Verdades no incluidas, por Jesús Torbado

Elijo al azar mi destino y cuando mi ordenador empieza a echar cuentas finales del coste del "todo incluido", me explica que debo contar con la añadidura de tanto por tasas, más emisión del billete, más carburante... aunque el petróleo lleva tres semanas bajando.

Verdades no incluidas, por Jesús Torbado
Verdades no incluidas, por Jesús Torbado

El mareo y las indignaciones sucesivas que la magia de la Internet y los nuevos descubrimientos de la publicidad han traído a viajeros y turistas son para una antología de obscenos y reiterados disparates. Una institución pública me envía desde Italia un billete llamado electrónico para viajar en Iberia hasta Milán; lo paga con su propia tarjeta de débito. Llego afanoso a facturar en la célebre, bella y denostada T4. Salvada la cola, la empleada de Iberia me exige rotunda, junto al DNI, que le muestre la tarjeta con la que he pagado. Explico dónde está ese trozo de plástico y cómo llegó el billete legal a mis manos. Que si quieres arroz, Catalina. Se pone borde, hostil y no me explica por qué hoy no vale un medio de obtener billete que la compañía ha promovido tanto. Su máquina dice, sí, que el billete está pagado y bien pagado, pero la moza de uniforme necesita ver físicamente la tarjeta (la que está en Brescia); son las normas. Si quiero viajar a Milán en el vuelo que tengo reservado, debo comprar otro billete, con mis euros o mi tarjeta. Media hora de disputa y el avión a punto de despegar. Compro un nuevo billete. Ya en Italia, después de mucha furia, Iberia devuelve el dinero a quien había pagado primero. ¿Excusas? Para qué. Haber buscado una compañía low cost ...

Pretendo más tarde reservar un hotel Barceló en Estambul. Por Internet me dicen que está completo en los días que propongo. Reservo en el otro hotel de la misma cadena, más caro. Tres horas más tarde me avisa el primero de que tengo confi rmada mi reserva solicitada y carga en mi tarjeta cinco euros por la operación. Llamo a Atención al Cliente para deshacer el entuerto de dos reservas. Responde, como siempre, la misteriosa moza argentina del call center . Que ella no puede hacer nada, que ella no está autorizada, que el Sistema (¿el Gran Hermano, Dios?) no lo permite... Me pongo furioso y cancelo también la reserva del otro hotel, del caro. Total, diez euros que me birlan.

Para salvarme de tan repentino estrés, decido irme al Caribe, un lugar que aborrezco por el calor, el sudor, el agua caldosa, el aburrimiento, la masifi cación y la obligación todo incluido de comer y beber más de lo que necesito y quiero. Generosidad de anuncios y avisos en prensa y en Internet (quizás también en la televisión, pero yo no veo la tele desde hace ya siete años), con unos precios realmente fabulosos, tanto en los aviones como en los estupendos hoteles.

Esos precios empiezan con un aviso en letras ladeadas que dice " desde ". Pero he llamado tarde, ay de mí, y en ninguna parte queda ya una tarifa con cualidad " desde ". Quizás la compañía aérea, el mayorista, el hotelero o el Coro de Arcángeles y la Sublime Puerta han ofrecido una plaza única con el precio " desde " para no mentir y que les castigue la vigilancia, y solucionado este negocio el resto de plazas cuesten ya tres veces más. Pregunto a diversas argentinas de Atención al Cliente y todas me contestan que eso es lo que hay, que no lo permite el Sistema, que no es publicidad engañosa ni tomadura de pelo, ni mucho menos, que, en fi n, lo toma o lo deja, muchas gracias, señor, feliz Navidad, amén.

Me resigno, así es la vida, esto es lo que hay. Elijo al azar y cuando mi ordenador empieza a echar cuentas fi nales del coste del todo incluido , me explica que debo contar con la añadidura de tanto por tasas, más emisión del billete, más carburante. ¡Alto ahí!, me digo, y pongo fi rme al Sistema. El petróleo lleva tres semanas bajando de precio, acabo de leerlo en la prensa, así que deberían hacerme una sustanciosa rebaja por el menor precio del queroseno. Pero al otro lado nadie se da por aludido. Esas son las normas y si usted desea rebozarse en los arenales del Caribe o paga la cuenta fi nal que le ordenamos o se queda en casa.

Bendita oportunidad: me permite justifi car mi ausencia de la felicidad del todo incluido . Nada de paraísos caribeños. Y me empuja a marcarme un delicioso crucero marítimo de los que tanto anuncian, asimismo con la ventaja de precios muy arreglados. Pero en un añadido de letras superminúsculas me previenen ya de un diez por ciento de pago extra como propina obligatoria para el servicio de a bordo. ¿Propina obligatoria? ¿Qué brutalidad es esa? Decido no entrar en más detalles. Me quedo en casa. Doy un silbido a mi perra y nos vamos juntos a pasear entre las encinas. Allá ellos con sus verdades y sus mentiras.

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