Renacentismo en Jaén

Jaén ha vivido a la sombra de ciudades de gran belleza como Granada o Córdoba. Su cercanía con ellas ha hecho que viajeros de todos los tiempos pasaran por aquí sin prestarle atención. Grave error. Jaén atesora uno de los patrimonios renacentistas más deslumbrantes de España y es aún territorio virgen para el turismo.

Vista de Jaén
Vista de Jaén / Marc Dozier/Hemis/Corbis

Las guías turísticas editadas a principios del siglo XX hablaban de Jaén como de una de las ciudades más tranquilas y serenas de España. En un siglo apenas ha cambiado. Desde lo lejos la ciudad aparece coronada por un castillo, que capta mi atención. Es temprano, y la hora del desayuno se impone. Ante mí, dos posibilidades: El Lucernario, que abre sus puertas a un lado del parque de la Victoria, o La Colombiana, a las puertas del barrio viejo, que en estos días de otoño aún instala su acogedora terraza en la calle. Sentada en uno de sus veladores pido café y tostada de aceite de oliva virgen extra, el mayor emblema gastronómico de estas tierras. Frente a mí se erige el palacio neoclásico de la Diputación Provincial, con uno de los patios señoriales más bellos de Andalucía.

Un poco más allá, a un lado de la calle Álamos, percibo el bullicio y la algarabía. El mercado de abastos de San Francisco es a estas horas de la mañana un hervidero de gentes. Con el estómago lleno es más fácil digerir las lecciones de historia. Me encamino hacia la Catedral y contemplo la fachada del monumento, proyectada por Eufrasio López de Rojas. Estoy a espaldas del Ayuntamiento y del Obispado, que son edificios que quedan eclipsados ante la belleza del templo. En una guía leo que la Catedral es uno de los monumentos renacentistas más puros de España. Su artífice fue el arquitecto Andrés de Vandelvira, del que este año se cumple el quinto centenario de su nacimiento.

Nos cuentan que la visita al interior del templo ha de guardar un orden. Conviene entrar por el lado del Evangelio, donde se hallan capillas tan notables como la del Cristo de la Buena Muerte, que acoge una talla de madera del crucificado de principios del XX firmada por Jacinto Higueras. Más allá abre la Sacristía, la Sala Capitular y el panteón de Canónigos, tres notables ejemplos del renacimiento vandelviriano. Bajo al panteón de Canónigos, donde ha sido instalado el Museo Catedralicio. Allí, frente a una original escalera en piedra, me sorprende el lienzo de Fernando III El santo, conquistador de Jaén, obra de Valdés Leal. Aún me quedará tiempo para admirar la capilla donde se venera a Nuestro Padre Jesús, conocido popularmente como El Abuelo y que en la madrugada del Viernes Santo congrega a miles de fieles.

Baños árabes

Salgo de la Catedral por la puerta que mira a la calle Campanas. Subo a la calle Maestra y allí entro en la oficina de turismo donde me facilitan información turística e histórica de la ciudad. Allí me indican que no puedo dejar de ver los Baños Árabes. La calle Maestra desemboca en la plaza de la Audiencia. Continua por la calle Martínez Molina hasta alcanzar el palacio de Villardompardo. En él encuentro a un jiennense que me cuenta que esta zona fue protagonista de muchos capítulos del pasado. Las primeras crónicas se remontan al siglo XII para relatarnos como estos baños, los mejor conservados de la península Ibérica, fueron olvidados bajo el palacio que hoy veo. Me sorprende que en otro tiempo el orgullo cristiano alcanzara los límites de la estupidez dejando oculta semejante joya de nuestra historia. Por suerte, y a pesar de que fueron utilizados como bodega del palacio, una concienzuda labor de reconstrucción del arquitecto Luis Berges nos regala una ilustrativa visita por sus tres salas. Además del hamman en sí, el descubrimiento se extendía a instrumentos y vasijas empleadas por los árabes durante su estancia en los baños y a túneles que, según la leyenda, se comunicaban con otros destacados edificios del barrio de la Magdalena. Me apetece creer esa historia. De regreso, me cuentan la leyenda del lagarto de Jaén que se comía a todo aquel que osaba acercarse al manantial de la Magdalena. En definitiva, es otra bella fábula que se repite en muchas ciudades españolas y que recuerda a la que tuvo por protagonista a san Jorge.

