Maestrazgo: entre castillos, pueblos y una sierra intacta

Sus fronteras se pierden por el norte de la provincia de Castellón y por el sureste de Teruel. Entre castillos templarios, pueblos abarrotados de patrimonio y una naturaleza de vega y sierra tan deliciosamente intacta.

Maestrazgo
Maestrazgo / LUIS DAVILLA

Agárrese, que vienen curvas. Y es que, como comarca oficial, el Maestrazgo solo existe desde 1999 y queda en Teruel, aunque en Castellón suman las del Alt y el Baix Maestrat. No todas coinciden con el Maestrazgo histórico. Ni mucho menos con la ya finiquitada Mancomunidad Turística del Maestrazgo, que promocionó los alicientes de un sinfín de municipios de ambas provincias, o con el creado en 2005 Parque Cultural del Maestrazgo, donde se engloban decenas de ellos, pero solo del costado turolense.

Maestrazgo
Maestrazgo / LUIS DAVILLA

El galimatías de demarcaciones y webs es tal, que el detective Colombo (referencia viejuna, sí) se haría de cruces tratando de dilucidar dónde exactamente empieza y acaba este territorio cuyo nombre deriva de los maestres de las órdenes militares que empezaron a gobernar por estos pagos con la Reconquista: primero las del Temple y San Juan de Jerusalén, luego las de Calatrava y Montesa.

Maestrazgo
Maestrazgo / LUIS DAVILLA

Si la historia y las administraciones lo ponen así de complicado, no seremos nosotros quienes nos metamos en un jardín que enciende debates casi tan exaltados como los ingredientes que debería o no llevar una verdadera paella valenciana. Nos limitamos, humildemente, a enlazar en una ruta circular los escenarios imprescindibles de lo que en una provincia consideran Maestrazgo y en la contraria a veces no. Una misión para la que, dada su enormidad y su enjundia, una semana larga —el que avisa no es traidor— se quedará tirando a corta.

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Villarluengo 

/ LUIS DAVILLA

Cosmopueblitas de la España vaciada

A cuatro horas de Madrid y ni dos de Zaragoza, un buen punto de partida sería la plaza gótica del turolense Molinos, desde la que caminar hasta el tajo del Barranco de San Nicolás y, a pocos kilómetros, entrar por la puerta grande al Maestrazgo con una incursión a las Grutas de Cristal. En esta catedral de roca, descubierta hace justo 60 años por unos espeleólogos, las estalactitas se rebelan a la gravedad. Vamos, que no siempre crecen de arriba abajo. Excéntricas les dicen y con razón a estas formaciones kársticas que, señala Emilio, el guía que adentra a los visitantes por su par de salas como de arrecife de coral, “tiran para todos los lados”.

Maestrazgo
Maestrazgo / LUIS DAVILLA

Semejante espectáculo merecería más fama de la que tiene. Aunque lo mismo podría decirse de todo el Maestrazgo, una vastedad de castillos medievales y casas-palacio del Renacimiento, de sierras y vegas ribereñas, de pastoreo, rutas solitarias y localidades monumentales donde una legión de cosmopueblitas se resiste a dar por perdida la España vacía. No lo tienen fácil ante la escasez de servicios que conlleva una despoblación galopante.

Por no hablar de la reciente proliferación de parques eólicos que ha forrado de carteles al grito de “renovables sí, pero no así” puñados de villas sin muchos más recursos que el turismo que atraen sus parajes sin depredar. Lo lejos que queda todo por sus carreteras de andar por casa es lo más obvio, pero que la red de internet sea poco fiable tampoco ayuda a que pequeños empresarios rurales o profesionales huidos de la ciudad se animen a restaurar un caserón y llevar su negocio desde aquí.

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Iglesia templaria de la Virgen de la Carrasca en Bordón

/ LUIS DAVILLA

Milagroso incluso que sigan abiertos los “multiservicios”, a menudo la única tienda-bar del pueblo, donde acuden tanto los vecinos como visitantes en busca de buenos vinos, aceites y quesos, entre otros souvenirs gastronómicos made in el Maestrazgo. Lo dejado de la mano de Dios contribuye sin embargo a hacer de la escapada un gran viaje a dos pasos de casa y, digan lo que digan las fronteras oficiales, los dueños de los alojamientos con encanto que han ido abriendo tanto por Castellón como por Teruel recomiendan a sus huéspedes lo más jugoso de uno y otro lado, sabedores de que la suma del conjunto es difícilmente superable.

Calatravos y templarios

Si Molinos quedó bajo jurisdicción de la Orden de Calatrava, Castellote, hasta donde se habrá llegado entre empalizadas de roca sobrevoladas por los buitres, vivió su mayor esplendor con los templarios. En el museo de la torre que hasta entrado el franquismo hizo las veces de prisión se narra el legado de estos monjes guerreros que, de puro poderosos, se volvieron una amenaza para reyes y papas y fueron aniquilados, acusados de sodomitas y herejes.

