Los barrios bohemios de la capital europea, Bruselas

Escondida por altísimas torres de cristal y granito, protegida de avalanchas turísticas por su llorosa climatología e injustamente califi cada de gris y burócrata, Bruselas, capital de Europa, se dispone a celebrar por todo lo alto los 50 años del Tratado de Roma. Joven, dinámica e indomable, atractiva y plural, desenfadada y solitaria, Bruselas ha descubierto su verdadera vocación cosmopolita y está deseando compartirla.

Los barrios bohemios de la capital europea, Bruselas
Los barrios bohemios de la capital europea, Bruselas

Cuenta la leyenda que sus días son grises y sus noches oscuras, que sus gentes apenas hablan con el visitante y sus bares no tienen música, pero las leyendas también saben mentir y para comprobarlo basta con visitar una ciudad que ha sido capaz de cambiar el chip y reinventarse con una vocación tan clara como saludable: divertirse. La urbe ha sacado partido a su gusto por la mezcla de culturas y el resultado salta a la vista. Bruselas ha quitado el polvo a sus estereotipos y ha revelado su lado lúdico y plural.

La mezcla de culturas le viene de lejos a Bruselas. Desde la Edad Media su pujante actividad comercial convirtió sus canales -hoy soterrados- en bulliciosos portadores de voces de otras tierras. En sus plazas y mercados ya se hablaban entonces varias lenguas, se conocían varios credos y se honraba a muchos dioses. Bruselas se impregnó de este cosmopolitismo, y con los años su vocación vanguardista quedó reflejada al ser la primera en soñar con una Europa unida. Cincuenta años después de firmar el Tratado de Roma, la vieja Bruselas, paciente y opti- mista, enseña orgullosa el resultado de este sueño y se dispone a celebrarlo. Desde entonces miles de europeos que soñaron lo mismo han poblado sus calles dejando en cada una de ellas un poquito de ellos mismos. Y hoy vivirla es vivir Europa, conocer íntimamente las costumbres de sus habitantes, disfrutar la vida al estilo que mejor representa la esencia del Viejo Continente. Bruselas se hace nuestra en cada visita. Por eso es una ciudad llena de lugares secretos, por eso junto a sus amplias avenidas y sus parques habita un laberíntico mundo de callejuelas estrechas y pequeñas plazas que hacen que el placer de descubrirla sea siempre personal e intransferible.

Es casi imposible hablar de Bruselas sin hablar de sus pintorescos barrios, y es casi un pecado perdérselos. El paisaje de la ciudad cambia en cada uno de sus rincones, aunque nunca llega a perder del todo su esencia, convirtiendo su descubrimiento en un paseo por la historia de Bruselas y de aquellos que la hicieron posible. Un entramado de calles que se presenta ante el visitante con el mecanismo de las muñecas rusas, siendo la más grande, la que les contiene a todos, la Grand Place, que constituye el auténtico alfa y omega de una ciudad cuyo corazón late en muchos idiomas. La Grand Place es el centro histórico de Bruselas, el símbolo más fotografiado y representativo. Es enorme y la riqueza de sus fachadas apabulla al viajero, que tiene que asimilarla en tandas, dándole a cada una su debida importancia. Y si impresiona de día, de noche tiene algo mágico. Allí está el señorial Ayuntamiento y allí también se encuentra la mayor concentración de turistas de la ciudad. En las calles adyacentes late la vida y el bullicio: chocolaterías, cafés, cervecerías, tiendas de recuerdos y un sinfín de restaurantes llaman con sus cantos de sirena al visitante. Es el inicio del trayecto.

No lejos se halla el Manneken Pis, otro de los símbolos de la ciudad por antonomasia, una estatua pequeña y sonriente que mira burlonamente al que la descubre. Detrás de las filas de turistas japoneses armados hasta los dientes con cámaras de foto y de vídeo, un niño pequeño orina buscando con sus ojos un lugar que no aparece en los mapas. El milagro de la sugestión vuelve a triunfar y la imagen del niño vuelve a dar la vuelta al mundo. Desde aquí podemos adentrarnos en la zona conocida como Mont des Arts, un distrito a medio camino entre las enormes avenidas del Parque de Bruselas y los coquetos jardines del Petit Sablon. El lugar marca el límite entre la ciudad alta y la baja y, como todo puesto estratégico, está lleno de movimiento. En los Museos Reales de Bellas Artes los amantes de la pintura querrán quedarse a vivir. La colección de pintores flamencos es impresionante, desde Rubens hasta Memling, pasando por Bosch, Bruegel y Cranach, y llegando a tiempos más cercanos donde admirar el arte de Magritte y Delvaux. No muy lejos se encuentra el impresionante Palacio Real, el Museo de Arte Moderno y el Antiguo Palacio de Bruselas.

Obnubilados por tanto arte, nada mejor que darnos un baño de multitudes en las alegres callejuelas del Sablon, un barrio bohemio y hechicero que está muy de moda y tiene olor a vanguardia. No es de extrañar, ya que es el territorio de mucha gente joven, que se arremolina alrededor de sus coloristas cafés y restaurantes charlando hasta que la noche se hace dueña de la ciudad. Entonces hay que cambiar de escenario y continuar la visita en uno de sus modernos locales de copas.

