras son formaciones geológicas moldeadas por el agua y el viento, de paredones verticales rematados por amplias planicies que asemejan fortalezas naturales. Páginas de roca que quiebran el horizonte, en sus afloramientos está escrita la historia de los últimos 250 millones de años. Amonites, ornitópodos, xilópalos, equinodermos, libélulas jurásicas, rudistas y otros seres ya extintos dejaron su impronta grabada sobre ellas. Mucho después, el ser humano añadió otros renglones al libro con sus menhires, dólmenes y castros prehistóricos.
Villadiego es puerta de entrada principal a Las Loras. De manera que, haciendo honor al dicho medieval de los judíos que, bajo la protección de Fernando III el Santo, se refugiaron en este pueblo para huir de la persecución que les torturaba, nos tomamos las de Villadiego. Y aquí estamos, en la plaza Mayor de la urbe burgalesa. Irregular, amplia y porticada, la fachada orientada a mediodía la ocupan armoniosas galerías. Bajo ellas, en jornadas soleadas como la que frecuentan este tiempo brota un par de terracitas, en las que las prisas nunca tienen asiento.
Velocípedos y museos en Villadiego
Una vecina cruza para comprar unos pimientos en el súper del pueblo. Pasa ante el robusto Ayuntamiento, que luce en su fachada las cinco banderas preceptivas en reseñable armonía. A saber: la del pueblo, el pendón morado castellano, la de Castilla y León, la de España y la de la Unión Europea. “Porque aquí somos todo eso”, zanja rotundo Ángel Carretón, el hospitalario alcalde de la localidad y decidido impulsor de las bondades de su localidad.
No le faltan instrumentos. Cuenta Villadiego con seis espacios expositivos: cuatro museos, unas singulares mazmorras y el moderno centro de visitantes del geoparque. El Museo Etnográfico acumula en sus estancias una extraordinaria colección de herramientas y objetos de la vida y los oficios del pasado. Destaca la recreación de una escuela de la posguerra española y la colección de velocípedos de Roberto Terradillos, vecino de la localidad.
La Radio Museo recoge una antigua emisora de radio, en la que no faltan el locutorio, la sala de control y resto de dispositivos del pasado radiofónico que hoy lucen anacrónicos. Instalado en el Arco de la cárcel, parte de la muralla del siglo XV, el Museo Pictórico incluye obras de Joaquín Sorolla, Mariano Fortuny y Mariano Benlliure, entre otros. En el edificio, las mazmorras conservan el inquietante aspecto de la época medieval. El Museo de Arte Sacro de la iglesia de San Lorenzo conserva cálices, custodias, crismeras, cruces procesionales y otros objetos de arte sacro.
Fabulantis es el más singular museo de Villadiego. También lo conocen como Museo del Cómic e incluso Museo del Capitán Trueno, al ser el personaje más importante de cuantos acoge. En realidad, al héroe medieval está dedicada la segunda sala. Al Capitán Trueno, pero también a Ángel Pardo, el historietista que más veces le dibujó, hasta el punto de que aquí se muestra la sorpresa de que el ilustrador copió su propia cara para dibujar la del héroe. Aunque nacido en Santoña, Pardo falleció en Villadiego.
A dos pasos de la plaza Mayor, el centro de visitantes del geoparque es una lora. De dimensiones más reducidas y con hechuras de vanguardia, pero con silueta de lora al fin y al cabo. Hormigón y vidrio contrastan con las recias vigas de madera de los soportales y el barro cocido y cal de las fachadas vecinas.
En el interior aguarda un espectáculo expositivo interactivo que explica la razón de ser de la región. Subir las escaleras es un viaje al Triásico y a las eras geológicas posteriores. Aquí se descubren los habitantes que ha tenido este lugar los últimos 200 millones de años. Así sabemos que este paisaje, que hoy se muestra reseco, estaba cubierto por un océano. Mucho tiempo después, hace solo 35 millones de años, la península ibérica y la placa europea colisionaron, dando origen al oriente de la cordillera cantábrica, surgiendo del lecho marino lo que hoy son las Loras.
Los posteriores procesos erosivos sacaron a la luz anticlinales, dolinas, cabalgamientos, fallas, karst y afloramientos, al tiempo que aparecieron valles, cañones, cárcavas, surgencias y farallones. Son tantos los conceptos, que se te va un poco la olla. Mejor recorrer el territorio.
La carretera transita por la depresión que separa las peñas Amaya y la Ulaña. Tras dejar atrás los Ordejones y Humada, la torre de San Lorenzo de Humada es el vértice catastral que señala el epicentro de Las Loras. La reciente historia de este templo enseña que, aún en los páramos más austeros, a veces ocurren milagros. Abandonado por el arzobispado y saqueado, a comienzos del tercer milenio el templo tardogótico amenazaba con ruina inminente. Los siete vecinos que vivían en el pueblo contemplaban cómo la iglesia se les iba a caer encima. Con el empuje de los héroes de antaño, emprendieron una lucha para salvarla. Así nació un crowdfunding apadrinado por Hispania Nostra, asociación implicada en la defensa de los valores culturales y naturales. Y tacita a tacita se recaudó lo que se necesitaba.
En 2020 comenzó la restauración. “Si los andamios hubieran llegado un mes más tarde, la iglesia se habría caído”, recuerdan los vecinos, ya con el edificio a salvo. El rostro barbado del dintel sobre la puerta tapiada de la torre parece que vuelve a estar tranquilo. Para algunos, esta enigmática figura es el propio San Lorenzo, otros creen que se trata de Jesucristo, mientras unos terceros aseguran que es quien ha dado sobrenombre al templo: la legendaria Dama de las Loras.
