Cuando llega noviembre por Javier Reverte

El mes de noviembre es frío, lluvioso, aburrido, sucio... Así que abro algún buscador de Internet y busco vuelos baratos...

Cuando llega noviembre por Javier Reverte
Cuando llega noviembre por Javier Reverte

Un poeta americano nacionalizado inglés escribía en el año 1922 un verso que se ha hecho legendario y que miríadas de poetas de numerosos países, entre ellos no pocos españoles, se han hartado más o menos de plagiar con pequeñas variaciones. El verso decía así: "Abril es el mes más cruel". El poeta se llamaba T.S. Eliot, un tipo raro que, a partir de ese primer verso, construía uno de los poemarios más influyentes y enigmáticos de la literatura del siglo XX en lengua inglesa: The Waste Land ("La Tierra Baldía"). Es un libro opaco, preciosista, culterano, tejido con las poderosas influencias de Ezra Pound, el poeta filofascista americano que murió en Venecia en 1972 detestado por la mayoría de sus compatriotas.

Pound corrigió el manuscrito de La Tierra Baldía, dejando el original de casi 800 versos en poco más de 400. O sea: antes que realizar una poda, casi lo decapitó. Y en su afán de síntesis, probablemente lo volvió más nebuloso de lo que era en un principio. Yo lo he leído varias veces y, por más empeño que le pongo, no alcanzo a comprenderlo del todo. Sin embargo, por alguna razón ignorada, ese poema me ha producido zozobra e inquietud desde que lo leí por primera vez en mi adolescencia.

¿Abril el mes más cruel? Para reforzar la extraña afirmación,Thomas Stearns Eliot añade estos otros versos: "...hace florecer lilas en la tierra muerta, mezcla la memoria y el deseo, saca de su letargo a las raíces con lluvias de primavera...". No son malas razones para alimentar la crueldad, desde luego, en la medida en que, al parecer, se trata de un mes que intenta conciliar lo imposible: la muerte con la vida, el fatalismo con la esperanza, el nacimiento con el fin.

¿Pero sólo es eso abril? Tal vez suceda así en Inglaterra. Sin embargo, aquí en el sur la primavera abrileña, aun teniendo algo de espejismo, resulta luminosa y sensual, una fiesta de olores y color para el ánimo y la carne, una explosión de sensualidad que nos devuelve las ganas de vivir. Ahora mismo, en este feo mes de noviembre llueve y hace frío al otro lado de mi ventana. Y flota un rancio olor a carbonilla en las calles. Y pienso que si, de pronto, me encuentro a un genio encerrado en una botella, le libero y le pido un deseo, no se me ocurriría en este instante otro mejor que la pronta llegada del dulce mes de abril.

Para mí que el más cruel de todos los meses en nuestro país, y en particular en Madrid, es noviembre. Tiene todo lo necesario para que pueda repugnarnos. Resulta frío, lluvioso, aburrido, carente de cualquier fiesta en el calendario que no sea la de los Muertos y, además de todo eso, es sucio. El cielo baja sobre nuestras cabezas, las neblinas nos rodean y el barro se agarra con fuerza a nuestros pies. Es tan cruel que ni siquiera nos engañan las flores, creciendo en el suelo estéril, y el deseo se diluye, la memoria se enmohece y las raíces se acurrucan bajo la tierra helada y yerma de los campos. No sé si existen estadísticas al caso, pero no me extrañaría en absoluto que noviembre fuese el mes en donde se extienden en mayor número las depresiones.

¿Y qué puede hacerse para combatir la crueldad del mes de noviembre? Salvo enamorarse, sólo se me ocurre una fórmula: irse rápidamente de viaje. Lean lo que, al comienzo de su novela Moby Dick, escribía Herman Melville: "Cada vez que me sorprendo dibujando una mueca triste en mi boca; cada vez que hay en mi alma un noviembre húmedo y lluvioso; cada vez que me encuentro parándome sin querer delante de las tiendas de ataúdes y, en especial, cada vez que la hipocondría me domina de tal modo que me hace falta un recio principio moral que me impida salir a la calle a quitarle de un golpe el sombrero a los transeúntes, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como me sea posible".

Hay muchas razones por las que siempre me ha fascinado Herman Melville, hasta el punto de que mi hijo mayor se llama Ismael, como el protagonista de su novela Moby Dick. Pero la mayor de todas, seguramente, es que me da unas profundas razones para viajar, en tanto que T.S. Eliot y otros escritores de su estirpe, casi siempre me dan razones para morir. Así que comienza este mes de noviembre, abro algún buscador de Internet y me dispongo a encontrar vuelos baratos.

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