Los mapas de Pepe de Olegario y la Costa de la Muerte, una columna de Patricia Almarcegui
"Pepe realizó estudios de náutica en Ferrol y trabajó desde su juventud faenando en alta mar a la búsqueda del mero, hasta llegar al cabo de San Vicente en Portugal mucho antes de que se introdujera el sistema GPS."
Los cuadros estaban en la segunda planta. El parador había tenido una buena idea y había decorado los pisos con piezas de artistas locales. Nos acercamos. Eran grandes, amplias, ordenadas y parecían imágenes cartográficas. No recuerdo cuántas había, cinco, seis o siete, pero era un trabajo diferente al que había visto antes. Nos paramos, las leímos, localizamos los lugares, las intentamos fotografiar, y preguntamos por ellas en recepción.
Nos dijeron que había más en el Cabo Finisterre. Y fuimos a verlas en esa semana de vacaciones por la Costa de la Muerte en la primera salida tras el confinamiento. Uno de esos días pasamos por Sardiñeiro y, aunque yo ya sabía que el autor de las imágenes, José López Redonda, Pepe de Olegario (1941), había nacido y vivía allí, no paramos. Pasaron unas semanas, había que comprar los regalos de Navidad y lo decidí. Llamé a su galería de La Coruña y, desde entonces, tenemos una de sus cartas náuticas en casa. Coincide además con uno de los recorridos que hicimos esos días. “Océano Atlántico norte. Costa noroeste de España. De cabo Toriñana a Punta Lens.”
Pepe realizó estudios de náutica en Ferrol y trabajó desde su juventud faenando en alta mar a la búsqueda del mero, hasta llegar al cabo de San Vicente en Portugal mucho antes de que se introdujera el sistema GPS. A lo largo de más de cuarenta años aprovechó su experiencia marinera para dibujar y escribir las cartas náuticas de la costa gallega y dar forma a la historia trágico-marítima de naufragios y pecios. Pepe se documentó, recopiló y estudió la singladura de los barcos hundidos.
Pepe ha hallado más de mil restos de embarcaciones y cuenta a sus 83 años que todavía le faltan más barcos por encontrar.
En sus modelos cartográficos aparece el nombre de la embarcación y los marinos, con qué objeto navegaban, adónde se dirigían, si llevaban o no carga, los años que llevaban faenando y por qué naufragaron en los fondos temibles de la Costa de la Muerte. A veces los escollos eran tales, que los dibujos de los barcos que se hundieron se multiplican y crean una suerte de caligrafía marina densa y oscura cuando se observan desde lejos. Verlos, contemplarlos, intentar aprender lo que allí ocurrió es una fascinación permanente. Como lo suele ser la dramática atracción de la muerte y que coincide además con la Costa de la Muerte. El nombre que se le dio a comienzos del siglo XIX tras la secuencia de naufragios británicos a causa del aumento del tráfico por mar hacia Asia.
Pepe ha hallado más de mil restos de embarcaciones y cuenta a sus 83 años que todavía le faltan más barcos por encontrar. Ese es uno de los grandes méritos de su trabajo y el valor añadido a muchas de las obras de arte que dibuja: su práctica como marino y la experiencia en el mar. Los pecios que toparon con él, y saber que fue capaz de sortearlos y sobrevivirlos. Unas cartas náuticas convertidas en obras de arte y cargadas de la realidad de su experiencia.
Cuando compré la carta náutica, se me ocurrió que quizá podría firmarla, pero la galería me dijo que no era posible. Era la pandemia y Pepe vivía además fuera de La Coruña. Lo sé. Tendría que haber parado en Sardiñeiro aquel día. Le habría escuchado hablar de mil cosas y quizá me habría contado lo que ahora leo en el modelo cartográfico: “Muchos de estos barcos que tropezaron en la costa fueron abatidos por la corriente desviándolos de su rumbo navegando por estima muchas horas o días sin poder situarse por la niebla o por mal tiempo (…) No olvidemos que en la mar nunca son exageradas las precauciones tomadas”.
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