Huesca, la ciudad tranquila... y más dulce

Llegamos en AVE a 300 por hora y descubrimos una ciudad donde todos se mueven a pie, sin prisa, china chana, como en tiempos de Sertorio. Para comer, dos restaurantes con estrella Michelin. Y de postre, el mejor chocolate de España, en Lapaca.

Qué ver y qué comer y dónde dormir en Huesca.
Qué ver y qué comer y dónde dormir en Huesca. / Carlos Rodríguez Zapata

"Soy de Huesca-Huesca”, dicen los nacidos en esta ciudad para evitar equívocos. Porque los de fuera oyen Huesca y piensan automáticamente en montañas. Y aquí no las hay. La ciudad está en una hondonada, la Hoya de Huesca, a 488 metros de altura y a cien kilómetros del Pirineo. Hay, eso sí, montañas de historia: esta fue la Bolskan ibérica, la Osca romana y la Wasqa musulmana, cuya muralla tenía 99 torres, tantas como nombres Alá. Y montañas de tranquilidad: es lo que tiene ser la quinta capital más chica de España —53.000 vecinos—, que todo el mundo se conoce, se saluda —“¿Bien o qué?”— y se para cada dos por tres a “coger un capazo”, a echar una larga parrafada:

—¿Qué pasa pues, Lorenzo?

—Que me he comprao una pistola.

—¿Y pa’ que quieres tú una pistola?

—Pa’ ir tirando…

Tampoco hay un Zara. Ni un Leroy Merlin. Pero sí una tienda, La Confianza, que es el ultramarinos más antiguo de Europa, de 1871, donde todo se conserva igual que entonces, desde el suelo de baldosas hidráulicas hasta los bodegones que pintó en el techo León Abadías. Y, por supuesto, los cajones rebosantes de legumbres y especias, porque aquí todo se vende a granel, eso que vuelve a gustar tanto ahora, un siglo y medio después. Hay también una barra para tomar una cerveza mientras María Jesús Sanvicente nos cuenta la historia interminable de su casa sin dejar de trocear el bacalao con una cizalla poco más moderna e igual de afilada que la guillotina de Robespierre.

Fuente de las Musas con el Casino de Huesca al fondo.

Fuente de las Musas con el Casino de Huesca al fondo.

/ Carlos Rodríguez Zapata

A 50 metros de La Confianza, casi en la trastienda, está San Pedro el Viejo, uno de los conjuntos más importantes del románico aragonés, del siglo XII, que tiene un claustro de capiteles historiados embobador. Otro templo curioso —y el último en el que entramos, porque no hemos venido a Huesca a ver iglesias— es la catedral. Aquí admiramos el retablo de alabastro de Damián Forment —¡13 años le llevó!— y subimos a la torre —¡178 peldaños!— para otear en lontananza las sierras de Gratal y de Guara, el Salto de Roldán y los castillos de Loarre y de Montearagón, que luego visitaremos.

Claustro de San Pedro el Viejo.

Claustro de San Pedro el Viejo.

/ Carlos Rodríguez Zapata

La Confianza, 153 años. San Pedro el Viejo, 900. La catedral, 750… En una ciudad tan cargada de años como esta, pasma hallar algo tan moderno y rompedor como el CDAN Centro de Arte y Naturaleza, que solo tiene 18. Un volumen ondulado y fluido rodeado de viñedos, obra de Rafael Moneo, alberga esta institución museográfica que, entre otras cosas, ha sembrado la provincia de Huesca de impactantes obras de land art. La más espectacular, sin duda, Árboles como arqueología, de Fernando Casás: ocho monolitos colosales de granito negro y dos olivos centenarios plantados al borde de un acantilado junto a la ermita románica de la Corona, en Piracés, a 16 kilómetros de la capital. Al atardecer, alucinamos viendo cómo el penúltimo sol hace de oro el edificio de Moneo y, 20 minutos después, ya en Piracés, cómo el último agiganta las sombras de la obra de Casás y la soledad del desierto de los Monegros, justo a nuestros pies.

Planetario de Aragón.

Planetario de Aragón.

/ Carlos Rodríguez Zapata

Para ver soles, y para sitio moderno y rompedor, el Planetario de Aragón. Cuatro potentes telescopios, una cúpula con equipos de proyección full-dome y un simulador 4D permiten al visitante moverse a sus anchas —como Pedro por su casa, como Pedro I de Aragón entró en Huesca tras la batalla de Alcoraz— por la Carrera de San Chuan, que es como los maños llaman a la Vía Láctea. Al lado del Planetario, en el mismo polígono tecnológico Walqa, a seis kilómetros del centro, se encuentra el Museo de Matemáticas, uno de los seis que hay en Europa. La idea es tocar las matemáticas, aprender jugando y riendo. Se puede, por ejemplo, montar la Cúpula de Leonardo, uniendo 250 piezas de madera sin usar un tornillo ni más herramientas que las manos.

