Dubrovnik y sus islas

El sur de la antigua Dalmacia no solo llama la atención por contar con una de las ciudades más arrebatadoramente hermosas del sur de Europa sino también por un conjunto de paisajes casi irreales, a medio camino entre el sueño y la fantasía, que parecen salidos de un relato mitológico o de una película de ciencia ficción. Un viaje a la ciudad croata de Dubrovnik debería, siempre que fuera posible, incluir una exploración de esas islas y costa circundante que prolongan y confirman su mito.

Dubrovnik y sus islas
Dubrovnik y sus islas

No hay que esforzarse por encontrar un hotel en el casco antiguo de Dubrovnik. Hay muy pocos y ninguno es comparable a los que desde el siglo XIX se han ido construyendo a dos pasos de su recinto amurallado. Todos ellos comparten ventanas y terrazas a modo de inusitados palcos desde donde disfrutar de esa imagen de la ciudad en todo su esplendor, mil veces reproducida. Pero lo más increíble es que no se trata de una fantasía ni de una recreación romántica: lo que ven nuestros ojos es una ciudad perfecta, protegida por torres y murallas de una extraña belleza pero intensamente real, superviviente de una de las historias más dramáticas y azarosas que se hayan vivido en esta parte del mundo.

No hay duda de que la naturaleza ha sido especialmente generosa con esta parte del Adriático. El emplazamiento no puede ser más sobrecogedor, rodeado de vertiginosas montañas que la protegen de invasiones, pero también de los rigores de una climatología continental. La calidad e impacto que produce esa piedra blanca con la que se han construido murallas, edificios y pavimentos es extraordinaria. Por otra parte, la transparencia y el color del agua del mar superan cualquier expectativa. Pero no se tarda en descubrir que la palabra clave de este oasis de sofisticación y el secreto de su éxito es Libertas (Libertad). No se puede dar un paso sin encontrársela grabada en un dintel, en una bandera o en cualquier pared. Un concepto, un objetivo con el que no se juega y para el que, como se puede leer en cualquier folleto o guía, ha habido continuamente que luchar con las armas y los medios que han sido posibles en cada época.

Solo esa tenacidad y ese convencimiento absoluto explican que esta ciudad haya superado tal acumulación de amenazas y desastres durante miles de años, saliendo casi siempre airosa. Durante siglos se mantuvo como una próspera república independiente entre la poderosa Venecia y el avasallador Imperio Otomano, jugando a dos e incluso a tres bandas al mismo tiempo, para lo que tuvo que utilizar una capacidad y sagacidad diplomática sin fisuras, pero también todas sus dotes de seducción, siendo, muchas veces, su belleza y su cultura sus mejores armas. En ciertos momentos se creyó invencible, como cuando superó un devastador terremoto en el siglo XVII que terminó utilizando como disculpa para renacer, una vez más, como la espléndida ciudad barroca que nos sigue deslumbrando hoy en día.

Escapada a LokrumPero, como ocurre con otras tantas maravillas, a Dubrovnik, que los productores de HBO no han dudado en convertir en principal escenario de su serie Juegos de Tronos, es mejor saborearla a sorbitos cortos, evitando saturarse, combinando su exploración con escapadas por un entorno que nunca deja indiferente. Por ello, después de asombrarse del ambiente cosmopolita de Stradun, su calle principal, de quizás visitar alguna iglesia, como la de San Salvador, y saborear un plato de pescado con pasta en uno de los restaurantes de las callejuelas que se pierden hacia el norte de la ciudad, es mejor escaparse momentáneamente a Lokrum. Salen barcos de continuo desde el antiguo puerto a este pequeño paraíso donde Maximiliano, hermano del emperador Francisco José de Austria y, por tanto, cuñado de la idolatrada Sissi, creó el más hermoso y romántico de los jardines botánicos antes de convertirse él mismo en efímero emperador de México. Utilizó como punto de referencia las ruinas de un monasterio que, según cuenta la leyenda, pudo haber albergado al rey de Inglaterra Ricardo Corazón de León cuando zozobró por estas costas, camino de Jerusalén, pero que ahora muchos visitantes identifican con la Qarth imaginada por George R.R. Martin.

La isla está llena de rincones secretos en medio de una vegetación feraz que cubre todo el espacio, pero que, sin embargo, nos permite admirar a la antigua Ragusa -el nombre con el que se conocía Dubrovnik hasta hace relativamente poco- y también la nueva cara de la Ciudad Desembarco del Rey, en la popular serie Juego de Tronos. Es difícil resistirse a su llamada y todos terminan volviendo para seguir conociéndola con la luz del atardecer, cuando quizás se vuelve todavía más hermosa.

