Seis Paradores cerca de Madrid

Con el mapa desplegado, buscamos aquellos Paradores que podemos encontrar a menos de 120 kilómetros de la capital. Son alojamientos en edificios con historia que se han adaptado a los nuevos tiempos convirtiéndose en auténticos destinos de viaje. Tradición y vanguardia como nota de distinción. Una sorpresa.

Seis Paradores cerca de Madrid
Seis Paradores cerca de Madrid

Encontrarse uno mismo asomado a un jardincito de estilo zen en un edificio construido en el siglo XVII no es algo que desde luego ocurra todos los días. Pero el caso es que bajando por la monumental escalera del antiguo Colegio-Convento de Dominicos de Santo Tomás uno no necesita ver para creer que cualquier cosa puede suceder. O mejor dicho, sí, sí hay que ver, porque si a algo se viene al nuevo Parador de Turismo de Alcalá de Henares es a mirar, a contemplar, a no cerrar nunca los ojos.

Inaugurado en julio de 2009 por el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, a pesar de llevar ya unos meses en funcionamiento, este innovador alojamiento rompe cualquier estereotipo con los que se pueda asociar a la Red. Del convento, que también fue cárcel, queda todo su esplendor: un inmueble de ladrillo visto sobre zócalo de sillería de piedra. Un hermoso armazón con el que jugaron María José Aranguren y José Ignacio González-Gallegos, los autores del proyecto de rehabilitación, que fue elegido en 2006 por el MOMA de la ciudad de Nueva York para la exposición que realizó sobre arquitectura española.

En el Parador de Alcalá de Henares, a sólo 30 kilómetros de Madrid, todo pasa por el antiguo claustro. En torno a él, se suceden el salón de desayunos, la cafetería, un salón-biblioteca reconvertible en bar de noche -todo en rojo y negro- y un restaurante de decoración ultravanguardista -atención a las lámparas- con una carta donde las tradiciones mandan, aunque pasadas por el tamiz de la modernidad. Hay platos con historia, como las migas ilustradas, pero también propuestas más sofisticadas que se alejan de la gastronomía típica para sorprender a los ya de por sí sorprendidos clientes. Porque si colocar un jardín tallado en la azotea puede parecer un atrevimiento, nada es comparable a transformar la antigua capilla en un spa. Bajo las bóvedas, grandes caracolas de cristal translúcido, a modo de gotas de agua, esconden en su interior la zona de duchas. El que fuera en sus tiempos un altar es hoy un cubículo para el baño, que destaca bajo un impresionante cilindro de luz que va cambiando de color. La piscina exterior completa la oferta del Parador, que ofrece también la posibilidad de comer o cenar en la Hostería del Estudiante, con vistas al patio Trilingüe de la Universidad de Alcalá de Henares, cuna de Miguel de Cervantes.

En sus calles convivieron un día los más grandes escritores del Siglo de Oro español que, de ser en verdad inmortales, no dudarían en enfrascarse en alguna conversación en cualquiera de las muchas tabernas que pueblan el casco antiguo de la ciudad complutense, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Esa connivencia entre lo nuevo y lo viejo, tradición y vanguardia, se aprecia también en otro parador de reciente construcción, emplazado en la Casa de los Infantes de la localidad segoviana de La Granja, a unos 100 kilómetros de Madrid, con un palacio real y unos jardines de cuento. Fue Carlos III quien mandó construir este edificio en el siglo XVIII para que vivieran en él los infantes Gabriel y Antonio. Este último es el que da nombre a la habitación más especial, la 218, una de esas estancias únicas de Paradores, en la que un burladero separa el dormitorio del vestidor. En ella, al igual que en el resto, predominan los tonos claros, que sintonizan a las mil maravillas con ese sosiego casi místico que se respira en todo el hotel, incluso en los días en que registra lleno absoluto. Tienen magia los pasillos -con vitrinas que parecen laboratorios científicos-, la biblioteca con sus dos ambientes y, sobre todo, uno de los patios, evocador de noche, iluminado por la luz de las velas y aderezado con el rumor del agua de su fuente.

