Hoteles-bodega de Castilla y León

Hace algunas décadas, el vino era simplemente un cultivo más en estas tierras de la profunda Castilla, dormidas en sus mesetarios parajes y en la memoria de su historia. Hoy sus extensos viñedos producen uno de los tintos más reputados del mundo, cuyo argumento se puede seguir de cerca desde estos cuatro hoteles-bodega.

Viñedo de la Ribera del Duero.
Viñedo de la Ribera del Duero.

Era el ritual sencillo y cotidiano del bar de la esquina, el olor de las viejas tabernas, la chispa humilde de las fiestas populares, el color de los vasos de la mesa de cada día. Hace dos décadas nada tenía el vino de glamour diario, a no ser puntualmente y entre comensales de alto copete, que bien elegían sus marcas favoritas y les daban caché en sus copas.

Con pretendidas entendederas, hoy en día balancea las copas cualquiera que se precie de estar en la onda, pues el líquido elemento de las cepas, por arte de modas y tendencias, se ha adueñado de la escena de lo selecto. El proceso de convertirse en algo chic, que alimenta el gusto de unos y el esnobismo de otros, tiene que ver con el desarrollo generalizado de la gastronomía y con la revalorización del vino en el mundo sajón. Pero bienvenido sea el asunto, que no es el vino bebida baladí, pues es historia y tradición, territorio de cultura.

Iglesias, castillos y ricos lechazos

La moda enófila ha sido pura bendición para muchas comarcas que, apartadas desde hace siglos del ritmo de la actualidad, se han convertido de la noche a la mañana en mecas de marca y estilo. Desde 1982 tienen los vinos de Ribera del Duero su Denominación de Origen, y en 20 años nada es lo mismo en esta zona castellano-leonesa que se extiende en el sur de la provincia de Burgos, en el noreste de la de Valladolid y en algunos municipios sorianos y segovianos.

Los viñedos han formado siempre parte del paisaje agrícola, como cultivo complementario, aunque ya se caracterizaban sus tintos por el fuerte cuerpo. Así había sido con los romanos y, aún más, con la llegada de los monjes de Cluny en el siglo XII. Dos iniciativas aisladas fueron las que atrajeron la atención sobre la comarca a costa de refinar los oscuros caldos, y así surgieron ese mito viviente que es Vega Sicilia en 1915 y el sorprendente prodigio que fue el tinto Pesquera en 1975. Hoy las viñas no son mero paisaje, pues forman parte de la monumentalidad. A esta parte del valle del Duero se viene a visitar las iglesias de San Esteban de Gormaz, o esa pura estampa medieval que es Peñaranda de Duero, o el altivo castillo de Peñafiel (actualmente museo del vino), y, por supuesto, a saborear el célebre lechazo de Aranda.

De aquí para allá sin dejar de mirar las cepas, con mucha curiosidad, tratando de adivinar qué tienen de especial para que luego su jugo cueste tan caro. Ya no son campos pequeños de plantas esparcidas por el suelo: se suceden las grandes extensiones con aparataje de postes y alambres por los que se elevan las ramas, dejando colgar al aire cada racimo, ese icono de tantas cosas. La ampliación de los campos de vides ha embellecido el perfil de una tierra agreste y un tanto esteparia: los chopos en la misma orilla del río y sus afluentes, más allá los cultivos y, bordeando el valle, las austeras laderas cubiertas de poca vegetación.

Un palacio del duque de Lerma

El verdor de este mundo mesetario, sometido a la extrema climatología continental, lo dan los bosques supervivientes, sobre todo de encinas y pinos. Tal era en realidad el manto original que hace siglos lo cubría todo, y a menudo sólo se ha conservado íntegro en el marco de grandes y nobles heredades que se podían permitir el lujo de no cultivar y preservar el bosque para cacerías y otros divertimentos.

A asuntos así dedicaron los Reyes Católicos la gran finca de La Ventosilla, a pocos kilómetros de Aranda. Tiempo después, su titular, el duque de Lerma, construyó allí un pabellón de caza que ofreció a Felipe III. El palacio, sobria construcción castellana de piedra sólo adornada por los escudos del duque en la fachada, es hoy la Posada Real de Ventosilla, uno de los hoteles-bodega de Ribera del Duero, un capítulo más y muy enjundioso en la trama del vino.

Es rotunda la presencia del palacio en medio de las extensiones de viñedos y bosques. Una iglesia moderna, que guarda en su interior los restos románicos y ornamentación barroca originales, flanquea la entrada al jardín que lo separa de la carretera. Se irá la vista un momento hacia un lado, donde están la piscina y los campos de tenis y baloncesto; pero enseguida se fijará en el herreriano edificio y toda la expresividad de su minimalista arquitectura. La expectativa de encontrar en el interior la misma auste ridad de la fachada se ve colmada con creces. Apenas unos toques de cierto empaque en el zaguán, que tan bien sigue recreando aquellas jornadas de caza, y enseguida se suceden el patio, los salones, la cafetería y el comedor, todos envueltos en el marrón de un alicatado un tanto conventual.

