Valle del Jerte, el corazón más salvaje
En lo alto de la sierra de Tormantos, en el corazón del Valle del Jerte, entre un cielo infinito y la umbría de un bosque, convive una manada de caballos primitivos y salvajes con un propósito muy particular.
Un buen día, explorando en internet la Sierra de Gredos, di con Lucy Rees. Apareció de sopetón en mi pantalla su estampa de india apache, aspecto fibroso, melena blanca y enmarañada y piel curtida por el sol. Pensé que el buscador se había ido por error a otros mundos. Pero no, aquella mujer británica tan singular se encontraba en el mismísimo Valle del Jerte. Y hemos venido en plena apoteosis de los cerezos en flor para conocerla a ella y el proyecto que se trae entre manos.
El Valle del Jerte tiene forma de lengüeta encajonada entre las estribaciones occidentales de la Sierra de Gredos al norte, la monumental Plasencia al sur, La Vera al este y el Valle del Ambroz al oeste. Su cabecera es el Puerto de Tornavacas, donde nace el río Jerte y lugar de paso entre Extremadura y Castilla. Tierras de trashumancia y Camino Real, el que utilizó Carlos V camino de su retiro, y por donde todavía hoy se conduce al ganado desde las dehesas extremeñas a los montes de León y de Palencia para resguardarse del verano extremeño. Todavía algunos valientes siguen haciendo la trashumancia a pie. Un espectáculo que, como los cerezos en flor, habría que ver alguna vez en la vida.
El río Jerte atraviesa el valle de norte a sur y va conformando su orografía alimentándose de los arroyos, cascadas, pozas y aguas subterráneas que rezuman por doquier. Un paisaje que combina una naturaleza virgen de sierra y monte con bosques, más o menos intactos, y campos de cultivo en bancales sobre las laderas de los montes, trazados por el hombre hace siglos para asentar antaño vides y olivos de secano y hoy, plantaciones de cerezos, que llegan a superar el millón de árboles, la mayor fuente de ingresos de la comarca, y uno de los grandes reclamos turísticos de nuestro país por su valor paisajístico.
A comienzos de la primavera, las laderas soleadas van cubriéndose progresivamente del blanco de su flor, y recorrer los caminos por donde suben los cereceros para recoger su fruto en verano con sus cestos de madera de castaño es puro goce de belleza; en verano, los árboles vienen cargados de cerezas y picotas, y de un olor embriagador que cubre el valle; y en otoño, el ocre de sus hojas junto con los colores de los castaños y robles, repartidos por el valle, conforman un paisaje igualmente espectacular, que los vallexerteños se empeñan en poner en valor.
Entre caballos salvajes
Vamos al encuentro de Lucy por un puerto que parte de Valdastillas, desde donde se contemplan unas vistas espectaculares del valle florecido y que nos subirá a Piornal, el pueblo más alto de Extremadura, en las estribaciones de la sierra de Tormantos, donde cada mes de enero se celebra la famosa fiesta del Jarramplas, un frenesí de nabos, máscaras y tambores que representa el triunfo del bien sobre el mal. En este paraje a cielo abierto, donde ya no crecen los cerezos, Lucy custodia una manada de caballos salvajes, los pottokas, una de las razas más primitivas, autóctona del País Vasco, que se remonta a más de 30.000 años.
En aquel monte repleto de canchales, brezo, tojo, escoberas, minúsculas orquídeas y unos preciosos narcisos que solo crecen en Gredos, o escondidos a la sombra de los robles, pacen en paz nueve familias de pottokas de talante tranquilo, pequeño tamaño y esbeltos, cada uno con su nombre vasco. Lucy los trajo hace 12 años de Cataluña, para ofrecerles un lugar donde vivir en plena libertad sin la intervención humana. Le costó encontrar un lugar de unas mil hectáreas sin otros caballos, para evitar que se mezclen, hasta que dio con Piornal. Y aquí se estableció en terreno público.
