Islas Toamotu, un sueño en los Mares del Sur

En medio del Océano Pacífico emerge el archipiélago de las Tuamotu. Son 76 islas con una superfi cie total de 900 kilómetros cuadrados esparcidas en más de 20.000 kilómetros de mar. Está compuesto en su mayoría por atolones e islas volcánicas. Hasta este hermoso lugar nos hemos trasladado en busca de esos parajes de ensueño donde perderse huyendo del mundanal ruido.

Palafitos del
Hotel Pearl Beach, en Tikehau.
Palafitos del Hotel Pearl Beach, en Tikehau.

Los primeros europeos que conocieron estas islas fueron los españoles cuando cruzaron el Océano Pacífico, entonces llamado "Mar del Sur". El año 1591, Fernando de Magallanes, el portugués al servicio de la Corona de España, descubrió Fakahina. Cinco años más tarde, la carabela San Lesmes, integrada en la desdichada expedición de García Jofre de Loaisa, llegaba a Amanu, y en 1606 otro portugués al servicio de los españoles, Quirós, descubría Hao. Esta última isla, junto a otras dos del archipiélago de las Gambier, Moruroa y Fangataufa, son las tres "islas-tabú" de recuerdo políticamente incorrecto por las pruebas nucleares que, desgraciadamente, el gobierno francés llevó a cabo en ellas a finales del siglo pasado. En 1996 se terminó por desmantelar la base militar de Hao, último reducto del Quinto Regimiento del Pacífico, ya disuelto también.

Tras los españoles fueron llegando holandeses, británicos y, por supuesto, los franceses, quienes incorporaron el archipiélago a sus dominios. Hoy día son uno de los cinco archipiélagos que componen la Polinesia Francesa, un extenso territorio que goza de un Estatuto parecido al de las Comunidades Autónomas españolas.

A las Tuamotu llegó en 1947 la famosa expedición de la balsa Kon-Tiki, comandada por Thor Heyerdahl. Exactamente embarrancó en el atolón Raroia. Trataba de demostrar que la cultura polinésica podía provenir de Iberoamérica. No lo ha conseguido. Cuarenta años más tarde intentó repetir la misma hazaña nuestro compatriota Kitín Muñoz, pero cerca de las islas Marquesas quedó a la deriva y tuvieron que rescatarlo.

El camino que conduce a las Tuamotu pasa obligadamente por la isla de Tahití y el aeropuerto de Faa, enclavado en su capital, Papeete. Cuando el turista se encuentra en Papeete pronto le asalta el llamado "síndrome Gauguin", es decir, unos deseos irreprimibles de ir a la búsqueda de otras islas menos pobladas y sin tráfico automovilístico. Pero no conviene exagerar tampoco ese síndrome. Tahití bien se merece unas jornadas de tranquilo disfrute. Luego se puede elegir entre muchas opciones: tantas como archipiélagos, que son cinco. En esta ocasión nos hemos decidido por tres islas del archipiélago de las Tuamotu: Rangiroa, Fakarawa y Tike-Hau.

Las tres ínsulas responden a esos mitos que los folletos turísticos describen en función de una serie de tópicos que se han repetido hasta la saciedad: interminables playas de arena blanca o rosada, transparentes y cálidas aguas color turquesa, una vegetación lujuriosa... Todo ello es cierto, pero, como bien señala la escritora Annie Baert, afincada en Papeete: "Es en el fondo un cuadro mítico bastante alejado de la realidad porque la vida allí es dura y marcada por la precariedad: las perlas no crecen solas, hay que criarlas y cuidarlas porque están expuestas al ataque de enfermedades y virus no conocidos; como en todas partes, los pescados no saltan solos al plato y el mar se los hace pagar a los pescadores, y las playas pueden convertirse en auténticos infiernos cuando asoma un temporal, por no hablar ya de los habituales ciclones".

Rangiroa

El grandioso atolón

Rangiroa, que procede del término nativo Ra''iroa ("cielo inmenso"), es el atolón más grande de la Polinesia Francesa con 230 kilómetros de circunferencia y 240 motus (islotes). Tiene ochenta kilómetros de largo por treinta y cinco de ancho. De tal manera que la vista no abarca el otro lado. Es tan grande que podría contener la isla entera de Tahití. Situada a 350 kilómetros al noroeste de la misma, solamente cuando se llega en avión se puede comprender la magnitud del segundo atolón más grande del mundo.

Conocí Rangiroa por vez primera en mi vida hace veinte años, cuando mis únicas referencias eran una película comercial que se hizo famosa en todo el mundo, titulada El lago azul, y unos documentales rodados por el comandante Cousteau. El lago azul, que se estrenó en las pantallas de todo el mundo en 1980 y estaba interpretada por unos jovencísimos Brooke Shields y Christopher Atkins, supuso un impresionante éxito comercial de taquilla. A muchos cautivó la edulcorada historia de aquellos dos robinsones que descubrían el amor sin más testigos que los enormes cangrejos que pululaban y pululan por las playas. Tuvo tal tirón que once años más tarde se rodó un mediocre remake. Fue entonces cuando se puso de moda la oferta de "abandonar" a una pareja de turistas durante varios días en el lugar del rodaje, con víveres, una nevera y un inodoro oculto entre la maleza.

Causó tal estrago esta modalidad, que cientos de motus se convirtieron en los lugares escogidos para vivir unas idílicas jornadas amorosas. No habrá de extrañarnos, por tanto, que de los 5.400 turistas españoles que visitaron la Polinesia Francesa a lo lar go del año pasado, la inmensa mayoría fueran parejas de novios en busca de su propia isla o de un recóndito islote.