Ya lo dice el letrero de una de las salas de su spa: "La verdadera amistad llega cuando el silencio entre dos parece ameno". Ésta y otras frases sirven para adornar los espacios de relax, con áreas para masajes, hamacas, sauna y baño turco en un espacio agradable, decorado por pequeñas joyas, como unos sillones de peluquería de tiempos pasados. El patio más cercano al spa es el lugar donde los clientes eligen en un particular bufé el aroma con el que desean envolver cualquiera de los tratamientos de su amplia carta de especialidades, algunas con un toque oriental. A estas instalaciones también pueden acudir los huéspedes del Parador de Segovia, a sólo 11 kilómetros, de construcción muy actual, con unas espléndidas vistas de la ciudad y un buen restaurante de cocina tradicional, en el que, al igual que en el de La Granja -con su propio horno de leña-, el cochinillo y el cordero nunca faltan en la mesa.

Sabores castellanos se pueden encontrar también en el Parador de Ávila, a unos 115 kilómetros de Madrid, ubicado en pleno casco monumental, en el antiguo palacio Piedras Albas adosado a las murallas. Acorde con su entorno, el interior conserva un aire íntimo y cálido. Bellos elementos decorativos, suelos de granito y adobe, colores vistosos en las tapicerías y habitaciones amplias -algunas con camas que tienen dosel-, integran un conjunto armónico y muy luminoso, creado por el prestigioso diseñador Pascua Ortega, que ha sabido actualizar la austeridad que se le presupone siempre a los edificios históricos de Ávila, una ciudad recia donde las haya y también patrimonio de la Humanidad.

Su jardín es todo un museo al aire libre, con sarcófagos, pilas bautismales y magníficas piezas arqueológicas -entre ellas, un verraco de la cultura de los castros del siglo IX- de un gran valor artístico. Pasear entre ellas, justo al atardecer, constituye todo un placer, que se convierte en una auténtica visita guiada a través de la Historia. Rosas, alibustres y cipreses dominan otro jardín situado a tan sólo 50 kilómetros de Madrid. Es el del Parador de Chinchón, un antiguo convento de la orden de los Agustinos que fue construido en el siglo XVII en pleno centro, no muy lejos de la plaza Mayor de esta turística localidad madrileña, famosa por su anís y por sus concurridos mesones. Amplios ventanales y bóvedas, mobiliario de corte clásico y espaciosas habitaciones dan vida al interior del hotel.

Si el principal emblema del Parador de Chinchón es su claustro, del de Toledo, a 71 kilómetros de Madrid, es su mirador. "Espléndida y conmovedora", así definió Hillary Clinton la panorámica que desde él se contempla, con toda la ciudad a sus pies. Enclavada junto a un meandro del río Tajo, en la zona de los Cigarrales, el parador acaba de sufrir una importante renovación que ha devuelto el esplendor a todas y cada una de sus estancias. Nada más cruzar la puerta, un hall a doble altura recibe a los huéspedes, que enseguida pueden percibir la mezcla de estilos que impera en el establecimiento.

El mobiliario, casi todo en madera de castaño, bien podría definirse como una lectura actualizada de un cigarral de la época, con baúles y muebles de farmacia antiguos que encajan a la perfección con objetos decorativos de Alvar Aalto, una mesa de Luis y Pedro Feduhi o las butacas de Domingo de Arniches. Algunas de las habitaciones cuentan con mesillas de cajones tallados y cabeceros lineales de medio dosel entelados en colores verdes, calderos y azules que hacen referencia a la cerámica toledana. Un apunte para viajeros: la habitación 417 se abre a una terraza con unas vistas difíciles de olvidar. Si no se puede reservar, siempre nos quedará la piscina, con la Catedral y otros monumentos recortándose, de fondo, sobre el cielo, como una postal.

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