Al día siguiente hay que tratar de ir más lejos, a esa acumulación de islas del sur de Dalmacia que ni en fotografía, ni en la realidad, parecen salidas de este mundo. Hay demasiada perfección y al mismo tiempo fantasía en su apariencia. Se puede comenzar explorando alguna del archipiélago de las Elaphiti o Islas de los Ciervos. Hay frecuentes barcos con destino a casi todas ellas. En realidad, el transporte en verano es tan fluido que se podrían visitar las tres principales en un mismo día, pero es mejor no ser ambiciosos y elegir solo una de ellas, preferiblemente Sipan, la más grande, pero también la menos desarrollada, aunque todavía se pueden ver las ruinas del Palacio de una de las máximas autoridades de aquella República de Ragusa, prueba de su estrecha relación con la metrópoli. Hay, sin embargo, docenas de calas donde encontrar las condiciones perfectas para disfrutar en solitario de todo lo que puede ofrecer esta parte de Croacia, para luego terminar la jornada descubriendo los tesoros de la catedral de Dubrovnik, diseñada a finales del siglo XVII por Andrea Bufalini de Urbino, y ese Palacio del Rector desde donde se diseñó durante siglos la estrategia política de este curioso y singular Estado.

El día que el cuerpo pida otro tipo de placeres terrenales, más relacionados con el paladar, es mejor permanecer en tierra y seguir la costa hasta encontrarse con la península de Peljesac, donde quizás se elaboran los vinos más preciados de Croacia. Desde hace unos años se está desarrollando una auténtica cultura enológica, multiplicándose las bodegas con restaurante y preparadas para oficiar el ritual en torno a la cata de sus caldos. Por otro lado, solo hay que acercarse a los puertos de su costa, como Orebic, para descubrir otra faceta gastronómica relacionada con el cultivo de las ostras, un manjar que se produce en Mali Ston y que se combina con lo que traen los pescadores locales cada día. Desde los restaurantes se ve en la otra orilla, a poca distancia, la costa de la isla de Korcula, de la que se podría volver directamente a Dubrovnik en barco, pero que se merece una visita más sosegada. No hay pruebas del todo concluyentes, pero se dice que aquí nació nada menos que Marco Polo. Podría ser verdad ya que en los siglos XIII y XIV se daban todas las condiciones en esta isla para que surgiesen figuras tan intrépidas, cultas y con los medios para emprender las mayores aventuras de su época.

Solo hay que recorrer las empedradas calles de su principal población, que lleva el nombre de la isla, para intuir su importancia y riqueza durante muchos siglos. Tampoco falta la vinculación con Venecia, bajo cuya esfera de influencia se encontraba en aquellos tiempos, aunque siempre mirando de reojo a Ragusa, su otro punto de referencia. Vale la pena pasar una noche en el Palacio Lesic Dimitri, un lugar suntuoso, resultado de un cuidado diseño, pero, sobre todo, de muchísima imaginación, donde de se invita al huésped a conocer el mundo que descubrió Marco Polo en sus viajes. Cada habitación nos lleva a un rincón distinto, a una cultura diferente, pero sin perder de vista esta privilegiada costa donde se encuentra.

De vuelta, hay que hacer parada obligatoria en la misteriosa isla de Lastovo, que posiblemente más que ninguna nos da esa sensación de estar muy alejada del mundanal ruido. En realidad está relativamente cerca, pero quizás por haber tenido prohibida la entrada a los turistas durante años, al haber sido base militar, conserva ese aire intemporal de novela de ciencia ficción. Hay muchos edificios abandonados que contrastan con la opulencia de la iglesia dedicada a San Cosme y San Damián.

Quien disfrute de la naturaleza en su estado más primigenio, en cambio, no encontrará nada igual a la isla de Mljet, que muchos identifican con el lugar donde Ulises fue seducido por la ninfa Calipso, pero también con Melita, que aparece en las Epístolas de San Pablo. Ahora, sin embargo, la isla es sobre todo conocida por los lagos de su Parque Nacional, para muchos viajeros uno de los lugares más atractivos de Croacia. Estas joyas naturales del país adriático tienen cada vez más adeptos y se pueden explorar y disfrutar en excursiones a pie o en bicicleta.

Las posibilidades de excursiones insólitas que ofrecen los alrededores de Dubrovnik, sin incluso salir de territorio croata -muchos sucumben a la tentación de acercarse durante unas horas a Kotor, en Montenegro, o a Mostar, en Bosnia-, son enormes y se necesita tiempo, pero quizás otra que tampoco habría que perderse es la que nos permite explorar la desembocadura y el delta del río Neretva. Allí, en un laberinto de canales y marismas, especialmente rico en aves migratorias, que se recorre en barca y donde se suele ofrecer un almuerzo a base de anguila, se esconden las ruinas de Narona. Se trata de una de las ciudades antiguas colonizadas por los romanos más significativas al sur de Split, en cuyo entorno se ha construido un estupendo museo. El viaje exige, por otro lado, asomarse a la República de Bosnia Herzegovina, atravesando el enclave donde se encuentra la población de Neum, conocida por un animado mercadillo, para luego recalar en el Palacio de Trsteno, cuyos bucólicos jardines se transformaron en uno de los principales escenarios de la tercera temporada de Juego de Tronos. A la vuelta, un buen lugar para despedirse de Duborvnik es el restaurante Panorama, situado en lo alto de la colina Srd, donde culmina la línea del teleférico y surge la perfecta imagen de postal de una ciudad que pocos podrían sospechar que fue terriblemente bombardeada hace algo más de veinte años desde algún punto muy cercano a este mirador.

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