En el año 1987 sólo aterrizaban en su pequeño aeropuerto dos minúsculos aviones al día. En el modesto hotelito en el que me instalé -ahora convertido en otro establecimiento mucho más moderno- había un cartel que decía: "Prohibido cruzar la pista cuando se dirija a la playa". Y es que en Rangiroa hay dos playas: la interior y la oceánica, nada recomendable por la inmensa fuerza de sus olas, excepto para los amantes del surf, claro está. Ahora bien, el buceo es la actividad recreativa que ha transformado a este atolón en uno de los grandes paraísos para los amantes de las bellezas submarinas.

Si actualmente hay una población de 3.000 habitantes, en mi primer contacto no llegaban ni al millar. La instalación de un Instituto de Enseñanza Media para todos los escolares del archipiélago ha ido transformando la vida social y económica. Ahora se trabaja en las granjas de perlas, en la pesca, y en la recogida de la copra y de conchas para la fabricación de collares y su posterior venta a los turistas.

Pese a su longitud, la vida de la población se desarrolla solamente entre los dos principales pasos que permiten el acceso al Océano Pacífico: Tiputa y Avatoru, situadas en los extremos. Recorrer en bicicleta los escasos kilómetros que separan Tiputa -con sus casas adosadas de piedras de coral blanco bordeadas de hermosos setos- de Avatoru -la principal ciudad de la isla, situada frente al motu Fara- sigue siendo tan atractivo ahora como cuando yo la conocí por primera vez.

También los numerosos turistas que llegan a estas tierras siguen descubriendo la riqueza submarina a bordo de embarcaciones con fondos de vidrio que permiten admirar la belleza de sus aguas. No puede eludirse la excursión en lanchas rápidas por el famoso "lago azul", un auténtico acuario natural con gran diversidad de especies.

Fakarava

Reserva de la biosfera

Este atolón de forma rectangular es el segundo más importante de la Polinesia Francesa por su tamaño -60 kilómetros de largo por 25 kilómetros de ancho-, después del de Rangiroa. Actualmente Fakarava -junto a sus seis islas vecinas- es un atolón protegido que ha sido declarado por la Unesco como Reserva de la Biosfera por la riqueza de su ecosistema, con una fauna y una flora únicas en el planeta.

Situada a 450 kilómetros de Papeete, el avión tarda aproximadamente una hora y diez minutos en realizar el vuelo hasta la isla, que está considerada como una de las más sobresalientes mecas del buceo internacional. Otro de los grandes alicientes de la isla es visitar sus granjas de perlas y su fábrica de tratamiento de roris (pepinos de mar), que son muy valorados por los gourmets asiáticos. Tal y como sucede con la isla de Rangiroa, tiene dos pasos. El paso norte de Garuae es el más grande de Polinesia, pues tiene 800 metros de anchura y permite la observación de grandes peces.

También los macizos coralinos son de excepcional calidad, especialmente en el paso sur de Tumakohua, un lugar de refugio de tiburones grises de arrecife -conocidos como "rairas"-, rayas y delfines Tursiops. Al volver a Fakarave en esta ocasión tuve curiosidad por acudir a la iglesia católica construida en coral en 1874. Ya no estaba al frente de su parroquia mi amigo el sacerdote Patrick Cayre, que en los tiempos del prepotente Gaston Floss fue víctima del mismo por oponerse a los desmanes cometidos en la construcción de un hotel, que ahora se yergue en Rotoava a orillas de la laguna.

El padre Patrick fue "desterrado" a Roma, donde se doctoró en Derecho Canónico tras tres años de estudio. Tuve ocasión de saludarlo en la Ciudad Eterna y ahora he tenido la dicha de volverlo a ver en Papeete, ejerciendo nuevamente su labor pastoral.

Gaston Floss ya no está al frente de los destinos de la Polinesia y el padre Patrick ha vuelto a ejercer su apostolado. Los nativos de la isla no han olvidado, desde luego, aquel incidente a pesar del tiempo transcurrido. Ahora, en la normalidad restaurada, los turistas ignoran el precio que la isla ha pagado para acogerles.

Tikehau

Una inmensa piscina natural

Quizás sea Tikehau el atolón más tranquilo de toda la Polinesia Francesa. Situado a 300 kilómetros al noroeste de Tahití y muy próximo a Rangiroa -sólo le separa una decena de kilómetros-, Tikehau se asemeja a una inmensa piscina natural -26 kilómetros de diámetro- con su casi circular laguna azul y sus playas de arena rosa. Tienen fama sus cálidas aguas de contar con los más abundantes bancos de peces del mundo. Aquí la industria perlífera no se ha desarrollado como en otras islas de la región. Un solo paso, denominado Tuheiava, permite acceder a su laguna, que alberga unos soberbios islotes donde habitan singulares colonias de pájaros multicolores.

Otra de las grandes atracciones del atolón Tikehau es el buceo, que permite divisar especies como las rayas manta, los tiburones grises y los de punta blanca. En el año 1987, el inevitable comandante Jacques Cousteau declaró a su laguna como "el mayor banco piscícola de la Polinesia Francesa". Pero no sólo de peces viven los paumotu, es decir, los habitantes del archipiélago de las Tuamotu. Los cocoteros surgen espléndidos y la industria de la copra ha jugado desde siempre un papel fundamental en la economía de la isla... hasta que recientemente han construido un maravilloso hotel de lujo y algunos han dejado de trepar por los cocoteros y son ahora camareros.

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