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Grutas de Cristal en el término municipal de Molinos. Descubiertas en 1961, la cavidad presenta dos salas: Sala de los Cristales y Sala Marina

/ LUIS DAVILLA

Antaño este Torreón Templario quedaba extramuros, pero Castellote fue creciendo y hoy despunta a tiro de piedra de su lonja gótica y un magnífico abrevadero adornado de tallas medievales, de la iglesia de San Miguel y la de la Virgen del Agua, o de puñados de mansiones techadas por gigantescos aleros de madera; todo un símbolo de estatus con el que los pudientes de la época presumían de posibles.

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Convento de las Agustinas de Mirambel

/ LUIS DAVILLA

Por sus cuestas de canto rodado se alcanzan las ruinas del castillo, muy capaz de resumir él solito la historia del Maestrazgo. Árabe primero, lo reforzaron tan a conciencia los templarios que resistió con dignidad hasta que, en el siglo XIX, el general Espartero lo reventó a dinamita para que no volviera a convertirse en un bastión carlista. Solo le faltó haber sufrido los estragos de la Guerra Civil que tanto castigó también la región. Semirrestaurado, la panorámica a los escarpes y la vega del río Guadalope recompensa el haberse quedado sin resuello en la subida.

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Estela funeraria en una de las calles de Morella

/ LUIS DAVILLA

Salvo de entretenerse con una ruta senderista por la zona, en la siguiente jornada podría, ya en Castellón, hilvanarse sin prisas el tramo hasta Morella. Por un espectacular serpenteo entre cañones, pinares y un rally de camiones de cuidado, el Santuari de la Balma se empotra literalmente en la roca. Tras penetrar hasta la cueva de la ermita y echar un café en la hospedería de este edificio del siglo XVII, en apenas un cuarto de hora se habrá llegado a Forcall.

Famosa por los cerros chatos o muelas que la cercan y por los demonios que cada enero toman sus calles durante la fiesta del fuego, los pórticos de su Plaza Mayor y sus palacios bien merecen un alto. Otra que, cerquísima,atesora un patrimonio desmedido para sus 400 habitantes es Cinctorres, donde ya solo por pegarse un festín en el restaurante El Faixero valdría la pena parar.

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Antigua escuela de posguerra en Mirambel

/ LUIS DAVILLA

De nuevo en un abrir y cerrar de ojos, la estampa de Morella deja claro desde la distancia que esta villa real —porque se la quedó la Corona; nada aquí de órdenes militares— no es un pueblo bonito más. Suma dos kilómetros de muralla, con sus siete puertas y su decena de torres abrazando un cogollo histórico sobrevolado, cómo no, por un castillo tan mimetizado con los peñascos que parece brotarle por arte de magia al montañón sobre el que se posa.

Esta fortaleza, que vio desfilar al Cid, al Papa Luna o al carlista general Cabrera, alias el Tigre del Maestrazgo, es uno de los platos fuertes de Morella. Pero no se queda atrás su par de calles principales jalonadas de caserones y terrazas bajo soportales medievales, de negocios coquetos y tienditas gastro entre edificios civiles como la antigua prisión y el Ayuntamiento, los vericuetos de la judería o, a dos pasos, las pinturas macabras de la Danza de la Muerte en el convento y futuro Parador de San Francisco y, esencial, la basílica de Santa María.

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Municipio de Ares del Maestrat, coronado por la Mola d'Ares y cuyo núcleo urbano se encuentra a unos 1.190 metros sobre el nivel del mar

/ LUIS DAVILLA

Difícil decidir si emociona más la finura de las tallas de su portada de los Apóstoles o la de las Vírgenes, las esculturas del Juicio Final del trascoro o la escalera helicoidal que se enrosca por uno de los pilares que sostienen un coro alto como no lo hay en toda España. Lo mejor para salir de dudas, asistir a alguno de los conciertos del Festival de Música Antigua que Morella celebra cada verano en la propia iglesia.

Más hacia el Mediterráneo aguarda en Traiguera su Real Santuario Virgen Fuente de la Salud, testigo de los vaivenes de la Orden de Montesa y los Hospitalarios, así como un mar de olivos, muchos milenarios, donde David, propietario de Pobill Ecològics, organiza catas en plena campiña asegurando con sorna que “el aceite es gratis; lo que cobramos es la historia empaquetada en estos olivos de dos mil años”. Reculando hacia el interior, Sant Mateu presume de ser la capital del verdadero Maestrazgo. Es decir, el histórico.

Maestrazgo

Fábrica de queso de Tronchón

/ LUIS DAVILLA

Da fe de ello su colección de palacios e iglesias, de plazas, fuentes y mansiones balconadas. O conventos como el de las Agustinas. Recicladas en reposteras por obra y gracia del mismísimo Paco Torreblanca, despachan sus chocolates y pastissets en el Horno de las Monjas, aunque, como los tiempos cambian que es una barbaridad, ahora también online. Por toda la zona abundan las muestras del arte rupestre levantino que la Unesco declaró Patrimonio de la Humanidad. Así, de camino a las asombrosas grisallas del Ermitorio de Sant Pau (Albocàsser), convendrá reservarle una mañana a las caminatas guiadas que, desde el Museo de la Valltorta, lo acercan a uno hasta las pinturas del Paleolítico de sus cavidades.

