Un escarabajo de crema en las montañas, una columna de Xavier Aldekoa
"Eso también era y es Lesotho: hospitalidad. Pueblo pacífico y tranquilo, los sothos son uno de los pueblos más afables del cono sur africano."
Soplaba una brisa fría, las montañas tenían las cimas nevadas y era África. Lesoto, un diminuto estado rodeado por Sudáfrica, emergía entre gigantes de roca con la pausa de los lugares remotos. Al amanecer, las aldeas de casas de piedra, de las que salían hilos ondulados de humo blanco, se desperezaban con los primeros rayos de sol envueltos en una vida detenida: las vacas mugían en las praderas, las gallinas picoteaban la tierra y unos pastores con pasamontañas de lana, botas de plástico y envueltos en una manta gruesa de lana y algodón observaban a su rebaño apoyados en un bastón de madera. Aquella pieza que les resguardaba del frío, el kobo, no era solo un refugio, era una señal de orgullo e identidad. Usada en ceremonias de todo tipo, incluso en funerales, el kobo forma parte integral de la cultura basotho y cada bebé recibe una de sus abuelos o padres nada más nacer.
Mi amigo Mophete había insistido en que le acompañara a conocer su lugar de nacimiento y llegamos a su aldea de Mafeteng acompañados de las primeras luces del día. Aunque no habíamos advertido de nuestra llegada, una mujer que nos observaba apoyada en el alféizar de la ventana de una de las primeras casas sonrió al vernos: “¡Mophethe! Cuántos años sin verte, ¡cómo has cambiado!”. La mujer, Lenka, que resultó ser la tía de mi amigo, nos ofreció entrar en su casa y puso a calentar un té en el fuego.
Había llegado a aquel rincón perdido entre las montañas una joven monja a bordo de un escarabajo de color crema
Eso también era y es Lesotho: hospitalidad. Pueblo pacífico y tranquilo, los sothos son uno de los pueblos más afables del cono sur africano. Sus historias y leyendas lo refrendan. Los sothos se jactan de no tener un pasado salpicado de guerras, a diferencia de otros pueblos de la zona como los zulús, xhosas, británicos o bóer, que tiñeron de sangre los ríos de la región. Ante la violencia, los shotos preferían buscar su rincón de paz. El Difaqane hace referencia al periodo histórico de una gran migración masiva de este pueblo hacia las montañas ante las constantes agresiones de los guerreros zulús en las tierras bajas.
Lesotho es también un lugar donde perderse para no ser encontrado.
Tras apurar el té, Lenka nos llevó a saludar a familiares y vecinos e insistió en que le acompañáramos a una aldea cercana. Tenía especial interés en que yo fuera a conocer aquel lugar porque, me dijo, allí vivía “uno de los tuyos”. Décadas atrás, continuó, había llegado a aquel rincón perdido entre las montañas una joven monja a bordo de un escarabajo de color crema con la ilusión desbordante de expandir el cristianismo entre aquellos pueblos de las alturas. La mujer, decían, puso todo el empeño del mundo en su misión de convertir a su fe a los locales, pero acabó enamorada hasta los huesos de un joven lesotense y dejó los hábitos para instalarse allí para siempre.
Cuando fuimos a saludar a la exmonja belga, Lenka se llevó un chasco. No había nadie en su casa de adobe, piedra y caña. Cuando emprendimos el camino de regreso, Mophethe me hizo un gesto para observar un punto cercano bajo un árbol. La mujer no estaba, pero sí su pasado: junto a unos arbustos detrás de la choza, había un viejo escarabajo color crema cubierto de hierba, con el parabrisas resquebrajado y las ruedas deshinchadas.
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