A pesar de todo lo anterior y de lo que luego se dirá, Huesca es una de las ciudades menos visitadas de España. Por ignorancia, porque solo hay un AVE al día, porque a la gente no le da la gana ir… Por lo que sea. En cambio, el castillo de Loarre, que está a solo 30 kilómetros, lo visita todo el mundo. Hace 20 años tampoco lo hacía nadie, pero desde que salió en El reino de los cielos (2005), de Ridley Scott, es un no parar de autobuses de turistas y de colegiales que vienen a descubrir tesoros con un mapa o a participar en un torneo medieval.

CDAN Centro de Arte y Naturaleza, obra de Rafael Moneo.

CDAN Centro de Arte y Naturaleza, obra de Rafael Moneo.

/ Carlos Rodríguez Zapata

Más de 100.000 curiosos hormiguean cada año dentro y fuera de la fortaleza románica mejor conservada del mundo —eso dice la web Castillodeloarre.es, como si en Perú o en Malasia hubiera alguna—, que está así, impecable, porque nunca se usó en batalla, ni contra los moros de la vecina Bolea, ni contra los cristianos del reino rival de Pamplona. O porque se invierte lo que haga falta para mantener como nuevo este imán de autocares y cámaras de cine. O por lo que sea. El caso es que el tiempo no pasa por el castillo de Loarre y, sin embargo, ha arrasado el de Montearagón, el otro que veíamos desde la torre de la catedral, que fue el baluarte cristiano más próximo a la Huesca musulmana, a ocho kilómetros, y luego una importantísima abadía, con 104 iglesias y villas bajo su jurisdicción. Hoy es un puro ruinón, cuatro muros más inclinados que la torre de Pisa, un posadero de buitres al que no se arrima nadie, como si el beleño que crece en los barrancos que lo rodean envenenara telefónicamente, porque solo hay que llamar a Sergio (Tel.: 622 57 34 97) y nos lo enseña.

CDAN Centro de Arte y Naturaleza.

CDAN Centro de Arte y Naturaleza.

/ Carlos Rodríguez Zapata

En Huesca nació San Lorenzo, el que indicó a sus torturadores que voltearan la parrilla porque ya estaba bien hecho por un lado. Mal no se cocina en esta ciudad. Hay dos restaurantes con estrella Michelin. Uno es Lillas Pastia, el templo de la trufa, en la planta baja del Casino modernista. Y el otro, Tatau, un local de decoración y camareras de estética gótica a dos pasos mal contados de la plaza de Luis López Allué, la mayor de Huesca, donde Tonino Valiente deja boquiabiertos con sus tatuajes y sus platillos a los pocos comensales —solo hay cinco mesas altas—: ni masticar pueden.

Tampoco se come mal en La Goyosa, en El Origen, en Las Torres y en Tomatejamón, un bar de tapas de la zona del Tubo Bajo con cosas ricas del Pirineo: madejas, chireta, torteta… Siempre hay que dejar hueco para el postre, y más en Huesca, ciudad laminera donde las haya, con un puñado de excelentes confiterías, cada una especializada en lo suyo. Ascaso presume de su pastel ruso. La Pastelería Tolosana, de su trenza de Almudévar. Loa, de sus pajaritas de chocolate, réplicas dulces de las que hizo de chapa Ramón Acín en 1929 para el parque Miguel Servet y son el símbolo de la ciudad, mal que les pese a algunos. Y Lapaca, del mejor bombón artesano de España 2023, elaborado por el mejor maestro chocolatero del país del mismo año, Raúl Bernal, al que se le acumulan los premios, los influencers y los periodistas como nosotros en una tienda muy moderna y nada céntrica a la que hay que ir a propósito —“de propio”, como dicen aquí—, caminando 20 minutos desde el centro. Mejor: así quemamos el bombón.

Castillo de Loarre.

Castillo de Loarre.

