La cara más salvaje de la costa oeste de Irlanda

Al oeste de Irlanda se extienden los condados de Clare y de Galway, en los que se suceden valles y colinas tapizadas de verde, grandes acantilados y puertos pesqueros, con localidades bulliciosas y humildes, en las que el sabor del mar se mezcla con el de la cerveza o el whisky; centros urbanos en los que conocer sus históricos pubs e islas como las del archipiélago de Aran para maravillarse de su geología y su naturaleza intacta.

Un paseo por la costa más salvaje de Irlanda.
Un paseo por la costa más salvaje de Irlanda. / Cristina Candel

Cruzamos la isla esmeralda desde Dublín en la costa oriental al oeste irlandés en el otro extremo mucho más salvaje y nuestro primer objetivo son los famosos acantilados de Moher. Estas formaciones rocosas que se extienden a lo largo de ocho kilómetros empezaron a ser conocidas cuando David Lean las utilizó como una localización de su película La hija de Ryan, ganadora de dos Oscar.

Hace 52 años el sendero superior de estos farallones cortados que alcanzan en algún punto los 214 metros se podía recorrer libremente, lo que permitía admirar a frailecillos, cormoranes y araos, pero los abundantes accidentes mortales que se producían obligaron a marcar los caminos y a colocar algunas vallas de protección. Y lo cierto es que con esa seguridad o sin ella la panorámica que regala este lugar fascina a cualquiera contemplando los montes de Kerry y Connemara y tres grandes ballenas de piedra que conforman las ancestrales islas Aran. 

Ovejas en el fuerte de Caherconnell.

Ovejas en el fuerte de Caherconnell.

/ Cristina Candel

En realidad, estos acantilados y el área más próxima conocida como The Burren han recibido en los últimos tiempos un impulso económico y turístico sin parangón, ya que se han convertido en el principal líder global del turismo sostenible. Gracias al impulso de 70 negocios locales, el geoparque irlandés de Burren, uno de los paisajes más espectaculares del mundo, ha conseguido promocionar la región a través de la sostenibilidad y el turismo responsable.

Igual puedes encontrar una perfumería campestre (The Burren Perfumery) en medio de un paisaje kárstico casi lunar, que fabrica cosméticos y perfumes orgánicos inspirados en el paisaje del área, que disfrutar una experiencia en una granja de ostras (Flaggy Shore Oysters) o asistir a una sesión de perros entrenados para cuidar de las ovejas en el fuerte de Caherconnell de la mano de Grey, un pastor que ha mantenido esta tradición durante más de 50 años.

Dolmen de Poulnabrone.

Dolmen de Poulnabrone.

/ Cristina Candel

Por encima de todas estas experiencias, The Burren es en sí mismo un gran atractivo. Tony Kirby trabaja como guía autónomo para The Burren National Park desde 2002, tiene 63 años y se siente muy orgulloso de mostrar un lugar muy especial: “Geológicamente es un sitio único —comenta en la entrada de este parque—, no existe nada parecido en el resto de Europa con tanta superficie de roca cárstica. Hace mil años lo descubrieron los monjes y lo llamaron la roca fértil, pero su historia es mucho más antigua, y todavía hoy hay dos mil monumentos arqueológicos en un espacio de 350 kilómetros cuadrados”.

Todo el parque nacional, que abarca 1.500 hectáreas desde 1991, está surcado en una llanura cárstica por grietas en las que crecen líquenes y especies alpinas como la genciana y cientos de flores que se asoman entre las rocas. “Una mágica combinación de plantas ártico-alpinas con otras especies mediterráneas”, apunta Kirby. 

También su fauna es peculiar porque hay casi un centenar de especies de aves rapaces y marinas, zorros, martas, ardillas y la cabra feral, que vive asilvestrada. Por otro lado, el interior de The Burren resulta llamativo porque bajo la superficie de esta área se extiende una vasta red de grandes cuevas y ríos subterráneos. Una de estas cavidades es Aillwee Cave, muy próxima a Ballyvaughan, con más de 330 millones de años de historia en las que los guías te explican dónde se pueden apreciar las huellas del oso pardo. Esta es la única cueva abierta al público y con la entrada puedes asistir a un espectáculo de aves rapaces y a una demostración del queso que se elabora en esta área.

Sendero en Inishmore.

Sendero en Inishmore.

/ Cristina Candel

The Burren es también un lugar muy místico con muchos misterios. Alguno se puede entrever en Eagle’s Rock, la Roca del Águila, el rincón secreto de Kirby a la hora de desconectar y olvidarse de los problemas del día a día. “En la base de esta montaña hay un bosque muy antiguo —comenta señalando el lugar con su brazo derecho— y dentro de él existe una ermita a la que se conoce como el Oratorio de Colman. Este fue un ermitaño que vivió en una cueva durante siete años al lado de un pozo y una capilla. Hubo muchos monjes como Colman que se aislaron en este bosque para buscar un intenso lazo espiritual y yo, cuando acudo a este lugar, me siento conectado a algo especial, no digo que sea a Dios, pero es una energía muy envolvente.” 

