De trabucos y contrabandistas en la Serranía de Ronda
Igualeja
En la parte alta del valle del Genal está Igualeja. A su entrada, en un frondoso rincón, se puede contemplar el nacimiento del Genal. Su iglesia de Santa Rosa de Lima, del siglo XVII, posee maravillosas tallas policromadas, entre las que destaca una de San Antonio de Padua. De Igualeja era Francisco Flores Arocha, uno de los últimos y más célebres bandoleros de estas sierras.
Pujerra
Anclado en un gran bosque de castaños, con algún que otro pinar y muchos huertos, se alza Pujerra. En el mismo corazón del castañar, Pujerra queda casi apresada en una espesa masa de árboles. Lo cierto es que es un pueblo muy pequeño pero con inigualables vistas de la serranía. Cuando los castañares maduran es una delicia contemplar las labores de recolección y preparación del fruto.
Cartajima
De origen árabe, Cartajima se dispone en cuestas de donde cuelgan sus bellas casas blanquísimas y siempre engalanadas con macetas. Su entorno, una gran zona de riscos en terrenos cársticos, representa el lado agreste y árido de la serranía de Ronda. Posee unos interesantes restos de su castillo medieval y la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario, del siglo XVI.
Valle del Genal
En él la vista se pierde entre decenas de montañas que se acercan a la costa. Forma una ruta por donde entraron los romanos, los árabes y también los curiosos viajeros del siglo XIX que llenaron páginas sobre estas montañas. Muchos advertían de los peligros del camino de Ronda, de los salteadores y bandidos que los acosaban al alcanzar las partes más abruptas. En el Valle del Genal se alzan las bellas Atajate, Benadalid y Benalauría.
Gaucin
Situado sobre la ladera de la montaña, orientado hacia el mar y con todo el valle del río al fondo, Gaucín es una belleza. Las mejores vistas se disfrutan desde el castillo, ubicado en la parte más alta y donde cuenta la leyenda que murió Guzmán El Bueno. Hay que detenerse un buen rato en la Iglesia de San Sebastián, del siglo XVI; en la ermita del Santo Niño, del siglo XVII; y, cómo no, en el convento de los Carmelitas.