En todo caso, ahora soy yo quien me comería a cualquiera que se interpusiera entre una buena tapa y yo. La mañana se ha echado encima y el estómago empieza a cosquillear. De modo que nada mejor que hacerme fuerte en las barras de mármol y madera de las tascas, un entramado de estrechas calles que agrupa los bares más viejos de Jaén. La ruta comienza en La Barra con un buen plato de migas y un rossini , un combinado cuyas proporciones nunca desvelan los dueños pero que hacen las delicias de todos sus clientes. Anoto este bar en el cuaderno de viaje para futuras y obligadas visitas. Después me decido por un plato de ibéricos y un chato de vino añejo en un bar con más de un siglo de historia conocido como El Gorrión. No estaría de más acercarse hasta Casa Vicente y degustar su lomo de orza o su paté de perdiz. El tapeo es como un ritual donde se impone la conversación y la palabra, con la recompensa de estar en una de las pocas ciudades que aún sirven las bebidas acompañadas de tapas gratis con las que casi das el almuerzo por concluido. Satisfecho el hambre y con la sensación de formar parte ya de la ciudad, busco acomodo en el Café del Consuelo, ejemplo de cómo acercar el estilo decorativo moderno al barrio viejo sin que dañe la vista. El local juega con la luz para crear distintos ambientes a lo largo del día. Una infusión me ayudará a digerir la comida y programar la tarde.

Compras artísticas

Hay quien se decide por continuar la jornada cultural y pone dirección al Museo Provincial para no perderse la mayor colección de arte ibero de la Península. Allí se exhiben las suntuosas piezas halladas en los yacimientos de El Pajarillo, en Huelma, y del Cerrillo Blanco, en Porcuna. Otra alternativa es vivir una tarde más animada, materialista y bulliciosa, paseando por las calles comerciales de Jaén y dejándose convencer por sus productos. Me cuentan que si lo que busco es adquirir el mejor aceite de oliva de España tiendas no me van a faltar. Una de ellos es Almacenes Martínez, en la plaza del Pósito. Los productos de alta cocina jiennense se pueden encontrar en Casa Paco, en el paseo de la Estación. Para los amantes de los libros, Metrópolis atesora ediciones de la mejor literatura que habla de esta tierra. Si, por el contrario, lo que buscamos es desde un perfume, regalos, ropa y recuerdos originales nuestro sitio está en la calle San Clemente.

De una u otra forma la tarde se habrá echado encima tomando un respiro en la plaza de El Pósito. Las primeras horas de la noche me encuentran en bares del barrio de San Ildefonso como la taberna El Hortelano o El Azulejo. En este último, pido la primera y la segunda copa en un agradable ambiente que irá en aumento a lo largo de la noche. Me han hablado de que en esta misma calle abre una tetería donde preparan deliciosos batidos naturales. Lo mejor del día está por llegar.

Antes de venir a Jaén había reservado habitación con vistas en el Parador. Antes de irme a la cama decido disfrutar del entorno y subo por un encantador paseo hasta las puertas del castillo de Santa Catalina, parada obligada de la ruta de los Castillos y las Batallas. Un tentador camino de piedras me conduce por mitad de un bosque tapizado de perfumados pinos por la cresta rocosa de la montaña hasta un saliente donde se alza una gran cruz. Desde este mirador Jaén parece una de las ciudades más hermosas de este país. A mis pies la Catedral iluminada y hacia el horizonte, los pueblos de la provincia. De derecha a izquierda, Mancha Real, Úbeda, Baeza, Linares, La Carolina, Jabalquinto y Bailén. Esa zona oscura que apenas se distingue es la depresión del Guadalquivir, el valle olivarero por donde discurren las aguas del gran río de Andalucía. Ya me siento de Jaén.

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