El valor económico del español, Carlos Carnicero

No hay nada más delicioso que conocer otras lenguas e imponer el uso de la propia, porque el ejercicio de la primacía del español, si se hace de forma inteligente, no debe ser el refugio ante la ignorancia de otros idiomas sino la constatación efectiva del valor de la propia lengua.

El valor económico del español, Carlos Carnicero
El valor económico del español, Carlos Carnicero

La lengua española no sólo es un excelente vehículo de comunicación por el que transitan casi 500 millones de personas. Puede ser además un excelente negocio porque nadie tiene el copyright de este producto cultural que cualquiera puede presentar al cobro con un poco de talento. Lo decían expertos de países como Colombia, Israel, Francia, Marruecos, México o EE UU, reunidos en un paraje tan emblemático para nuestra lengua como el que delimitan los monasterios de Yuso y Suso, en La Rioja.

Los reunidos en el I Acta Internacional de la Lengua Española nos conjuramos en perseguir el rastro del idioma en un itinerario que el próximo año nos conducirá a Bogotá. El reto es conseguir que el español sea la segunda lengua en Brasil -200 millones de habitantes- y garantizar que los 50 millones de hispanos que viven en EE UU sean atendidos en español. Si lográramos esto, sólo el chino estará por delante en la mitad del siglo XXI.

Hubo un tiempo en el que los ferrocarriles galos mostraban sus advertencias en francés, inglés y alemán. Los trenes que subían desde la frontera de Irún a París tenían avisos, además, en portugués, sólo porque era la ruta obligada para llegar a la capital gala desde Lisboa. Pero ni una palabra en castellano, incluso cuando el vasco y el catalán estaban proscritos por la dictadura. Los españoles, emigrantes del hambre del franquismo, arrastraban sus maletas para dejarse la vida trabajando en Alemania o Suiza. Deambulaban por Europa como autistas, incomunicados con el mundo exterior, sin recursos para conocer otros idiomas. Ahora, ser español constituye un auténtico salvoconducto para recorrer el planeta desde Patagonia a Pekín sin esforzarse para hacerse comprender porque todos los que intuyen el universo del español como plataforma de negocios se han puesto a aprender la lengua de Cervantes. Sólo falta el desarrollo económico y cultural de los países iberoamericanos para que el viejo español no tenga estación término.

Nuestra lengua es soporte adecuado para pensamientos complejos y reflexiones matizadas. Es cierto que nuestra capacidad de síntesis no es anglosajona. Competimos en un universo en el que cada vez sucede más que personas que creen que hablan en inglés no pueden entenderse. Pretenden que con métodos de mil palabras pueden actuar en el universo anglosajón en el que se ha instalado el mundo. No hay nada más delicioso que conocer otras lenguas e imponer el uso de la propia, porque el ejercicio de la primacía del español, si se hace de forma inteligente, no debe ser el refugio ante la ignorancia de otros idiomas sino la constatación efectiva del valor de la propia lengua.

En el Monasterio de Yuso se habló de muchas cosas. De la responsabilidad de las multinacionales españolas en hacer del español lengua corporativa de sus compañías cuando compran una empresa en Lituania o en Escocia; del impulso que necesita el español en los foros académicos y en el lenguaje diplomático, y también de la valorización de la traducción como una profesión de especial responsabilidad a la que hay que acudir siempre para evitar pactos transversales obligados que incitan a que el inglés sea, por obligación, la lengua de encuentro.

Al final de los años 80 llegué por primera vez a San Francisco. Lo español, en California, impone, incluso, la denominación a la ciudad. Pero eso no había trascendido a las recepciones de los hoteles. En el Hyatt me atendió un maletero que se llamaba Gervasio Ramírez. Oficiaba de traductor de inglés al español sin que nadie le reconociera el mérito. Dominar nuestra lengua no le reportaba ningún tipo de beneficios. Ahora las cosas han cambiado en los hoteles de cinco estrellas, en donde conocer el español es causa de contrato.

Hay algunos desahogos emocionales que les recomiendo para sentir la lengua como parte de una patria democrática que no terminamos de encontrar en nuestros desvaríos de rencor con el pasado. Cuando se vuelvan a encontrar en un ascensor de hotel, en España o en cualquier país de Latinoamérica, con un ciudadano norteamericano que les dé los buenos días en inglés, a su " good morning " respondan con aspavientos, "¡señor, por favor, esfuércese! No es tan difícil decir ‘buenos días''. Inténtelo despacio. Practique. Verá como se siente mejor ". Es posible que no entienda nada, pero nosotros tenemos que seguir intentándolo. Siempre con educación. Siempre con firmeza.

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