Javier Reverte: Escritor, viajero, periodista y poeta

El director de la revista VIAJAR repasa su larguísima relación con el fallecido escritor, colaborador desde hace décadas de esta publicación

Mariano Lopez y Javier Reverte

Mariano López, Tino Soriano y Javier Reverte en el Parque Nacional de las Cataratas Victoria en Zimbabue

/ Tino Soriano

Sabía que le quedaba muy poco tiempo de vida cuando me llamó, a primeros de septiembre, desde Estambul. Los médicos le habían comunicado el peor de los pronósticos antes del verano. El viaje a Turquía solo podía añadir complicaciones, pero a Javier no le pareció mala idea la posibilidad de abandonar este mundo a caballo entre Europa y Asia, en su querida Estambul. No fue así. A su regreso, una imprevista complicación aceleró el desenlace. Ahora descansa en el lugar donde nacieron muchos de sus libros, entre pinares y arroyos, en Valsaín.

Conocí a Javier Reverte cuando ambos trabajamos para la revista Panorama, que le envió a él y a Manu Leguineche a realizar juntos la cobertura informativa de la guerra de los Balcanes. Luego colaboramos, mano a mano, en una historia de los años 60 que Panorama publicó por capítulos. Ya por entonces, Javier llevaba publicados varios libros, alguno de ellos premiado, pero todos con escasa fortuna editorial. Pocos meses después, alumbraría su primer gran éxito, El sueño de África, que demoró su llegada a las librerías porque tardó en encontrar una editorial que apostara por su publicación. “África no interesa”, le decían. Solo un editor independiente, Mario Muchnik, al que Javier conoció por casualidad, vio en El sueño de África un relato comparable, si no superior, al mejor de los libros de Bruce Chatwin o de Paul Theroux. Su publicación superó todas las expectativas. Vendió más de 80.000 ejemplares. Las mismas editoriales que habían rechazado el libro se lanzaron a pujar por los derechos de su reedición.

Con El sueño de África comenzó su carrera como escritor de viajes. Reverte reivindicó y enalteció los libros de viajes en España. Llevaba la gran literatura en sus venas. Viajaba para escribir, animado, casi siempre, por un motivo literario: la huella de sus escritores preferidos, la geografía de los libros de su infancia, el rumbo que le marcaba una imaginaria brújula en la que figuraban, en vez de puntos cardinales, los nombres de Homero, Jack London, Joseph Conrad y Mark Twain.

Tuvo la fortuna de recorrer medio mundo. Solo, sin lujos, sin billete de vuelta. “La esencia de viajar —decía— reside en lo imprevisto”.
Tuvo la fortuna de recorrer medio mundo. Solo, sin lujos, sin billete de vuelta. “La esencia de viajar —decía— reside en lo imprevisto”.

Tuvo la fortuna de recorrer medio mundo. Solo, con su mochila, sin una agenda precisa, sin lujos, sin billete de vuelta. “La esencia de viajar —decía— reside en lo imprevisto. De lo espontáneo y de lo impensado nacen las mejores aventuras, las más intensas experiencias”. Estuvo a punto de perder la vida en dos ocasiones, ambas unidas por una de sus pasiones: los grandes ríos junto a los que se ha ido asentando el ser humano. En el Amazonas contrajo la malaria; los médicos llegaron a desahuciarle en Belem, donde renació. En el Congo, un paramilitar le apuntó con un rifle mientras se pensaba si le dejaba o no seguir con vida. La aventura también le regaló momentos maravillosos. Una avería en su vehículo le obligó a acampar de noche en uno de los parques naturales más vírgenes y salvajes del mundo, el parque de Selous, en Tanzania. “Viví la noche africana más intensa, la más primitiva y bella —escribió—, un regalo único que lo imprevisible me había deparado”.

De sus libros se desprende su amor por la libertad y por la vida. En especial, en sus relatos de viajes, escritos con deliberada sencillez, transparente honradez, buen humor y una enorme pasión. “Recuerde que todo lo grande se debe a la pasión”, dice la cita de Jack London que precede al prólogo de una de sus obras. También vibra en ellos su vena poética. Reverte siempre estuvo atraído por la poesía. Publicó varios poemarios —el primero, Metrópoli, en 1980, más de una década antes de que naciera El sueño de África— y bañó muchas de sus descripciones viajeras con la luz que solo pueden aportar quienes dominan la gramática de la belleza.

Escribió novelas, cuentos, poemas, artículos periodísticos, ensayos y relatos viajeros. Dobló el Cabo de Hornos, navegó por los mares del Ártico, pateó las calles de Roma, las de Nueva York, cantó Molly Malone en decenas de pubs de su querida Irlanda, se enamoró varias veces de Grecia, pescó el bonito en las aguas de Garrucha, en Almería, y dio de comer a las hienas en Etiopía, donde se encontró con que el descubridor de las fuentes del Nilo Azul era un español, Pedro Páez. Vivió varias vidas y aprendió de todas. “Durante los últimos tiempos —escribió— he pensado que mi vida era una suma de viajes y que eso me hacía sentir que acumulaba en mi espíritu varias vidas diferentes”.

Desde sus libros y desde esta revista, en la que colaboraba todos los meses desde 1999, nos animó siempre a viajar. “Viajar es un deber”, decía en el último artículo para su sección Carretera y manta, en la que se definía como “escritor, viajero y periodista”, por ese orden. “Cuando viajas, anotó en otra ocasión, se aprende a escuchar a los demás, a convivir con ellos, y también se aprende a disfrutar del paso lento del tiempo”.

Ahora ha emprendido otro viaje. Quizá a la región donde las montañas no tienen nombre y donde los ríos corren hacia Dios sabe dónde, como dice un verso de Robert Service, citado en El río de la luz, la travesía por el Yukón. Nos deja sus libros, los publicados y los pendientes de publicar. Este mes se acaba de editar Cuentos de trinchera y retaguardia, quince historias cortas ambientadas en la Guerra Civil y rebosantes de humanidad. En marzo del próximo año, 2021, se publicará una novela, Hombre al agua, y después, a lo largo del año, sus memorias, tituladas Queridos camaradas, y su último libro de viajes, a Irán y Turquía, titulado La frontera invisible.Es un magnífico legado de un grandísimo escritor, de un gran ser humano. Una espléndida herencia, aunque para algunos, para los que hemos tenido la fortuna de tenerle cerca, resulte insuficiente. Javier Reverte: te echaremos de menos. Siempre.

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