Rumbo al Japón más desconocido: Okinawa, entre cuentos, leyendas y pueblos fantasma

Las 31 islas del archipiélago de Yaeyama, en la prefectura de Okinawa, atesoran fascinantes cuentos y leyendas que se mezclan con la realidad. Recorremos este sur japonés tan remoto y desconocido por los occidentales como valorado por los locales. 

Una zona de Japón que no conocías... pero deberías.
Una zona de Japón que no conocías... pero deberías. / Cristina Candel

Hay un Japón muy diferente, mucho más allá de la isla principal, de las postales de los templos y puertas rojas; entre el mar de China Oriental y el mar de Filipinas, a pocas millas de Taiwán, se encuentra el archipiélago de Yaeyama, 31 islas, de las cuales tan solo 10 están habitadas. Hay un pequeño libro que habla sobre estas islas y describe en pocas páginas el alma de las mismas, Yukio, el niño de las olas, de Jean-Baptiste del Amo. En él, un escritor que viaja a una de estas islas buscando inspiración se encuentra con una mujer que espera eternamente en la orilla del mar a su hijo, que se fue poco a poco convirtiendo en pez años antes, al tomar contacto con el mar. Así son estas islas llenas de cuentos y leyendas que se mezclan con la realidad.

Buceando en una de las islas Yaeyama.

Buceando en una de las islas Yaeyama.

/ Cristina Candel

Isla de Yonaguni

En el archipiélago de Yaeyama hay una pequeña isla de 28 kilómetros cuadrados con idioma propio, la isla de Yonaguni. Es este el punto más occidental de Japón y el único lugar del país donde observar al tiburón ballena o a los curiosos caballos endémicos de tan solo un metro de altura que adoptan el nombre de la isla. Aquí encontramos una leyenda que acompaña a las impresionantes ruinas que reposan a 25 metros bajo el mar y que tienen una extensión de 300 metros. Esta leyenda sostiene que la construcción de tales estructuras fue realizada por una antigua civilización prehistórica del Pacífico que habitaban la isla de Mu, una especie de Atlántida japonesa. Continúa la leyenda que la isla fue destruida por los dioses hace 12.000 años y los habitantes tuvieron que emigrar y formaron los que serían posteriormente los pueblos egipcio y mesopotámico.

No solo hay leyendas, también hay varias teorías científicas, y casi todas coinciden en que las estructuras no son de formación natural, sino obra del ser humano; algunos científicos datan las mismas en 10.000 años, lo que situaría este punto como el primer asentamiento humano conocido; otras hablan de 5.000 años de antigüedad y señalan que fueron hundidas por un tsunami que tuvo lugar hace 2.000 años. Sea como sea, estas ruinas, desde que fueron descubiertas en 1986, han atraído a gran número de científicos y dado lugar a un sinfín de teorías e historias.

Para llegar a esta isla, si venimos desde Japón, previamente tendremos que haber cogido un barco o un avión en la isla de Ishigaki. Tan lejano es este destino que el avión que parte de Tokio tarda tres horas y media en llegar a Ishigaki, qué gran contraste es ver por la ventanilla derecha del avión el pico nevado del Fuji y unas horas después, antes de tomar tierra, el mar con todos sus azules y la barrera de coral, que dista tan poco de la tierra firme.

En kayak por un manglar de la isla de Ishigaki.

En kayak por un manglar de la isla de Ishigaki.

/ Cristina Candel

Isla de Ishigaki

Ishigaki es la isla principal del archipiélago de Yaeyama y la más grande. Nos situamos en la bahía de Kabira, uno de los puntos más visitados de la isla, aquí pequeños islotes cuya vegetación termina directamente en el mar, aguas transparentes y barcos flotando, esperando a los visitantes para pasearlos por sus canales de agua, ya que esta es la única forma en la que se puede pasear por esta bahía, en cuyas aguas no se puede uno sumergir, dicen que por las fuertes corrientes. Un poco más allá, al norte, en la zona llamada “Manta Scramble”, cerca de la playa de Sukiji, sí está permitido el baño y la visita de las mantarrayas es bastante frecuente; se las puede observar si vamos buceando o simplemente haciendo snorkel.

Vista de Kabira Bay en la costa norte de la isla de Ishigaki.

Vista de Kabira Bay en la costa norte de la isla de Ishigaki.