Lucy es una domadora singular y una etóloga equina que ha pasado su larga vida estudiando el comportamiento del caballo en la naturaleza tratando de interferir lo menos posible en su comportamiento. Es una de las personas más salvajes que se han cruzado por mi camino, casi tanto como la manada de pottokas que custodia. Nos montamos en su coche monte arriba y monte abajo en busca de los caballos, mientras reconoce el terreno y nos cuenta pausadamente y con un acento británico que no le abandona de donde le viene esa querencia por los caballos. Le viene de la infancia, de su vida en la campiña inglesa, allí prendió la chispa y años más tarde se matriculó en zoología en la Universidad de Londres, para continuar en el campo de la investigación científica, anticipándose a la Declaración de Cambridge, firmada en 2012, sobre el reconocimiento de la consciencia en los animales no humanos. Y desde entonces no ha querido separarse del mundo equino.
Naturaleza y libertad
Antes de recalar en España, Lucy viajó por Irlanda, Estados Unidos y Portugal aprendiendo las diferentes culturas y formas de domar caballos, y pasó una buena temporada en Venezuela, donde emprendió el estudio de caballos cimarrones en zona de depredadores, en tierras de pumas, donde los caballos tenían una vida más difícil que los pottokas, en constante estado de alerta. Y a base de observación aquí y allá ha ido creando una enciclopedia del comportamiento equino mucho más afectivo y emocional de lo que pudiéramos pensar.
Es una de esas pocas personas que tiene la lucidez de saber que cuenta con una misión. La suya es conocer a los caballos desde su estado más puro, en la naturaleza y en plena libertad, para llegar a entender su propia naturaleza, con el fin de recabar información e intentar que los conozcamos y los tratemos mejor, y de paso, para comprendernos mejor a nosotros mismos. Investiga, ha escrito libros, La mente del caballo y Caballos en compañía, ha protagonizado las películas To Ride a Wild Horse (1984), en la que capturó y domó un semental mustang salvaje en el desierto de Arizona, y Chamana de caballos (2002), e imparte talleres a profesionales de la doma y de rutas ecuestres, terapeutas, veterinarios y a toda persona que comparta el mismo respeto y amor por los caballos. Ahora se encuentra preparando un documental sobre la vida de los pottokas en familia, sobre sus vínculos y las formas de protegerse mutuamente, un comportamiento enfocado en las relaciones afectivas que se alejan de las líneas más conservadoras de dominación, jerarquías o defensa del territorio.
Nos cuenta que su investigación sobre los caballos en un estado puramente salvaje es un proyecto único, y por eso este lugar, que hemos venido a descubrir, está en proceso de constituirse como Zona de Interés Científico, y contará muy pronto con un centro de interpretación que le servirá a Lucy de base de operaciones y de gran apoyo a un trabajo en el que lleva demasiado tiempo dedicándose sola. Pero, además de recabar datos y de impartir talleres, otra de sus misiones es divulgar su labor a cualquier persona curiosa que desee acercarse a conocer los pottokas.
Y para ello cuenta con la inestimable colaboración de su aliado Efrén González, que conoce el terreno como la palma de su mano, un hombre de campo, como se define a sí mismo, un vaquero con aspecto de bandolero que ama los caballos y que no deja de aprender de su maestra. Un tándem de lo más peculiar y en perfecta sintonía. Recorremos juntos monte y bosque escrutando el paisaje hasta que conseguimos dar, a cierta distancia, con un macho solitario pastando en la ladera soleada, al que Lucy daba por muerto hace seis meses. Y cerca de la carretera nos encontramos con Indar y Pintxto dormitando en un paraje bucólico, y con quienes pasamos un buen rato, observando su placidez, tumbados al sol y guardando las distancias. A los pottokas no se les acaricia.
