Hoteles rurales de La Palma

La más occidental de las Islas Canarias, La Palma, emerge casi vertical del mar, envuelta en vegetación, neblina y parajes volcánicos. La "isla bonita" es todo un paradigma de belleza exótica que ha de ser vivido en sus establecimientos rurales, desde dentro de sus paisajes.

Hotel Dona Arminda, en la villa de Mazo.
Hotel Dona Arminda, en la villa de Mazo.

Decir que La Palma es una isla jardín puede sonar a definición de folleto, o incluso a carencias descriptivas por parte de quien lo suscribe. Y, sin embargo, no hay mejor forma de establecer el perfil de la más occidental de las Islas Canarias. Declarada Reserva de la Biosfera, sus 708 kilómetros cuadrados son una sucesión de verdes y exóticos paisajes, a medio camino entre lo atlántico y lo tropical, que escalan por sus laderas hasta las cumbres más altas, siempre coronadas de nubes. Densos y húmedos bosques en el norte y en el Parque Nacional de la Caldera de Taburiente; tierras negras cubiertas de viñas en el mundo volcánico del sur. Y por todos lados, las plantaciones de plátanos y los hitos y colores de la arquitectura canaria de sus casas. Una isla jardín. Eso es.

Su clima, cálido pero húmedo, ha dejado a La Palma fuera del boom de sol y playa que ha inundado otras islas canarias. Sin embargo, un turismo más ecológico, mayoritariamente español y alemán, ha encontrado acomodo entre sus escenarios naturales. Se trata de gente más sosegada, que pasará el día recorriendo los senderos de los bosques, aunque también se podrá bañar en las playas de arena negra de la costa oeste, la más soleada.

Vivir de lleno el paisaje

Este potencial ya lo tuvieron en cuenta los dueños del Hotel La Palma Romántica mucho antes de la moda "rural". Hace 20 años, Juan Ángel y sus socios alemanes supieron que al viajero que llegaba había que brindarle la oportunidad de vivir de lleno el apabullante paisaje. Por eso emplazaron su hotel en medio de un denso bosque de la costa norte, junto al municipio de Barlovento. El edificio se construyó con los suficientes toques folclóricos: la piedra negra volcánica es la protagonista de las grandes columnas del edificio central, y los balcones y balaustradas de madera evocan la más pura arquitectura tradicional canaria. Situado a 600 metros de altura, uno de sus encantos son las vistas, que dominan el bosque y se imponen sobre el mar, donde, en los días claros, se divisa la imponente silueta del Teide. Se avista también desde la elegante piscina cubierta y la exterior, el solárium y el jardín con estanque, al que se abren los tres bungalós-suites.

Una rara mezcla entre lo tropical, lo tradicional y lo clásico inspira la decoración de las habitaciones, así como de las zonas comunes, incluido el restaurante, donde se sirve una buena síntesis de sabores canarios, internacionales y muy creativos.

Una antigua "casa buena"

La Palma Romántica encajó sin estridencias en el horizonte que para la isla supuso la moda de las vacaciones "campestres". En ella se instaló hace siete años la señora Arminda, dueña del hotel rural Doña Arminda. Situada entre plataneras, frente al mar, donde se distingue el perfil de la isla de La Gomera, la finca del hotel pertenece al municipio de Mazo y está cerca del aeropuerto, a pocos kilómetros al sur de la recoleta capital de la isla, Santa Cruz de La Palma. Se trata de una antigua "casa buena", que tiene 300 años y que se articula alrededor de un pati las cinco habitaciones con sus baños, el comedor, las salas y los pasillos que doña Arminda ha cargado de elementos, casi todos de herencia familiar, pero con tanto gusto, tan en su sitio todos ellos, hacen que la sensación no pueda ser más armoniosa. El desayuno, única comida que ofrece el hotel, se sirve en un corredor exterior porticado, entre exóticas plantas y cortinas blancas. Todo un alarde de glamour que tiene su continuación en el jardín y en la piscina, ambos cuidados de detalles. Después se puede pasear entre las plataneras y en la huerta o reposar junto a la fuente de la fachada principal, dejándose llevar por la grandiosidad del mar.