/ Cristina Candel

En la isla viven muchos artesanos que se dedican sobre todo a la cerámica, como la tienda-taller de Rinka en la falda del monte Omotodake, cuyo propietario, Hiroshi Watanabe, llegó a la isla en 1997 desde la región de Kanagawa y abrió aquí su taller en 2004. Rinka ofrece workshops para todos los gustos, en ellos se utiliza el barro moldeado por su propietario y recogido en la misma isla de Ishigaki. Hay talleres para moldear shisas, estos seres mitológicos a caballo entre el perro y el dragón que veremos en muchos tejados de las casas de todo el archipiélago guardándolas de los malos espíritus, o el taller de abalorios y platos. En una construcción aledaña se encuentra el único horno escalado de todo Okinawa. Se trata de un antiguo horno muy común en Japón, que funciona con leña y suelen ser muy grandes y con muchos compartimentos; Hiroshi lo enciende únicamente una o dos veces al año y el resultado de este complejo y largo proceso lo podemos ver en la tienda, el acabado de las piezas de un marrón oscuro con reflejos de colores y una textura única.

Máscara de la tienda-taller de cerámica Rinka en la isla de Ishigaki.

Máscara de la tienda-taller de cerámica Rinka en la isla de Ishigaki.

/ Cristina Candel

Hay otro taller ubicado dentro de un bosque y que lleva activo desde 1978, Yachimunkan. Aquí, plantas y vasijas se mezclan por todo el jardín. Dentro, en la tienda, todo tipo de artesanía en tela, vidrio, trenzado vegetal y, por supuesto, cerámica de artistas de todo Japón. Abandonamos el taller por la carretera 390 y pocos kilómetros después nos encontramos un curioso contenedor azul ladeado, es el Green Flash Café. Merece la pena pararse un rato en este café donde se reúne la comunidad surfera de la isla, con una curiosa decoración y con una carta muy interesante para cualquier momento del día.

Continuamos por nuestra carretera y a unos 500 metros de la costa encontramos una gran roca coral de unos seis metros de altura, cubierta ya por la vegetación e incluso árboles; es el legado del tsunami llamado Meiwa, que arrasó la isla de Ishigaki y la de Miyako en 1771, como resultado del terremoto de 7,5 de magnitud que se produjo mar adentro. Una leyenda cuenta cómo los habitantes de un pequeño pueblo de la isla, advertidos por una sirena, se refugiaron y salvaron de perecer a causa del tsunami; por esta historia, en una orilla de la carretera encontramos una colorida estatua en honor a tal sirena, un tanto kitsch, hay que decir.

Excusión a Iriomote

Tan solo 20 minutos de barco separan la isla de Ishigaki de la de Iriomote. La isla estuvo deshabitada durante muchos años, ya que estaba infectada de malaria; y se utilizaba únicamente como tierra de cultivo o para quienes preferían la malaria a la guerra. Hoy las cosas han cambiado mucho: la malaria fue erradicada por los norteamericanos; la isla, habitada aunque solo sea con 2.000 personas, y recientemente, en 2021, declarada Patrimonio Mundial Natural por la Unesco.

Cubierta en un 90 % de su superficie por selva tropical y subtropical, con especies endémicas de animales y plantas, uno de sus reclamos es el famoso gato de Iriomote, aunque, como cualquier gato, de hábitos nocturnos y muy difícil de ver.

Pez payaso entre anémonas.

Pez payaso entre anémonas.

/ Cristina Candel

Tan solo hay una carretera costera que recorre algo más de la mitad de la isla, el resto ha de hacerse a pie o en barco. Hay cientos de excursiones tanto acuáticas como de trekking para llegar a las cascadas, playas, manglares, ríos, cuevas o miradores, algunas de fácil acceso y otras para las que es mejor contratar un barco con conductor por jornadas.

Hoy vamos a la cascada de Sangara, comenzamos con una sencilla ruta de media hora en kayak remontando el río Nishita; a ambos lados del río, el manglar, que es uno de los siete tipos de mangle que tiene la isla. El paisaje del río cambia mucho dependiendo de la marea. Con la marea baja aparecen unas almejas gigantes que se mezclan con las raíces del mangle y se forman islas que más tarde desaparecerán sepultadas por el agua. Meguzi, nuestra, guía, nos ha dado unos escarpines livianos con una especie de lona por suela, es increíble que esto tenga tanto agarre en el suelo del bosque, uno de los tantos inventos japoneses que nunca sabremos si llegarán a pisar suelo europeo. El camino está marcado con pequeñas telas rosas anudadas en los árboles, ya que aquí el bosque es espeso, los visitantes, escasos, y el sendero constantemente se difumina.

Isla de Macipanan en Kabira Bay, con la isla de Kojima al fondo a la derecha.

Isla de Macipanan en Kabira Bay, con la isla de Kojima al fondo a la derecha.