Nos despedimos de Lucy y de Efrén con cierta tristeza sabiendo que dejamos atrás un mundo salvaje único. Y nos dirigimos al Parque Natural de la Garganta de los Infiernos en la Sierra de Gredos, al encuentro de nuestro guía de naturaleza y ornitología Ángel Vicente, que lleva 23 años enseñando el parque y aún desborda entusiasmo. Su empresa Garganta de los Infiernos-Actividades en la Naturaleza goza de la exclusividad de poder entrar a las zonas altas, las más restringidas del parque, y entre ellas, a la joya de la corona que es la Garganta de la Serrá, un valle en forma de media luna situado en la cabecera del parque. El único valle de origen glaciar en Extremadura, esculpido por el paso de los hielos cuaternarios. Allí se encuentra un ecosistema de pastizal alpino plagado de animales y plantas únicas en Extremadura, entre ellas la flor Gregoria alpina, una de las tres poblaciones que existen en el planeta, y turberas plagadas de plantas carnívoras minúsculas. Las reinas de las cumbres son el águila real y culebrera, y entre los piornales habita la cabra montés, cuyo periodo de celo en invierno es todo un espectáculo de saltos y crujir de cornamentas.
Garganta de los Infiernos
La Garganta de los Infiernos fue declarada Reserva Natural en 1994, cubre casi 7.000 hectáreas de parque natural, de las cuales la mayor parte de la reserva es de uso restringido por su alto valor ecológico. Más accesible a los visitantes y no menos asombroso son los emblemáticos Pilones o Marmitas de Gigante, una serie de cavidades en el río Garganta de los Infiernos labradas en la piedra por la acción de las corrientes fluviales que llegan a mover cantos rodados de miles de kilos, y cuyo aspecto parece una fantasía salida de un cuento. Trece pozas se van sucediendo repletas de agua cristalina y templada, que son la delicia de cualquiera cuando aprieta el calor y uno de los lugares más sorprendentes para bañarse. Ángel nos comenta que en ningún otro lugar del mundo se encuentran tantas marmitas juntas. Es una gozada dejarse llevar por los caminos que recorren el parque atravesando bosques de robles y de castaños, que vistieron en su día las casas serranas de la comarca y que se han ido renovando para su explotación maderera, bosques que dan setas, solo se permite su recogida a nivel familiar, y una importante producción de castañas.
Dejamos que Ángel siga su circuito matutino y atravesamos el valle de norte a sur para visitar los pueblos más pintorescos de la comarca. Jerte aún conserva callejuelas y una plaza con soportales con mucho encanto, y allí se encuentra la joya del turismo de aventura, el descenso de la Garganta de los Papúos, un recorrido entre toboganes, saltos y rápeles, de los cuales el más espectacular es el Chorro de la Ventera, 30 metros de descendimiento hasta zambullirse en una inmensa poza excavada en el granito. Eso para quien se atreva. Nosotras seguimos el curso del río Jerte que nos lleva a Cabezuela del Valle, el pueblo con mayor población. Su casco antiguo está declarado Conjunto Histórico y forma parte de la red de Pueblos Mágicos de España, con su bella estampa a la vera del río, la iglesia de San Miguel Arcángel y su precioso retablo barroco, y la ermita de su patrona la Virgen de Peñas Albas, a donde nos acercamos animadas por dos vecinas que charlan a la fresca en el umbral de sus casas.
Descendemos por el valle hasta Casas del Castañar, un pequeño pueblo sobre la falda de la Sierra de San Bernabé, rodeado de campo. Allí nos encontramos con Ángel Calle, un dinamizador que nos lleva a visitar el proyecto BioCultural CIMBRA, en el que trabaja con un grupo de vecinos para poner en valor su entorno y su pueblo, y documentar las costumbres antes de que se queden sin testimonios vivientes. Entre sus acciones está el diseño de rutas culturales por el entorno, un museo etnográfico en proceso de construcción, que remonta al modus vivendi del castro celta de Villavieja y al poblado medieval de Asperilla, de los que aún se conservan restos cerca del pueblo; y un sistema de código QR, que el paseante va encontrando en las esquinas de sus callejuelas para disfrutar con las intrahistorias populares. Ángel nos lleva de paseo por la zona más antigua, con sus pintorescas casas blancas, un tanto desvencijadas, sus balcones y sus solanas.
Y mientras paseamos, de pronto suena un altavoz con una música que se extiende por el pueblo, al que le sigue un pregón anunciando un evento amenizado con copa de vino que tendrá lugar al día siguiente. Como de otro mundo, de otros tiempos. Así es el Valle del Jerte.
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