Ayutthaya, las melancólicas ruinas de la ciudad impenetrable
La antigua capital de Tailandia es hoy un recinto fantástico en el que asistir al esplendor y la caída de un reino

Fue una de las ciudades más prósperas del sudeste asiático y uno de los centros mercantiles más importantes de Oriente. Hoy Ayutthaya es, además de un Parque Histórico declarado Patrimonio de la Humanidad, una de las visitas imprescindibles en Tailandia. Pasear entre sus ruinas es revivir una época dorada, vanidosa y exótica, que viene a recordarnos aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor.

Es cierto. Tiempos más boyantes de los que hoy corren vieron aquellas piedras centenarias, las mismas que se erigieron durante uno de los reinados más influyentes del sudeste asiático. Porque ahí donde se la ve, imponente pero olvidada, fastuosa pero decrépita, Ayutthaya fue la capital de Tailandia en aquella época remota en que a este país asiático se le conocía por el nombre de Siam.

Un Imperio descomunal
Eran los años de la prosperidad, del glamour, de la tímida, pero decisiva apertura a Occidente. Ayutthaya, cuyo nombre completo significa ciudad impenetrable, había sido fundada en 1350 por el rey Ramathibodi I (el afamado U Thong), que llegó desde tierras lejanas huyendo de una epidemia. Le hizo falta poco tiempo para extender su dominio: a mediados del siglo XVI, este reino controlaba, desde esta sede de las llanuras centrales, buena parte del territorio del país. Un imperio que llegó a dominar una zona mayor que Francia e Inglaterra juntas.

Durante este periodo florecieron las artes decorativas, se acometieron reformas legales y se fomentó el comercio con el resto del mundo. Rendidos ante su magnificencia, pusieron pie en Ayutthaya los primeros europeos, y no sólo aquellos que se movían al olor del trueque sino también misioneros, mercenarios o simples aventureros en busca de nuevos horizontes.
La Venecia de Oriente
Portugueses, franceses, daneses, ingleses... quería tender lazos de influencia con la ciudad más importante del momento. Cuentan viejos documentos de la época que lo primero que veían los visitantes extranjeros eran las opulentas falúas reales atestando los cauces fluviales. Y que por esta razón, Ayutthaya llegó a ser bautizada como 'la Venecia de Oriente'.

No era para menos. Asentada en la confluencia de tres ríos (Chao Phraya, Lop Buri y Pasak) la ciudad quedaba rodeada por el agua, convertida en una isla a la que vertebraron de canales para favorecer la comunicación interna. Sobre este ingenioso trazado, los avispados arquitectos del reino levantaron los famosos wat, esto es, los templos que componen el conjunto, unas estructuras tan profusamente ornamentadas que causaron fascinación.
Templos por aquí y por allá
La isla central acogía los lugares más impresionantes. Entre ellos, y sólo por citar algunos entre los cientos que conforman el lugar, estaba el Wat Mahathat, considerado en su día el centro del universo. Era éste un complejo enorme, con más de 200 chedis y un esbeltísimo prang, en el que residía el patriarca supremo junto a las reliquias de Buda.

También estaba el Palacio Real, que era el centro administrativo de la ciudad y que albergaba un conjunto de jardines y edificios, tales como las oficinas de gobierno, los salones del trono y las estancias donde tenían lugar las ceremonias de coronación.
Fin de la gloria
Cuatro siglos, 33 reyes y diferentes dinastías recorrieron el reinado Ayutthaya, que tocó a su fin después de muchos años de luchas con Birmania (hoy denominada Myanmar), cuando se produjo el tremendo saqueo de su capital en el año 1767. Estos ejércitos atroces tuvieron el detalle de respetar la arquitectura, pero incendiaron y devastaron la ciudad y decapitaron muchas (casi todas) las estatuas budistas.

Una de las que sobrevivió es la que más llama la atención de todo el conjunto monumental: la de la cabeza de Buda aprisionada entre las raíces de un ficus en el templo Wat Phra Mahathat. Es la imagen de este recinto, que lleva impreso el aura melancólico de los grandes imperios venidos a menos.
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