/ Cristina Candel

Las grandes raíces del árbol Heritiera littoralis nos acompañan todo el sendero, Meguzi nos señala una enorme piedra que forma una cueva y que es el hogar de la serpiente venenosa en los meses cálidos; allá, un árbol con sus raíces abraza una inmensa piedra y por fin aparece la cascada. Hoy somos los únicos visitantes, el agua cae de una plataforma natural y al hacerlo, forma una especie de cueva en la que nos podemos refugiar para oír el sonido de la cascada y observar el bosque desde las líneas vacías de agua. Para comer subimos a la plataforma de arriba, la guía nos ha preparado en una cajita de bambú pequeños paquetes envueltos de cosas desconocidas, todo simple y delicioso.

Al norte de la isla merece la pena hacer una parada en el fantasmal pueblo minero de Utara Tankou, habitado por cerca de 300 personas hasta hace tan solo 70 años, la selva lo ha abrazado y absorbido literalmente con sus Banyan fig o higos estranguladores y ahora se puede deambular por él observando lo bien que funciona aquí el término “renaturalizado”.

Paseo en bici por la isla de Taketomi.

Paseo en bici por la isla de Taketomi.

/ Cristina Candel

En el norte también por el río Urauchi (el más largo de Okinawa, donde se encuentran 400 especies de peces), en 30 minutos el barco, entre manglar y bosque, llega al muelle de Gunkan-iwa, donde se puede tomar el sendero de Urauchiwawa Shizen Kenyo-ro, que nos llevará a dos cascadas: la primera, Mariyudu, y 300 metros más adelante, Kanbire.

Otras cascadas accesibles a pie son las de Geta, Mayagusuku, Yuchin o la de Mitara.

La isla Fantasma o Phantom Island

Phantom Island (Hama-jima Island) es una serpiente de arena que aparece y desaparece con la marea. Ubicada entre la isla de Kohama y la isla de Taketomi, rodeada de arrecife de coral y con un barco encallado como telón de fondo. Como se adivina por su nombre, la isla aparece y únicamente se puede pasear por ella en marea baja. La excursión en barco suele incluir una inmersión de buceo o snorkel en los alrededores para visitar uno de los arrecifes de coral más grandes de Asia. La típica imagen del pez payaso entre las anémonas está garantizada.

Vista aérea de Phantom Island.

Vista aérea de Phantom Island.

/ Cristina Candel

Isla de Taketomi

La isla de Taketomi se encuentra a 10 minutos en barco de Ishigaki, es la isla de los que van buscando las antiguas tradiciones y tiene tan solo nueve kilómetros de diámetro y 300 habitantes. Todas las construcciones en Taketomi tienen únicamente una planta y las casas, por lo general, están cercadas por muros, Gukku, hechos de corales; de hecho, si nos fijamos en cada piedra que encontremos en la isla, todas son corales. Para mantener alejados los malos espíritus de las casas no solo utilizan las ya nombradas estatuillas de shisa en el tejado, sino también otro muro frente a la puerta de entrada y las curvas en las calles (por cierto, ninguna asfaltada en esta isla).

Hay que tener en cuenta que desde el embarcadero hasta el pueblo hay unos 30 minutos caminando, se puede tomar un autobús o alquilar una bicicleta para toda la jornada, ya que es una isla sin ningún tipo de desnivel. Aquí lo más típico es hacer un recorrido en carromato tirado por búfalo, el guía-conductor habla únicamente japonés y el recorrido son tres calles a cámara lenta de la pequeña población principal. Lo más interesante es una pequeña cancioncilla que canta al final del recorrido el conductor, pero hay que decir que a los japoneses esta actividad les encanta.

En la playa de Kaiji en Taketomi y en varias playas de Iriomote se pueden encontrar diminutas estrellas de cinco o seis puntas, que hacen las veces de arena y que son en realidad exoesqueletos de las llamadas Foraminiferas que viven en el mar. Estos esqueletos salen a la superficie, sobre todo después de los tifones y aquí también hay, cómo no, una leyenda que cuenta que estas diminutas estrellas son los hijos de la unión de la estrella del Sur y la estrella del Norte, comidos por una serpiente marina y de los que solo quedaron los esqueletos de los mismos. La madre, llamada Umanufa, únicamente se puede reunir con sus hijos una noche al año en la gran festividad de Tobi Saki, que se celebra en la isla de Taketomi. Está prohibido llevarse las estrellas de la playa, pero sí se pueden adquirir en pequeñas bolsitas que se encuentran en los alféizares de las ventanas del pueblo, dejando la cantidad correspondiente a su precio en una cajita, ya que el vendedor nunca estará presente.

Y aquí en la isla de Taketomi, en la típica playa perfecta, que tanto abundan por estas islas, como la de Kondoi, con varias lenguas de arena blanca que sobresalen del mar, diferentes tonos de azul aquí y allá y la isla de Kohama de frente, decimos adiós a este archipiélago, tan desconocido por los occidentales como valorado por los japoneses. 

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