Barcelona... cada vez más cerca
De su conjunción de mar y montaña, de sus avenidas burguesas, de los sueños de Gaudí…
Moderna, cosmopolita, orgullosa de una factura arquitectónica que no deja de reinventarse, la capital catalana es un privilegio para el viajero con vocación arquitectónica, para el amante del arte y la cultura. Y aunque ha estado, como todo el país, quieta y callada, poco a poco va saliendo del letargo, a paso lento pero firme.
Volveremos a disfrutar de su conjunción de mar y montaña, de su moderna racionalidad, de su alarde gótico enrevesado por los sueños y fantasías de Gaudí. Pero también de sus avenidas burguesas, de sus plazas arboladas y de ese dinamismo de ciudad joven, que es adalid de la vanguardia europea.
Mediterráneo puro
Mediterráneo puroBarcelona empieza en el Mediterráneo con el aroma a sal de su fachada marítima y el glamour de su Puerto Olímpico. Y también con las playas en hilera y con el carisma de la Barceloneta, el antiguo barrio de los pescadores. Un rincón que ha sabido preservar las decadentes viviendas con la ropa tendida y el trasiego popular de aquellos tiempos previos a las Olimpiadas del 92, cuando la ciudad estaba recogida en sí misma. Después llegaría el puente peatonal de la Rambla de Mar y el complejo de ocio del Maremàgnum para poner el contrapunto moderno a esta bella huella portuaria.
Para llegar al mar, volveremos a pisar Las Ramblas, la arteria más célebre de la Ciudad Condal. Quioscos, terrazas, puestos de flores, el mismísimo Gran Teatro del Liceo y el pintoresco Mercado de la Boquería, flanqueando el eterno desfile de personas –y personajes- en el que todo puede suceder.
Buen rollo gótico
Buen rollo góticoDescubrir esta ciudad es perderse por su amalgama de barrios con personalidad propia. Por el Born, por ejemplo, el barrio bohemio por excelencia, que prende la mecha del trasiego nocturno una vez apagados sus escaparates de ropa vintage. Aquí, en sus rincones de reminiscencia medieval, no sólo encontrarás la Basílica de Santa María del Mar y el Museo Picasso, sino también bares y gente guapa, buen rollo de fin de semana y muchas ganas de quedarte hasta las tantas.
Por el día, eso sí, hay que recorrer el Barrio Gótico y perderse sin prisa por su laberinto de piedra, descubriendo una joya a cada paso: la Catedral de Barcelona, la Plaza del Rey con su conjunto de edificios medievales (uno de ellos alberga el Museo de Historia), la Plaza Sant Jaume con el Ayuntamiento y el Palacio de la Generalitat, y finalmente, la Plaza Real, donde podrás dedicarte un merecido descanso mientras contemplas sus edificios porticados de estilo neoclásico, la fuente de las Tres Gracias y esas dos farolas de seis brazos que fueron diseñadas por un jovencísimo Gaudí.
Eterno Modernismo
Eterno ModernismoGaudí, claro, cómo olvidarse de él. En el Eixample, el escaparate de sus obras maestras: La Pedrera y la Casa Batlò, ambas paradigmas del modernismo catalán. Pero también en por la Sagrada Familia, tal vez el más fotogénico monumento de la capital catalana y la joya de la corona del genial artista. Sobran las palabras. Después (o antes, según convenga) hay que acercarse al Parque Güell para asistir a un conmovedor encuentro entre naturaleza y arquitectura: coloridos mosaicos, formas ondulantes… un rincón único en el mundo.
Volveremos a Barcelona, sí, subir a la montaña mágica de Montjuic (la pie o en funicular) para contemplar la ciudad desde arriba. A pasear por el Pueblo Español, con su bella recreación de monumentos, a entregarse al shopping en los alrededores de la Plaza de Cataluña, a disfrutar de sus terrazas y sus restaurantes. A descubrir que esta ciudad nunca se acaba.
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