A veces, la presencia del Atlántico no se siente tanto, porque casi siempre queda abajo, mitigado por los altos acantilados. Y entonces, y una y otra vez, lo que se impone es el extremo verdor, sobre tierra roja o negra, y las muchas casas esparcidas en tierras costeras. Así que también son muchas las casas rurales de la isla. Común de nominador en todas ellas es la arquitectura canaria, definida sobre todo por las grandes ventanas de cuadrados, blancas y exactamente iguales a las inglesas, un estilismo que llegó a estas islas vía Portugal y Madeira. Airosas y elegantes, son la gracia más llamativa de unas construcciones sencillas en las que no existe un tejado común y cada estancia tiene el suyo propio.

Entre viñedos y frente al mar

La casa rural Carlota, distinguida con la Q de Calidad, se ubica entre viñedos y frente al mar, en Breña Alta. No es fácil de encontrar en el laberinto de caminos. Es algo que sucede con otras muchas casas palmeras: los caminos son tan enrevesados como la orografía de la isla y las indicaciones son escasas. Aunque hay que señalar la buena labor de la Asociación de Turismo Rural Isla Bonita (Puntallana. Tel: 902 43 06 25 y www.islabonita.es), que dinamiza el acceso a las casas en todos los aspectos, incluso entregando un mapa localizador a los clientes a su llegada al aeropuerto. No importan las zozobras del camino. Al llegar, la sosegada escena que compone la casa Carlota entre los viñedos arrastrará el pensamiento hacia los rincones placenteros de la existencia. Qué lugar tan ideal para alejarse de lo mundanal. Su dueño, Carlos, también propietario de bodegas y muy metido en los vericuetos institucionales del turismo isleño, sabía esto y mucho más. Al fugitivo urbano, en realidad no tan aventurero, había que darle el máximo confort en el interior. Por eso, un toque de elegancia comedida recorre el mobiliario en el salón, la cocina, los baños y las tres habitaciones. Asimismo, hay cierta distinción, sin salirse del marco rural, en las terrazas, con sus hamacas y plantas, abiertas al inmenso paisaje.

Buen gusto y armonía

Sin tales pretensiones, Emiliana restauró el hogar que había sido de sus padres, y donde ella nació, a costa de su impulso de mujer entregada a diversas tareas artesanales. Así, su casa, que se llama Emiliana y está en Puntallana, en la costa Este, es sencilla pero rezuma buen gusto y armonía. Tiene las típicas ventanas y el tejado individual, sin desvanes, que por dentro es un bello y acogedor techo de madera; como estancias, un salón-cocina, un baño y una sola habitación. En todos los espacios asoma el arte de Emiliana: en colchas, cuadros, manteles, cestas y piezas de artesanía como las que expone en diversas ferias regionales. Y el toque final: a los clientes les obsequia, el día que se van, con una tela bordada por ella con la forma de La Palma. Plácida y risueña, Emiliana cuenta historias de la casa sentada en uno de los sillones de la terraza-barbacoa, que se abre al panorama de los campos y el cercano mar. La escena y el lugar, tan auténticos, ya resultan familiares.

Vegetación verde en tierra roja

El buen gusto de Emiliana y de otras casas no es casual. Las tierras hermosas parecen inspirar la buena estética en la arquitectura y en la decoración de los hogares. Así sucede en la costa noroeste, en el municipio de Garafía, donde se halla la casa rural Los Hondos, en medio de un paraje de verde vegetación y tierra rojísima que lentamente desciende al mar. Su propietaria se llama Enda, otro de esos exóticos nombres canarios que parecen provenir de los antepasados guanches, que se referían a La Palma con el evocador nombre de Benahoare. Se trata de una casa de 200 años, canaria de arquitectura y repleta de ese buen gusto proverbial: detalles bien situados en el salón-cocina, en las dos habitaciones, en el baño y en la terraza. Es el mismo océano, el Atlántico, el que se ve desde aquí, pero impresiona de otra manera. Estamos en mitad de una ingente masa de agua que no termina hasta las lejanísimas costas americanas. Y qué bueno enfrentarse al vértigo de la inmensidad desde la calidez bien delimitada de esta casa.

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