Casa típica en la isla de Inishmore.

Casa típica en la isla de Inishmore.

/ Cristina Candel

Algo parecido puede sentirse también en la carretera de Corofin cuando admiras el dolmen de Poulnabrone con su llamativa silueta inclinada. Es este uno de los monumentos arqueológicos más emblemáticos de Irlanda y el segundo lugar más visitado en The Burren después de los acantilados de Moher. Los expertos lo consideran el monumento megalítico más antiguo de Irlanda y de hecho, la arqueóloga Anne Lynch comprobó en la década de 1980 cómo existían restos de 33 personas en la cámara principal de la tumba que estuvo en uso continuo durante un período de 600 años. Dentro aparecieron hachas de piedra pulida, colgantes de huesos, cristales de cuarzo y armas de sílex. 

Otro monumento posterior del siglo XIII, Corcomroe Abbey, es sin duda el más bello de The Burren. Este convento cisterciense en ruinas destaca por sus capiteles con cabezas humanas y motivos florales en sus capillas y sus tumbas como la del rey Connor O’Brien. La aridez de The Burren embauca a pesar de la ausencia de árboles, de agua exterior e incluso de tierra sin rocas, pero en algunos puntos, como en Abbey Hill, se obtiene especialmente al atardecer una hermosa panorámica de la costa ya próxima a Doolin.

Castillo de Dunguaire.

Castillo de Dunguaire.

/ Cristina Candel

Su cercanía se adivina al divisar la torre circular del castillo de Doonagore, aunque se trata de un pueblo de pescadores famoso por sus pubs, donde resuena la música de los bodhrán (tambores), las tin whistles (flautas) y las pipes (gaitas). De su sencillo puerto parten los barcos rumbo a las islas Aran, otra alternativa además de la de Galway para descubrir este archipiélago que en realidad es una prolongación geológica de la meseta cárstica de The Burren. Estas islas rocosas y expuestas al viento son, sin duda, un auténtico refugio de la cultura gaélica y de las costumbres rurales más enraizadas de Irlanda, además de un paraíso para la avifauna, de una belleza inhóspita.

Inis Mór (Inishmore), Inis Meáin e Inis Oírr son las tres islas principales del archipiélago, pero la más grande es la primera y la que más visitantes atrae. Los isleños en Inishmore siguen siendo pocos, unos mil vecinos, tantos como coches que circulan siempre con mucha precaución, y hay dos escuelas para niños y un puerto donde atracan los barcos de Galway y Doolin, con más frecuencias en verano (unas 12 diarias), la época en la que la isla se transforma con decenas de bicicletas alquiladas a diario y un puñado de coches de caballos que trasladan a los visitantes a los lugares más interesantes.

El fuerte Dún Aonghasa (fuerte de Aengus), erigido en la Edad de Piedra, suele ser el más concurrido junto a Dún Déchatair (fuerte Negro), pero no debes dejar de visitar Eochail Tower, el faro más espectacular, algunas ruinas e iglesias medievales, como Na Seacht d’Tempaillt (las Siete Iglesias), con cruces altas del siglo XII, y asomarte a la espectacular costa del sur, siempre expuesta al agitado océano Atlántico, llena de rocas, muros de piedra y acantilados gigantescos en Gort na gCapall.

Acantilados de Moher.

Acantilados de Moher.

/ Cristina Candel

En este punto te asombrará Poll na bPéist (The Wormhole), una poza rectangular de agua de mar natural que se asemeja a una piscina donde el baño resulta delicioso y no pararás de tomar fotografías. A este lugar, surgido de forma natural, se le conoce como La guarida de la serpiente y cuenta con varios canales subterráneos que se conectan con el océano. Cuando la marea sube, el agua se precipita hacia el agujero a través de una cavidad y llena la piscina.

Por último, no dejes de ver el Aran Sweater Market para conocer la calidad y tradición de los suéteres y jerséis de estas islas. Todos los tejidos están elaborados con lana al cien por cien y cada pieza es casi una obra de arte, pues se necesitan más de 60.000 puntadas individuales que en muchas ocasiones requieren 100 horas de trabajo.

