Menorca en la lluvia roja por Luis Pancorbo

En su último libro, "Lluvia roja", el escritor holandés Cees Nooteboom efectúa un repaso de sus viajes por el mundo.

Menorca en la lluvia roja por Luis Pancorbo
Menorca en la lluvia roja por Luis Pancorbo

Ahora, cuando el otoño toca su campana de lluvia, más gris que roja, uno recuerda Menorca, y en especial Binimel-là, donde pudo estar el asentamiento humano más antiguo de la isla y ahora es un lugar solitario, prácticamente virgen. Más allá de una charca con patos salvajes hay una playa habitada por las posidonias y lamida por un mar transparente donde los sargos engordan sus sabrosas carnes blancas.

No me extraña que el escritor holandés Cees Nooteboom haya dicho que la casa de payeses que se compró en Sant Lluís (al sur de Menorca), hace ya cuarenta años, fuese de lo mejor que le ocurrió en la vida. Esa casa es el anclaje, aunque sea veraniego, de su otro ser en cuanto a holandés errante. Por otro lado, Menorca no cesa de sorprender y, a veces, llueve agua mezclada con arena del desierto. Es Lluvia roja, el título de su último libro, que está lleno de repasos al viaje por el mundo, pues en definitiva muchos viajes son uno solo.

Nooteboom, que significa "nogal" en holandés, publicó en 1955 su primer relato: El paraíso está aquí al lado. Tiene unas densidades prodigiosas para tratarse de un viaje en autostop de un adolescente que anhela lo que no conoce, aunque sea el paraíso perdido: "Cuanto más se aproxima uno a ese estado perfecto, imposible, más pequeño se vuelve".

Nooteboom, un escritor y periodista que desde hace décadas conoce el mundo como la palma de su mano, no ha encontrado el paraíso, ni siquiera en su otro gran libro español, El desvío a Santiago, pero si algo se parece a eso es su casa de Sant Lluís, y más desde que le han dado permiso para ampliar su estudio. Lo bueno de Menorca es que no está tan construida como Mallorca, ni tiene tanto ruido como Ibiza. Es una isla tozuda, como esos muros de piedra seca que dividen los campos de los payeses. Sólo el ojo tradicional sabe hacer pared seca, encajar los guijarros sin argamasa. Puede haber cien mil muros así, según Nooteboom, pero sin contarlos lo cierto es que convierten al campo menorquín en una especie de damero fantástico donde imaginar reinas y alfiles más que cereales y hortalizas.

El escritor holandés Cees Nooteboom encuentra en Menorca lo que parece evidente para otros, no para él. En su jardín crece una desmedida chumbera que encima da flores y frutos. Los perros de la granja vecina rompen el silencio, prieto como un queso. Y por supuesto resulta también impagable estar en un rincón del mundo donde puede caer la lluvia roja y todo se pone en cuestión. Nooteboom sube al Santa Águeda y desde sus 300 metros de altura divisa tanto la costa norte como la costa sur de la isla. Practica su particular islomanía, porque la de Lawrence Durrell no acaba los matices de ese arte: "En las islas el mundo se divide en salado y dulce". El agua constituye el tesoro de la isla de Menorca, y la ginebra, herencia inglesa e ingrediente imprescindible de la pomada, que no es otra cosa que limonada y gin, una bebida para entonar las cabalgadas y jaleos tradicionales, cuando los serios caixers, jinetes vestidos de negro con pajarita, hacen caracolear a sus caballos sobre dos patas.

A sus 76 años, Cees Nooteboom ya puede disfrutar con las "rimas de la vida", que son cuando se cierran círculos, ciclos, historias, viajes, como haber presenciado la separación y la reunificación de Alemania. También es cuando vuelven las golondrinas y el mundo se hace redondo. Letra a letra, o dando un paseo por su jardín, Nooteboom se maravilla por el ficus con hojas de "pergamino endurecido", o por el par de huevos que ha puesto Gallina bajo el almendro. Gallina es un ave un poco salvaje que tiene en casa, nada de la dulzura de su gata Murciélago.

Él mismo va a la plaza, efectúa sus compras y cocina freixura, una casquería que incluye lengua de cordero... y eso es lo más moderado. Pero también llega la noche y la Luna tiñe de plata su maravilloso jardín: "Y entonces, por un instante, uno se siente capaz de beber esa luz".

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