Este barrio también resulta bastante famoso por dar cobijo a uno de los mercadillos callejeros más famosos de Europa, el Mercado de las Pulgas, un cocedero de tendencias donde los más listos de la clase podrán encontrar alguna artística ganga y los más confiados podrán regresar a casa con algo que nunca van a utilizar y que posiblemente ni tan siquiera les guste. También merece la pena degustar con mucha calma la exquisita gastronomía local, con sopas y guisos que cortan la respiración y reponen del paseo al alma más exigente.

Ya estamos listos para entrar de lleno en el corazón del diseño. El barrio de Dansaert es la cuna de la moda en Bruselas, tiendas y talleres que parecen salidos de un cuento y que tientan sin tregua al viajero. Los mejores creadores conviven con aquellos enamorados del pasado ya que, aparte de ofrecer las últimas tendencias en moda, el barrio de Dansaert es famoso por sus lujosas tiendas de segunda mano, donde los seguidores del vintage podrán convertir su armario en el de una estrella sin tener por ello que dejar de llegar a fin de mes.

No muy lejos se encuentra el Mercado cubierto de Saint-Gery, otro de los barrios más palpitantes de la ciudad. La bohemia se mezcla con lo étnico sin remordimientos y la movida está asegurada. Sin embargo, las apariencias engañan porque precisamente aquí es donde surgieron los primeros asentamientos de la ciudad. Y es también aquí donde el surrealismo belga hunde sus raíces; no en vano fue el barrio del genial Magritte, que acostumbraba a jugar al ajedrez en la todavía existente taberna Greenwich. Los mitómanos lo tienen fácil. Quizá por esa influencia surrealista, aquí es donde se rinde homenaje a la mascota de la ciudad, Zinneke, un perro bastardo que acostumbra a posar en actitudes más bien obscenas. Para terminar la visita nada como pasar un rato contemplando la Iglesia de Sainte Catherine, una mezcolanza de estilos: neorrománico, neogótico y neorrenacentista; una buena prueba de que la modernidad es la consigna del barrio desde antiguo.

El barrio de Saint Boniface, en el municipio de Ixelles, es el mejor exponente de la nueva realidad social en Bruselas. Es el rey del mestizaje: en tan sólo seis kilómetros cuadrados conviven más de 169 nacionalidades. Al final de la Chaussée d''Ixelles se encuentra Flagey, antiguos cuarteles de la radio belga hoy convertidos en un pionero centro cultural cuyas exposiciones son el colmo de lo ecléctico e innovador.

Entre los parques del Cinquantenaire y de Leopold se encuentra el mejor exponente del futuro europeo: el Parlamento y los edificios de las Instituciones de la Unión Europea. Un paseo por Bruselas es un paseo por Europa, un recorrido por la forma de amar y divertirse de un continente en constante evolución, una fuente inagotable de sorpresas.

Desde sus eclécticos bares de marcha hasta sus sibaritas restaurantes, desde los puestos callejeros de ropa o comida hasta los improvisados conciertos de sus plazas, desde las fachadas centenarias hasta los edifi cios más modernos, aquí huele a Europa, y si Europa ha venido para quedarse, Bruselas se ha reinventado para ofrecer todo lo mejor del Viejo Continente.

Uno de los secretos mejor guardados de la capital belga radica en su riquísimo patrimonio en edificios art noveau, verdaderas joyas de la arquitectura que emanan calma y belleza desde todos los rincones. Fachadas, vidrieras, cerámicas, mosaicos y enrejados de singular composición, testigos de una época decidida a rendirle culto a la estética. Un nombre destaca en la ciudad de Bruselas, el del genial arquitecto Víctor Horta, un visionario empeñado en devolver a la urbe su antiguo esplendor a través de la musicalidad desprendida por la piedra. Un amante de la belleza que dejó su serena impronta en un nutrido número de edifi cios.

La Oficina de Turismo de Bruselas propone un recorrido en bicicleta por los mejores exponentes de este arte, una delicia divertida que gana mucho con el buen tiempo. Si prefiere pasear, tenga en cuenta esta serie de nombres. Primero, el Hotel Van Eetvelde (Avenue Palmerston, 2). Víctor Horta creó este imponente edificio entre los años 1895 y 1897. Su entonces dueño era el barón de Eetvelde, secretario de Estado de Leo- poldo II, un hombre caprichoso obsesionado con la luz. Su idea era construir su casa en torno a dos gigantescas habitaciones: el salón y el comedor. Los impresionantes ventanales de la fachada dan fe de que su petición fue satisfecha.

Segundo, los antiguos almacenes textiles Waucquez (Rue des Sables, 20). La sobria fachada del edificio, que alberga al actual Museo del Cómic, puede inducir a engaño. Es fruto de la segunda etapa del arquitecto Víctor Horta, mucho más comedida y aligerada de ornamentos. Sin embargo, la impresionante escalinata interior rompe totalmente con la idea de sobriedad. La luz es la gran protagonista y se filtra a raudales a través de la magnífi ca cúpula de cristal que preside el edifi cio.

Estos dos edificios constituyen sólo dos buenos ejemplos, pero hay muchos más. El art nouveau sigue vivo en Bruselas y qué mejor manera de descubrirlo que paseándolo con toda la calma y toda la atención que se merece.

Síguele la pista

  • Lo último