Przhevalsky, por Luis Pancorbo

Przhevalsky, por Luis Pancorbo
Przhevalsky, por Luis Pancorbo

A veces los rusos se dejan llevar por la exageración. Al lago Issyk Kul le llaman "el ojo azul del planeta". Otra cosa es que gestas y exploraciones rusas en Asia hayan pasado en sordina. Y lo mismo hombres de la talla de Nikolay Mikhailovich Przhevalsky, quien encierra el espíritu de aventura, la largueza de miras, la capacidad de resistencia y el logro geográfico más pionero. Indiscutible fue asimismo su altura, 199 centímetros, y su peso de 140 kilos. Nació en el año 1839 en Kimborovo (región de Smolensk), en el seno de una familia bielorrusa de ilustres cosacos, y se le acabó llamando, con bastante razón, el Stanley ruso.

Przhevalsky llegó a ser coronel del ejército zarista, aunque le interesaron temas como la caza de ánsares y de paisajes intactos. En 1864 fue elegido miembro de la Imperial Sociedad Geográfica Rusa, para la que redactó un sólido Informe Militar- Estadístico del área de Priamursky. A partir de ahí vinieron sus expediciones aún hoy imbatibles. En 1868-69 exploró el Usuri acopiando datos de primera mano. De 1870 a 1873 atravesó el desierto del Gobi y se adentró por regiones incógnitas de Asia Central realizando registros barométricos, magnéticos, astronómicos... Le acompañaba un equipo humano reducido y bien seleccionado. Pasó los mejores años de su vida entre tormentas, espejismos, arenas movedi zas y temperaturas extremas. En su segundo viaje cubrió más de 11.800 kilómetros, y al volver sano y salvo a San Petersburgo, con 1.100 pájaros disecados y 35 pieles de tigres y otros animales, el emperador Alejandro II le cubrió de honores. Magnífico y muy traducido fue su libro sobre aquel viaje, Mongolia y un País de Tanguts (1875).

Pero entre 1876-79 se superó atravesando el desierto Takla-Makan y dando fe de la existencia del misterioso lago Lobnor. No era salado como se creía. Por desgracia, al final del siglo XIX el Lobnor desapareció. En aquel viaje llegó a China Occidental y bordeó el Tíbet, meta deseada de los exploradores blancos. Contrajo el tifus al beber agua en malas condiciones y, con todo, su expedición fue considerada un éxito, no sólo reconocido en la madre patria sino por las sociedades geográficas de París y Berlín.

Przhevalsky hizo un tercer gran viaje en marzo de 1879 con el objetivo de estudiar las cabeceras de los ríos Azul y Amarillo en el altiplano tibetano. No era tarea fácil. Los tibetanos creían que los rusos tenían tres ojos y el poder de convocar la tormenta. Se corrió la voz de que aquel ruso gigantesco era un santo capaz de curar cualquier cosa y que deseaba conocer al Dalai Lama. A sólo 240 kilómetros de Lhasa, su sueño, los chinos le presionaron para que no continuara. En aquel viaje de 8.000 kilómetros fue cuando encontró los taki, los que aún se conocen como "caballos de Przhevalsky", bellas y robustas criaturas que se han salvado por los pelos de la extinción. Y herborizó hasta 12.000 plantas de 1.500 especies. Y escribió otro libro fundamental, Desde Zaisan a través de Khami al Tíbet y las cabeceras del río Amarillo (1883).

Su cuarto y último viaje, iniciado en noviembre de 1883, le llevó por las arenas movedizas de Tarim y por los pantanos de Tsaidam. Cruzó montañas nunca holladas antes por europeos, fue atacado por los tanguts en el Tíbet, engañado por los mongoles de Tsaidam y hostigado de nuevo por las autoridades chinas. Llegó por fin a Karakol (Kirguizistán) en noviembre de 1885 y allí murió el 20 de octubre de 1888.

Recuerdo su tumba en Karakol, en un parque silencioso, verde, limpio, fresco, dominando el lago Issyk Kul. Chéjov escribió su necrológica: "Un solo Przhevalsky, o un solo Stanley, valen más que una docena de instituciones y cien libros buenos".

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