/ Carlos Rodríguez Zapata

De vuelta en el centro, y para acabar el día, paramos en Bendita Ruina, cafetería y sala de conciertos que fueron hasta 2005 un almacén de piensos y donde se descubrieron, al picar, los sillares del teatro romano de Osca. Miguel Ollés nos guía por los milenarios entresijos de su local relatando con vehemencia los ocho años y las tres inspecciones que le costó abrir. Es como ver un documental del Canal Historia. Famosas por otros motivos, más musicales, son las salas El Veintiuno y Edén. Víctor Villacampa, el hijo de María Jesús Sanvicente, la dueña de La Confianza, nunca olvidará aquella noche de principios de siglo en que actuó en la Sala Edén como telonero de un prometedor grupo de Zaragoza. Al acabar de cantar él, apareció sobre el escenario la futura estrella, esperó a que se hiciera el silencio y, viendo que el respetable no paraba de charlar y reír como si estuviera en las Cuatro Esquinas (“¡Pues no me dice el Lorenzo que se ha comprao una pistola!”), amenazó: “Os calláis o me voy”. Era Amaral. 

Vecinos de Huesca

María Jesús Sanvicente, dueña de Ultramarinos La Confianza

Nació hace 80 años en Huesca y trabaja en la tienda desde los 16, de 8:30 de la mañana hasta casi medianoche. “Cuando cierro, me voy caminando sola, sin prisa, china chana, por el Coso, por el casco histórico, para impregnarme de Huesca. Esta ciudad la llevo en el corazón, en el alma y en el cuerpo, en mis genes y en mi sangre. Al pasar por el parque Miguel Servet, afloran recuerdos de mi niñez: la casita de Blancanieves, las pajaritas, los estanques…” Con reparo, porque no quiere hacer publicidad negativa, nos comenta: “No he ido nunca a un Zara ni a un Mercadona. Mi forma de comprar es tan tradicional como yo misma. Si no fuera por tiendas como la mía, todas las calles y todas las ciudades serían iguales”. A un rico que quiso comprársela a cualquier precio, le dijo: “Mi tienda vale tanto, que no vale nada. Y como no vale nada, ¡vale tanto!”.

María Jesús Sanvicente, dueña de Ultramarinos La Confianza.

María Jesús Sanvicente, dueña de Ultramarinos La Confianza.

/ Carlos Rodríguez Zapata

Carmelo Bosque, chef del restaurante Lillas Pastia

Un recuerdo imborrable: “Cuando descubrí el aroma de la trufa negra en Graus. Yo era un chaval de 18 años y ella ha sido mi mundo durante 45”. Un producto de kilómetro 0: “El bróquil hijado, una hortaliza que parece un dinosaurio, pero con unas pellitas que, escaldadas, con un poco de trufa y de rábano negro, son maravillosas”. Un lugar donde se relaja alguien que tiene una estrella Michelin y 35 personas a su cargo: “El castillo de San Luis, con vistas al embalse de Valdabra, a 10 minutos de la ciudad”. ¿Y sin salir de ella?: “Vinea Vinoteca, degustando buenos vinos, quesos y curados”. Un restaurante de Huesca (y no vale Lillas Pastia): “El Origen. Tiene una cocina muy cercana, de territorio”. Un plato (y no vale uno suyo): “Los callos de Tomatejamón”. Un sueño: “Tener un restaurante con huerta en el Centro de Arte y Naturaleza”.

Carmelo Bosque, chef del restaurante Lillas Pastia.

Carmelo Bosque, chef del restaurante Lillas Pastia.

/ Carlos Rodríguez Zapata

Raúl Bernal, mejor maestro chocolatero de España 2023 

41 años, delgadito (¿quién dijo que el chocolate engorda?), barba hípster y de Huesca hasta el tuétano. Hasta la mousse, porque es un bombón. “Si dedicara una creación mía a esta ciudad, haría una trufa de chocolate blanco infusionada con albahaca. Es el perfume de Huesca. Todo el mundo va en las fiestas de San Lorenzo con un ramito de albahaca y huele divino.” Mejor que San Lorenzo en la parrilla, seguro. “Sería un chocolate de baja intensidad, tranquilo, como Huesca.”

Raúl Bernal, mejor maestro chocolatero de España 2023.

Raúl Bernal, mejor maestro chocolatero de España 2023.

/ Carlos Rodríguez Zapata

Su lugar favorito de la ciudad es la plaza de la Catedral, “donde en 2023 tuve la suerte de poder lanzar el cohete de las fiestas desde el balcón del Ayuntamiento”. En cambio, montó hace cinco años Lapaca lejos del centro, “en un sitio para ir de propio, no de paso: así haces una criba”. Le haría gracia tener una tienda de chocolates en Bélgica. “Pero estoy contento aquí. Huesca es cojonuda. La gente hace que sea un sitio especial.” ¿Otro bombón? Venga.

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