Escapada de fin de semana a O Ribeiro: un gran descubrimiento

Con vino de O Ribeiro se celebró la llegada a América. Pero, para descubrimiento, esta comarca orensana. Hay ríos poderosos (el Miño, el Avia, el Arnoia…), infinidad de aguas termales, óptimo pulpo, pan excelente y vino para celebrar lo que se tercie.

Un fin de semana en O Ribeiro, uno de los lugares más sorprendentes de Galicia
Un fin de semana en O Ribeiro, uno de los lugares más sorprendentes de Galicia / Carlos Rodríguez Zapata

Dicen que el primer vino que se bebió en América fue el de O Ribeiro que Colón llevaba en sus naos. Podemos imaginar a Rodrigo de Triana gritando “¡Tierra, tierra!” e, instantes después, a todos los marineros bailando y llorando de placer y brindando con el caldo orensano. Seguramente llevaban a bordo vino de Toro, de Huelva y de otros lugares, pero el de O Ribeiro era el de las grandes ocasiones. Y también el de las grandes mesas, que ya en la Edad Media los monjes del monasterio de San Clodio de Leiro lo hacían llegar a las tablas más amplias, redondas y señoriales de España y Portugal.

Viñedos en Santo André de Caporredondo

Viñedos en Santo André de Caporredondo

/ Carlos Rodríguez Zapata

Rastreando el olorcillo del vino y el aroma de la historia, a cual más penetrante y embriagador, nos acercamos a Ribadavia, la capital de la comarca, y visitamos la oficina de turismo, que ocupa parte del pazo de los Condes, del siglo XVII. Aquí y en el vecino castillo, que se alza sobre un peña llena de tumbas antropomorfas, vivieron los señores de Ribadavia, los Sarmiento, un apellido muy apropiado para una villa vinatera. El pazo alberga también el Centro de Información Judía, donde se cuenta la historia de la comunidad hebrea local, que fue una de las más florecientes de Galicia, enriquecida con el comercio del vino. También fue de las más envidiadas y perseguidas.

Termas de Prexigueiro

Termas de Prexigueiro

/ Carlos Rodríguez Zapata

En 1606, un malsín (del hebreo malšīn: soplón) denunció por prácticas judaizantes a 200 vecinos, incluidos sus cuñados, sus hermanos y su difunta madre. Dos de ellos fueron condenados a la hoguera y 40 a penas de entre seis meses y cuatro años de cárcel. Lo del malsín se recuerda con detalle durante la Festa da Istoria, que tiene lugar en Ribadavia el último sábado de agosto. Lo del malsín y lo que no es lo del malsín, porque en esta histórica celebración (histórica por asunto y porque tiene más de 30 años) hay desfiles, justas, bailes medievales, halcones, malabaristas, arqueros, juglares... Hay hasta una boda judía oficiada por un rabino según el rito sefardí. Todos los vecinos se visten ese día como figuras de baraja y la moneda oficial es el maravedí.

Después de ver el castillo y el pazo de los Condes, bajamos paseando por la rúa de Merelles Caula, que fue la principal de la judería, donde estuvo la sinagoga. En la calle de San Martiño, llama la atención la casa de la Inquisición, un edificio del siglo XVI con cinco escudos de familias vinculadas al Santo Oficio. Y en la paralela de Santiago, lo hace la iglesia del mismo nombre, románica, del siglo XII, la primera que hubo en la villa. Al lado está el Museo Etnolóxico, con una curiosa sección dedicada a la pesca fluvial, que era la mayor riqueza que tenía antiguamente Ribadavia, después del vino. Calle arriba, en el número 11, se encuentra la pastelería de As Nisas, donde tres hermanas elaboran y venden dulces hebreos. Sus cañitas de crema son lo mejor.

El hermano Pascual Abalo en la biblioteca del monasterio de Oseira

El hermano Pascual Abalo en la biblioteca del monasterio de Oseira

/ Carlos Rodríguez Zapata

Patrimonio vitivinícola

Conviene no abusar de los dulces, porque se acerca la hora de comer y tenemos mesa reservada en el mejor restaurante de O Ribeiro, Sábrego, que gestiona el chef Marco Varela en las instalaciones de la bodega Casal de Armán, en Santo André de Camporredondo, a seis kilómetros de Ribadavia. Desde la alturas de Sábrego se domina visualmente buena parte del valle del Avia y, después de comer, se baja paseando tranquilamente entre los socalcos milenarios de los viñedos hasta el Museo del Vino de Galicia, que está a menos de cien metros, en una monumental bodega del siglo XVIII donde en su día se hacía vino para el monasterio de San Martín Pinario de Santiago de Compostela. Cien mil litros salían de ella todos los años. ¡Ya tenían que beber vino los monjes…!