Pero, volviendo a los templarios, por otra fotogénica carretera entre almendros y olivos descuella el caserío medieval de Culla. Tan coqueto y restaurado, se nota que gentes de Castellón, Valencia e incluso Barcelona tienen su segunda residencia en este nido de águilas. Otra atalaya dominada por un castillo roquero, con el montículo de su muela enmarcando las alturas y, bajo el pueblo, un terracerío de piedra seca por el que emprender caminatas entre sus molinos de agua, Ares del Maestrat suma a su patrimonio el triste honor de haber sido uno de los objetivos donde, durante la Guerra Civil, la aviación nazi probó sus nuevos Stuka.

Maestrazgo

Guimerà, la casa de la miel y el queso en Morella

/ LUIS DAVILLA

Parecido a como ya había ocurrido en Gernika, la Legión Cóndor quiso en esta ocasión testar la eficacia de estos bombarderos con los que acabaría arrasando Europa durante la II Guerra Mundial. En el documental Experimento Stuka, disponible en Rtve.es, algunos supervivientes recuerdan cómo, siendo entonces niños, vieron fascinados llegar los aviones sin imaginar la que se les venía encima.

Escenario de cine

Los muretes de piedra seca entre los que crecía el cereal, hoy casi abandonados pero protagonistas de senderos como el PR-TE-70, siguen siendo una constante de regreso a la provincia de Teruel, donde el festón de pueblos de postal tampoco da tregua. Con sus arcos de piedra de sillar, sus aleros de madera labrada y sus escudos heráldicos, los seis palacios de La Iglesuela del Cid hablan de la riqueza que trajo al Maestrazgo la lana en los siglos XVI y XVII.

Maestrazgo

Telar en la Iglesuela del Cid

/ LUIS DAVILLA

De esta época son los telares más viejos de Edu Puig, el último que los trabaja, aunque negándose a contar las horas que le dedica a cada pieza so pena de deprimirse por el precio irrisorio al que las vende. Entre ruecas y artilugios de antes y después de la Revolución Industrial, el taller de este joven artesano no podría ser más modesto. Los que en la Iglesuela son puro exceso son los palacios.

Dado que la mejor lana se mandaba a Nápoles, los grandes señores copiaron para sus moradas un estilo renacentista puramente italiano. Se aprecia en la Casa Aliaga, cuyo interior luce casi tal cual lo dejó su última dueña. Si la Iglesuela pertenece a la red de Pueblos Mágicos de España, Cantavieja y Mirambel —así como, en el flanco castellonense, Morella y Culla— lo hacen al club de Pueblos más Bonitos de España. Sobre un peñón al filo de los barrancos, Cantavieja atesora más monumentalidad de primera: la plaza y su Ayuntamiento gótico, la joyita, gótica también, de la iglesia de San Miguel o la barroca de la Asunción, puñados de mansiones, una de las cuales aloja el Museo de las Guerras Carlistas… A pesar de ser cabecera de la comarca del Maestrazgo, apenas viven aquí unas 700 almas. La amurallada Mirambel por los pelos supera las cien.

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Desayunando en Las Moradas del Temple, Mirambel

/ Luis Davilla

Todo es fotogénico en esta bombonera, sin ni siquiera cables de la luz a la vista, elegida no pocas veces como plató de cine. Precisamente el británico Ken Loach regresaba poco antes de la pandemia a Mirambel para conmemorar los 25 años del rodaje de Tierra y Libertad, cuyos escenarios, marcados por una estrella de forja, no será complicado seguir por la Casa de los Julianes, el Huerto del Secretario o a la que dicen la calle Nueva a pesar de sus buenos siglos.

Enamora a su vez su arquitectura del Renacimiento italiano, el Portal de las Monjas del convento de las Agustinas o el antiguo horno comunal, hoy reciclado en comercio para visitantes y vecinos, así como el desvío por otra carreterita preciosa hasta Bordón, donde se alza la iglesia templaria más imponente del Maestrazgo. Obligado hacer otro alto en la también maravillosa iglesia de Tronchón, su cárcel gótica o el lavadero —durante siglos el Sálvame del pueblo—, amén de, a sus afueras, la quesería artesanal donde Pilar y su marido elaboran con leche cruda de oveja o cabra quesos de Tronchón como los que ya se alababan en el Quijote.

Maestrazgo
Maestrazgo / LUIS DAVILLA

Quizá antes de llegar a los cortados de vértigo sobre los que se asienta Villarluengo haya asomada alguna cabra hispánica junto a la carretera. O rumbo a los injustamente menos conocidos Fortanete, Villarroya de los Pinares o Miravete; algunos de los tesoros que Serafina, siempre cargada con manojos de llaves y artífice de la iniciativa Abriendo Pueblos, le va desvelando a los interesados en colarse por viejas escuelas y hornos habitualmente cerrados a cal y canto, mazmorras y hasta los esconjuraderos donde antaño amansaban plagas o tormentas que hicieran peligrar las cosechas. ¡O al menos lo intentaban!

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