Rumbo norte, Sargentes de la Lora es la siguiente parada. Aquí estuvo el único campo petrolífero que ha tenido España. Su historia la recoge el moderno museo de la localidad. Pronto se cumplirán sesenta años del comienzo de todo. Sucedió el 6 de junio de 1964 cuando del pozo de Ayoluengo-1 brotó un chorro que pintó el cielo de negro durante unas horas. El lugar, a la salida del pueblo, está señalado con un entrañable monumento que repite aquel momento, inmortalizado en los periódicos de la época.
La fiebre del oro hizo que la zona se llamase el Texas español. Algunos pozos mostraron buenas maneras, como el número 5, del que se extrajeron hasta un millón de barriles de crudo. En el subsuelo burgalés, aseguran los expertos, hay una bolsa de petróleo cuyas dimensiones harían rentable su explotación. No lo es, sin embargo, por su baja calidad.
Extinguida la concesión de la explotación, se intentó una renovación que nunca llegó a materializarse. Finalmente, el 22 de octubre de 2022, una orden ministerial puso punto final al sueño del oro negro español. Tras unos intentos de vender como chatarra su material industrial, el campo de Ayoluengo ha sido declarado Bien de Interés Cultural.
Esto permitió salvar a sus últimos doce caballitos, que, mudos de relinchos petrolíferos e inmóviles en su trabajo de extracción, aguardan la reconversión del lugar en un espacio expositivo de tan singular patrimonio. Contrapunto cercano a esta industria es el dolmen de La Cabaña, cuya buena conservación le hace capitán de la treintena de monumentos megalíticos que se esparcen por la región.
Valle de Sedano, recuerdos de Delibes
Más hacia el norte se penetra en el valle de Sedano, abrochado para siempre a la figura de Miguel Delibes. En la cimera del cantil que protege a la capital de la comarca, se alza la iglesia de Santa María, a pocos metros del paso de San Juan, donde se asienta una singular necrópolis. A sus pies, el centro de interpretación que lleva el nombre del escritor, lo recuerda y cuenta los secretos de este valle encantado, donde brillan con luz propia templos tan formidables como la iglesia de Moradillo de Sedano y su insuperable pórtico.
Más hacia el norte, la seca paramera se deshace en agua y cañones. Los barrancos del Rudrón y el Ebro son aconsejables destinos para paseos naturales. En el segundo se localiza Orbaneja del Castillo, pueblo que se recoge entre el cantil calizo que le da el apellido y la cascada que brota en mitad del caserío. Su belleza la atosiga de turistas, a pesar de lo cual no puede pasarse por alto conocerla.
A pesar de lo seco de estas parameras, a pesar de la secular sequía que atormenta la Península, en Las Loras el agua muestra el poder de sus caprichos. El misterioso Pozo Azul, galería subterránea inundada de agua de la que se han recorrido 13 kilómetros y aún no se ha alcanzado su fondo, la Cueva de los Franceses, gigantesca cavidad subterránea con singulares formaciones, el cañón de la Horadada y Las Tuerces, laberinto kárstico declarado Monumento Natural, son buenos ejemplos.
Camino al oeste, el Observatorio Astronómico de Cantabria, colgado en el mismo borde de la paramera, se muestra tan solitario como el firmamento que escudriña, tan aislado como el nombre del municipio donde se alza, Rocamundo. El olor a galletas guía los pasos del viajero que le llevan hasta Aguilar de Campoo. Gracias al empuje de su industria alimenticia, es el núcleo más importante de la región. Destaca en la localidad el Monasterio de Santa María la Real, sede de su Fundación y que posee un valioso museo y centro expositivo con una interesante experiencia museística.
El dulce punto final de este viaje por la historia geológica castellana surge como un milagro del torno del cercano Monasterio de Santa Clara: lazos, orejuelas, mantecadas, bizcochos, polvorones, dulces de arroz, tartas y demás exquisiteces elaboradas en la clausura por las madres clarisas nos arrancan el deseo de regresar cuanto antes.
Las iglesias rupestres y sus custodios
“¿Vemos la iglesia?”, pregunta Abel, custodio de la iglesia rupestre de los Santos Justo y Pastor, a los visitantes. “Esperen que les abra”, dice, mientras da vueltas a la enorme llave. El frescor que sale de esta santa cueva no impide descubrir las columnas, el retablo, las bóvedas de cañón, la pila bautismal y, al fondo, el altar. Abel de Roba Ramos es el custodio de la iglesia rupestre de los Santos Justo y Pastor, de Olleros de Pisuerga.
Uno de los mejores ejemplos de estos templos que son sincretismo de rocas y fe. Las iglesias excavadas en la roca son la singularidad religiosa más notable de esta región castellana que alberga la mayor concentración de edificios románicos de Europa. San Vicente de Cervera de Pisuerga, Santos Justo y Pastor en Olleros, Santa María de Valverde, San Pelayo en Villacibio, San Martín de Villarén… tan extensa constelación se extiende por el norte de Burgos y Palencia y desborda a comarcas del sur de Cantabria como Valderredible. Con más de once siglos, muchas estas iglesias se conservan en un más que aceptable estado. Gran parte de culpa, si no toda, la han tenido, la tienen, los custodios.
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