Parque Etnográfico de Arenteiro

Parque Etnográfico de Arenteiro

/ Carlos Rodríguez Zapata

Lógicamente, una de sus salas está dedicada a la comarca vinícola circundante, la de O Ribeiro, una de las de mayor personalidad y más antiguas de Galicia. Redondearemos la escapada a Santo André de Camporredondo visitando Adega Doña Elisa, una bodega de colleiteiro (de cosechero) familiar, minúscula, con menos de una hectárea y media de viñedo, que elabora un vino delicioso: Canción de Elisa. Lo producen con cuentagotas: 5.000 botellas al año. Nada que ver con la gigantesca Viña Costeira, la mayor bodega de Ribadavia y de Galicia, que vende mil veces más.

Con todo lo que hemos comido y (sobre todo) bebido, lo que nos pide el cuerpo ahora es relajarnos en alguno de los muchos baños termales de la comarca. Destacan, por su belleza y su originalidad, los de Prexigueiro, unos baños al aire libre de inspiración japonesa en un pinar a cinco kilómetros de Ribadavia, con pozas donde el agua mana a 40 grados, tanto en invierno como en verano. Dependiendo de la temperatura ambiente y de la presión atmosférica, el agua es transparente, blanca o turquesa. Aunque lo parezca, no es una instalación para frikis de la cultura balnearia nipona, el onsen y todo eso. La visitan 60.000 personas cada año. Es muy popular, como los precios: 5,70 euros por un circuito termal de 90 minutos. Los sábados y domingos hay cola. Mejor ir entre semana. Al anochecer, cuando se iluminan las pozas, es cuando más apetecibles están. De camino a Prexigueiro, interesa parar en Francelos para admirar la iglesia de San Xés, obra encantadora de estilo prerrománico (siglo IX), con una ventana calada de granito que más que de picapedreros, parece labor de palilleiras o encajeras.

Castro de San Cibrao de Lás

Castro de San Cibrao de Lás

/ Carlos Rodríguez Zapata

Cultura castreña

Otro día, porque en uno es imposible, saldremos de Ribadavia hacia el norte para visitar el castro de San Cibrao de Lás, que es uno de los mayores de Galicia, y eso que en toda la región hay unos 5.000. Lo habitual en un castro es que vivieran unas 100 o 150 personas, pero aquí llegaron a reunirse 2.000 o 3.000. Al pie de las ruinas hay un soberbio centro de interpretación, grande y flamante, dedicado a la cultura castreña, que hace que San Cibrao de Lás sea, para el visitante, un lugar tan entretenido como Santa Trega o como Baroña, por citar los dos castros más espectaculares de Galicia.

Siguiente parada, en Pazos de Arenteiro, una preciosa población de poco más de cien habitantes donde, como indica su nombre, abundan los pazos, los palacios que recuerdan cuando, en los siglos XVI y XVII, se asentó en ella la nobleza del vino. En la Casa de Arriba, la más llamativa del lugar, un vecino que trastea en la bodega nos cuenta que las tres grandes chimeneas que vemos en el tejado fueron originalmente cuatro, pero hubo que derruir una porque la ley prohibía tener más que el Palacio Real. El Palacio Real de Madrid, como todo el mundo sabe, solo tiene tres chimeneas.

Pazos de Arenteiro

Pazos de Arenteiro

/ Carlos Rodríguez Zapata

Con hambre y con suerte, el mediodía nos pilla en O Carballiño, que es la capital mundial del pulpo, donde más cantidad y más rico se come. ¿Y cómo es que un lugar a 50 kilómetros del mar destaca tanto en cuestión de cefalópodos? Pues porque las tierras del cercano monasterio de Oseira, al que esta tarde iremos, llegaban antaño hasta Marín, en la ría de Pontevedra, y aquellas rentas se las pagaban en pulpo. Una buena pulpería de O Carballiño, la mejor, es Fuchela. Y un buen paseo digestivo, el que en cinco minutos lleva desde allí hasta el templo da Veracruz, obra impactante de Antonio Palacios, el mismo arquitecto que hizo el Palacio de Comunicaciones de Madrid.

En Cea, donde se hace el mejor pan de Galicia, con Indicación Geográfica Protegida, cargamos el maletero de poias (piezas de 1 a 1,2 kilos) y nos dirigimos para acabar el viaje al monasterio de Oseira, por su inmenso tamaño conocido como El Escorial de Galicia. Cuando se fundó, en 1137, en Oseira había osos. La joya del lugar es la iglesia abacial, una de las obras maestras de la arquitectura cisterciense en la península ibérica, con un característico estilo románico ojival. Otra joyita es la sala capitular, o de las Palmeras: data de finales del siglo XV y está sostenida por cuatro columnas centrales de fustes torsos. No, no hemos abusado del vino. Reamente se retuercen. 

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