Galway y sus pubs

El viaje continúa regresando a Galway, la población más vibrante en esta parte de la costa occidental irlandesa gracias a su prestigiosa universidad, que atrae a miles de estudiantes extranjeros y a un puñado de monumentos medievales como el Lynch’s Castle, la residencia de la familia Lynch, la más poderosa de los gobernantes irlandeses, o el Spanish Arch, reminiscencia de las murallas de la ciudad en la mitad del siglo XV que fue destruido parcialmente en 1755 por el maremoto que siguió al terremoto de Lisboa. Este último era el lugar al que acudían cada noche los estibadores que descargaban los barcos españoles repletos de vino y de licores para tomar uno de esos barriles sustraídos que procedían de la península ibérica. 

Abadía de Kylemore.

Abadía de Kylemore.

/ Cristina Candel

Ese fue el germen para que surgieran los primeros pubs en el puerto de Galway durante los siglos XV y XVI, el centro del comercio del vino, especias, pescado y sal con Portugal y España, y para que ahora sean por su número y su tradición una de las atracciones principales de locales y foráneos. En los pubs te tomas el primer café de la mañana y la última pinta de cerveza rubia o negra por la noche, y por el camino muchos degustan un pie o dos de carne irlandesa a la hora del lunch. Un buen ejemplo es el O’Connors por su atmósfera gaélica y su colección de relojes, vajillas, aparejos de pesca y otras antigüedades, un auténtico pub irlandés sin televisión y donde no se sirve comida.

Para degustar esta ciudad bohemia y amante de la música tradicional no dudes en pasear por sus callejuelas antiguas o su paseo marítimo hasta el pueblo costero de Salthill y cruzar uno de los cuatro puentes del río Corrib. Quizás el puente de Salmon Weir es el más icónico de la ciudad, pues se construyó en 1819 para que los condenados lo atravesaran desde el nuevo Palacio de Justicia en la orilla oriental del río hasta la prisión levantada en la orilla opuesta.

Un poco más arriba de este puente, las aguas del Corrib se represan en un punto donde pueden contemplarse los bancos de salmones antes de emprender el remonte del río. Otra visita que nos recuerda el pasado medieval de Galway es la de su Mercado Viejo, abierto todos los sábados por la mañana con decenas de campesinos que venden sus productos hortícolas y artesanales junto a la Iglesia de San Nicolás.

Abadía de Corcomroe, el monumento más bello de The Burren.

Abadía de Corcomroe, el monumento más bello de The Burren.

/ Cristina Candel

Connemara, agreste y romántico

Desde Galway la N59 conduce más al oeste hacia el Parque Nacional de Connemara, la región más agreste, abrupta y romántica. Es esta una zona de 2.000 hectáreas con montañas, lagos y turberas, donde el sol, la lluvia y el viento conforman una sinfonía de colores: verdes y marrones intensos, grises en las rocas escarpadas y plateados en los numerosos espacios lacustres que se esparcen por el parque. 

Paisaje en la isla de Inishmore.

Paisaje en la isla de Inishmore.

/ Cristina Candel

Mucha naturaleza y pocos monumentos, aunque se lleva la palma en este último capítulo la abadía de Kylemore, resplandeciente incluso en los días de lluvia con sus aguas próximas y los rododendros y fucsias que lo rodean. El edificio victoriano de estilo neogótico fue erigido por un rico comerciante de Liverpool para regalárselo a su esposa, quien falleció al poco tiempo de que acabaran las obras, y terminó siendo un internado de niñas al final de la Primera Guerra Mundial.

Las vistas más espectaculares de esta área se encuentran en el Parque Nacional de Connemara, y uno de los mejores sitios para disfrutarlas es la colina Diamond Hill. Existen cuatro senderos de diferente longitud y dificultad, identificables con diferentes colores, y se puede acceder a cada uno de ellos desde el Centro de Visitantes situado cerca de Letterfrack. Existen muchos restos de la presencia humana en el parque. Se estima que las tumbas más antiguas tienen más de 4.000 años y también hay un cementerio de principios del siglo XIX del que se sabe muy poco y un pozo llamado Tobar Mweelin que sigue suministrando a la abadía de Kylemore desde 1870.  

Teaghlach Éinne, la Casa de Santa Enda, es probablemente el lugar más sagrado de Inishmore. Según la tradición, en este viejo monasterio yacen enterrados más de 120 santos, incluido el del propio San Enda, aunque nadie puede señalar su tumba particular. El monasterio, del siglo VII-VII, está repleto de lápidas, tumbas y cruces que se hunden en algunos casos entre las dunas próximas al mar.

Si quieres descubrir este cementerio debes acudir a Cill Éinne, muy cerca de Killeany, pero solo queda del antiguo monasterio una pequeña capilla en ruinas y una placa que recuerda la importancia del santo en las islas Aran. Desde las cruces de este campo santo, amontonadas de forma caprichosa, se disfruta también de una gran vista del aeródromo de Inishmore y de su costa más salvaje.

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