No destacan muebles ni ornamentos, todos enhebrados a esa sobriedad sin concesiones. Y lo mismo sucede en las habitaciones, donde sólo las líneas oblicuas del abuhardillamiento y la espléndida vista de viñas y bosques se salen de la escueta inspiración. Era lo buscado por quienes concibieron la posada para componer un espacio de sencillez y sosiego. El aire de retiro será bien distinto a la hora de visitar la bodega del vino de la finca, Prado Rey, que está a dos kilómetros e ilustra afanosamente toda la metamorfosis de las uvas en vino de calidad. Con cuerpo, mucho cuerpo. Como ha sido siempre. Como tiene que ser.

También es de piedra el edificio que ocupa el hotel Torremilanos, situado a las afueras de Aranda. Desde principios del siglo pasado existía en la finca una bodega que bien se esmeró siempre en producir un buen vino, cuando nadie se imaginaba que las viñas de la zona acabarían ostentando el sello de calidad que ahora tienen. Así que cuando la bodega, que ahora produce los vinos Torremilanos, Torre Albéniz y Monte Castrillo, se amplió y modernizó y se le añadió un hotel, la construcción tenía que ser suficientemente evocativa.

Edificio de líneas concisas

El efecto de casa con solera se consiguió en un acomodado ensamblaje de elementos, recreados en un jardín con fuente y rodeados de primorosas viñas. El acertado ambiente continúa en el interior, a través de salas, habitaciones, cafetería, restaurante y porche, concebidos todos en un seductor equilibrio de comodidad moderna y guiños históricos: arañas de techo, ornamentos y esculturas eclesiásticas, armarios de diferentes épocas y una impresionante colección de relojes. Todos los tiempos del vino luego se recorrerán en las diferentes secciones de la bodega, donde el trabajo no cesa y el olor ya describe el buen acabado de los caldos. Con ellos se regará la comida en el restaurante, esencialmente castellana y con los justos toques de innovación. Estamos en Aranda y el lechazo no puede faltar. Tan bueno que habrá que brindar... ¿con un cava? Sí, que aquí se elabora uno en toda regla llamado Peñalba López.

Razones hay de sobra para no dejar de celebrar las tradiciones, pero el mundo de Ribera del Duero, en primera línea de tendencias, se puede permitir también recrearse en el presente e incluso apuntar hacia el futuro. Tal es el criterio del hotel-bodega Hacienda Abascal, cerca del pueblo vallisoletano de Quintanilla de Arriba. Una edificación rectangular, de líneas limpias y concisas, surge entre los viñedos a escasa distancia de la carretera Valladolid-Aranda.

Se trata de una iniciativa que se puso en marcha en abril pasado, tan nueva que el vino que se prepara concienzudamente en esta finca, colindante con los viñedos de Vega Sicilia, aún no ha salido al mercado. El hotel, de tan sólo cinco habitaciones, está imbricado con la bodega, de tal manera que sus dependencias principales se avistan desde la recepción y el pasillo principal. La integración plena se da también con el exterior, a través de paredes acristaladas.

Es toda una exquisitez sentarse en alguno de los sofás del salón, acariciado por la calidez y la armonía de la moderna decoración, y no dejar de divisar a un lado y a otro la extensión de los viñedos.

Los tonos marrones y las formas simples están igualmente bien interpretadas en las habitaciones, también integradas en el paisaje a través de enormes ventanales. Plena parte del entorno es la terraza superior, donde el área de sillas y mesas se abre en medio de dos viñas cuadradas a modo de jardín, que también envuelven el círculo acristalado del restaurante. Los sabores castellanos se mezclan aquí, lógicamente, con unos toques de modernidad y con esa bien cuidada sensación de estar dentro del paisaje.

Elegancia clásica

Se suceden las hileras de vides y unos kilómetros más adelante, en el término municipal de Quintanilla de Onésimo, se alza junto a la carretera la bodega Arzuaga Navarro, autora de los tintos Arzuaga y La Planta y el blanco Fan D. Oro. Las proporciones de la construcción que alberga el hotel que comparte edificio con la bodega ya dan seña de otra vocación. Elegancia clásica que afianza la comodidad y no apuesta por la innovación invade salones, habitaciones e incluso las salas de cata de la bodega.

Grandes salones, numerosas habitaciones, menú castellano y de altos vuelos... Todo muy adecuado para acontecimientos de ciertas dimensiones, simposios y reuniones empresariales. Esas ocasiones en que algunos dejarán ver a los demás su estudiada maña para mover la copa, oler el vino y describirlo con las palabras precisas. Lo dicho, toda una cultura.

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