Islas Griegas: un crucero de resonancias mitológicas

De Atenas a Santorini, navegando sobre un azul cegador, emprendemos una travesía por el mar de los héroes y los dioses.

Santorini, Oia, Grecia
Santorini, Oia, Grecia / mbbirdy

Huellas de civilizaciones perdidas, playas relucientes, aldeas en blanco y añil, campos de viñedos y olivares, restos de batallas, muros milenarios por donde trepan las buganvillas… y toda la magia y el buen vivir que gasta la eterna Grecia. Pocas rutas resultan tan apasionantes como las que culebrean entre las Islas Cícladas y el Dodecaneso con paradas que esconden miles de sorpresas. Y es que ambos archipiélagos encarnan el acervo de postales idílicas que comúnmente se tienen del país heleno. Nada extraña, por tanto, que dominen el mapa crucerista del sur de Europa.

El Egeo es el mar de los héroes y los dioses, dotado de un azul cegador y bañado por una luz especial. Su nombre se lo dio aquel desafortunado rey al que las propias aguas engulleron cuando se lanzó, incauto, en busca de su hijo Teseo. Eso, claro, según la mitología que empapa todo este mosaico de islas, de las que nada ni nadie puede impedir enamorarse.

Templo de Erecteion

Templo de Erecteion con la réplica de sus Cariátides en el Acrópolis de Atenas

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Emprendemos este itinerario irresistible a bordo del Horizon de Pullmantur, el crucero que dedica más tiempo que ningún otro a las escalas. Un viaje que da comienzo en Atenas con una vuelta a miles de años atrás. En la capital griega, descubrir los vestigios de la Antigüedad es dar un paseo por los inicios del pensamiento y la cultura, escuchar los ecos precursores de la democracia y los primeros pasos del arte, la ciencia y la filosofía. Por eso, al menos una vez en la vida, todo el mundo debería recorrer la colina sagrada de la Acrópolis con su gran joya, el Partenón, dominando el conjunto declarado Patrimonio Mundial. El Erecteion, con las famosas Cariátides –o más bien sus réplicas-, el Templo de Atenea Niké o de la Victoria Alada son otros tesoros imprescindibles que tienen su interpretación en el Museo de la Acrópolis, altamente recomendable.

Tras este insuperable aperitivo, el barco zarpa rumbo a Mikonos para darnos un baño de glamour. Porque esta isla, ya se sabe, es una tentación para celebrities y millonarios desde que la mediática pareja de Jacqueline Kennedy y Aristóteles Onassis la desvelara ante los ojos del mundo. Pero hay mucho más que playas atestadas de gente guapa y ambiente de fiesta cosmopolita. Su pueblo encalado destila una magia única y la Pequeña Venecia, con su hilera de casas sobre el mar, resulta de una arrebatadora belleza. Los amantes de la cultura clásica, además, podrán acercarse a la Isla de Delos, declarada toda ella Museo Nacional, para admirar, entre otras muchas reliquias, el famoso Santuario donde, según la mitología, nacieron Apolo y Artemisa.

Molino de viento de Mikonos

Molino de viento de Mikonos.

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De vuelta al barco, el tiempo de navegación dará para aventurarse a planes sugerentes. Habrá quien no quiera perderse los espectáculos al estilo de Broadway. O quien prefiera recrearse con la gastronomía de bandera. O quien, simplemente, guste dejar pasar el tiempo en la piscina (siempre con animación) o relajarse en el jacuzzi o ejercitarse en el gimnasio. Así se llega a Creta, considerada una isla universo. Una isla asentada en la encrucijada de tres continentes, que no sólo es la mayor del país sino también la más completa y diversa. Montañas y playas, llanuras y desfiladeros, ciudades cosmopolitas y tranquilas aldeas de pescadores. También ruinas legendarias, ya que es la cuna de la cultura minoica, y su dosis de mitología, puesto que es el lugar donde nació Zeus.

Después llegará Rodas, la estrella del Dodecaneso, con la reminiscencia del Coloso, una de las Siete Maravillas de la Antigüedad. Su casco antiguo, declarado Patrimonio Mundial y compuesto por un dédalo de callejuelas e imponentes fortificaciones medievales, atrapa tanto como sus playas, sus tortuosas rutas de montaña y la majestuosidad de Lindos, el pueblo blanco coronado por la Acrópolis, donde descansan las ruinas de la ciudad-estado de los dorios. El mismo hechizo que se experimentará en la siguiente escala, Patmos, esta vez envuelta en espiritualidad. Y es que cuentan que aquí se aisló San Juan Evangelista para escribir el Apocalipsis, un hecho que ha convertido a esta isla en un lugar de peregrinación. Nada extraña. Porque entre las callejuelas de Hora, la capital encaramada a un promontorio, o en los islotes satélite de Arki y Marathi se alcanza la paz más absoluta.

Patmos

Patmos.

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Así, tras una nueva navegación en la que, bajo el sol de cubierta y sobre una cama balinesa, la mirada se funde sobre el azul, se divisa de pronto Santorini con sus oscuros acantilados de piedra volcánica sobre los que se asienta el pueblecito blanco. Ya desde la lejanía uno entiende porque esta isla es, por derecho propio, la más hermosa de las Cícladas. Pero queda, claro, descubrirla por dentro. Pasear por Fira con las vistas desde el borde de la caldera, o perderse en Oia con su conmovedora panorámica desde la punta más septentrional. También subir al Monte Profitis Ilias para admirar el conjunto, bañarse en sus cristalinas playas y, por supuesto, saborear las deliciosas muestras de la gastronomía griega.

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