Irlanda, las islas de Star Wars

Las islas Little Skellig y Skellig Michael desafían los bravos vientos del Atlántico. Hace 1.400 años unos monjes levantaron en Skellig Michael un monasterio de acceso casi imposible que se ha convertido en destino de moda gracias a “La Guerra de las Galaxias”. La cercana península de Iveragh ha aprovechado el tirón turístico para revelar sus encantos: el Parque de Killarney y una reserva para la observación –casualidad o no– de estrellas y galaxias.

Islas Skellig
Islas Skellig / Eduardo Grund

"Es un lugar increíble, imposible, de locos, a 700 pies sobre el Atlántico, como si formara parte del mundo de nuestros sueños". Así describía el poeta irlandés George Bernard Shaw en 1910 a las islas Skellig, dos impresionantes islotes rocosos situados a 16 kilómetros del extremo occidental de la península de Iveragh, en el condado de Kerry, que emergen del mar como si se tratara de dos monstruos preparados para luchar contra las tempestades. Ese excitante paraje irlandés fue descubierto hace más de 1.400 años por un pequeño grupo de religiosos que buscaban aislamiento en una de las localizaciones más extraordinarias del planeta. Ahora, ocho siglos después, ha abandonado su ostracismo gracias a los productores de El despertar de la fuerza, la séptima entrega de la saga cinematográfica Star Wars.

Ese puñado de religiosos del siglo VI fue capaz de crear en la isla más grande, Skellig Michael, una pequeña ciudad monástica, con dos oratorios, seis celdas, una iglesia y un cementerio, rodeándola por un gran claustro de piedra. Pero lo más impresionante de todo es que estos monjes tuvieron que tallar cerca de seiscientos escalones en la pared rocosa, perfilando un camino de peregrinación que durante muchos siglos fue muy importante en Irlanda. Una vía empinada y arriesgada, con cientos de frailecillos a su lado testigos de su ímprobo esfuerzo, como ahora lo son de los visitantes que salvando zonas peligrosas y resbaladizas enfilan el Needle’s Eye, la cima de la roca, para pisar la fortaleza cristiana más occidental del mundoantiguo. Esa peregrinación se prolongó desde el siglo VI, inicio de la construcción de las estancias monásticas por su fundador, San Finan, hasta el siglo XII, momento en el que los religiosos abandonaron el retiro para instalarse ya en la isla de Irlanda en un monasterio de Ballinskelligs.

Hasta ese momento, las Skellig fueron un lugar inexpugnable, solo atacado en una ocasión por los vikingos en el siglo IX, siempre protegidas por las impresionantes paredes rocosas que forman murallas naturales de hasta 215 metros de altura sobre el océano. Durante esos seis siglos la comunidad de monjes vivió en el lugar más apartado de la Tierra, bajando y subiendo esas escaleras. Pescaban y cuidaban de una huerta en las alturas. Nunca fueron muchos, no más de una docena. Ahora los únicos residentes de la isla son tres personas que viven aquí durante seis meses entre primavera y verano. Son civiles, no religiosos, y miman casi cada centímetro de la isla hasta que se retiran a los tres únicos miniapartamentos del islote. Viven de manera austera y les gusta charlar y aconsejar a los visitantes que llegan a las Skellig entre los meses de abril a octubre para admirar las clochain, las construcciones de piedra en forma de colmena que miden entre 5 y 8 metros de diámetro y que ahora casi todos han visto en El despertar de la fuerza.

La Ruta Costera del Atlántico

En el año 2014 el equipo de producción del filme, encabezado por el director J.J. Abrams, y los protagonistas del reparto se desplazaron a Portmagee, un pequeño pueblo irlandés de 200 habitantes en el condado de Kerry, que forma parte de la Ruta Costera del Atlántico. En su primer viaje, el equipo buscaba localizaciones en la zona argumentando que su objetivo era rodar un documental sobre los singulares frailecillos atlánticos. Al retornar el equipo de producción tres meses después, los lugareños descubrieron que en realidad se estaba rodando un nuevo episodio de la saga Star Wars. “Estuvieron rodando cinco semanas y el equipo se portó muy bien con nosotros, pero nunca vimos a Harrison Ford porque iba y venía directamente cada día desde un lugar desconocido”, cuenta Jessica, una madrileña de 32 años que trabaja desde hace tres lustros en el hotel The Moorings, el más encantador de este aislado paraje de Irlanda. Jessica ofrece comidas y cenas en el restaurante en un destino donde “no hay nada que hacer en los meses de invierno y la vida es muy aburrida”.

Trabajadores y vecinos tuvieron que guardar el secreto de la película al tiempo que eran testigos de cómo disfrutaba el equipo de rodaje, incluidos Mark Hamill (Luke Skywalker) y la recientemente fallecida Carrie Fischer (la princesa Leia) de algunas noches de música y baile en el Bridge Bar. Este es casi el único local del pueblo abierto en The Moorings durante el año, y solo se escucha música tradicional irlandesa los viernes de la época veraniega. Mark Hamill incluso aprendió a tirar una pinta de Guinness con el camarero del pub y ahora todo el mundo, vecinos y viajeros, quiere hacerse una foto en ese lugar. Más aún cuando alguien colgó un vídeo de esta escena en una red social. Desde entonces el teléfono no ha parado de sonar con cientos de curiosos que desean viajar a esta villa marinera y hacerse una foto como la del héroe de La Guerra de las Galaxias. Portmagee, que destaca por sus casitas coloreadas, un pequeño puerto abrigado y una calle dedicada a los enamorados (Lovers Lane), vive un esplendor turístico con la cantidad de viajeros que arriban sobre todo desde abril hasta el otoño.

Gaitero frente a Ross Castle.
Gaitero frente a Ross Castle. / Eduardo Grund

La isla de Valentia

Desde Portmagee resulta sencillo acceder a la cercana isla de Valentia. Basta con atravesar un pequeño puente para pisar esta isla muy recortada, con acantilados impresionantes como Bray Head y unos jardines tropicales, con el de Glamlean a la cabeza, que se han desarrollado por la influencia de la corriente del Golfo. No impresiona menos el faro de Cromwell, operado por un farero hasta 1947 y que emerge milagrosamente sobre el Atlántico con su torre blanca de 15 metros, o recorrer el Grotto, una cantera de pizarra abierta en 1816 y que fue utilizada para embellecer la Cámara de los Comunes en Londres y la Casa de la Ópera en París.

La isla de Valentia brinda más curiosidades. En este punto fue donde se instaló el primer cable transatlántico en 1866, que conectaba Europa con el continente norteamericano, y mucho antes, hace 385 millones de años, los primeros dinosaurios acuáticos conocidos abandonaron las aguas para adaptarse a la tierra. Aquí se puede admirar la huella de uno de ellos, incrustada en unas rocas muy próximas al mar: es una de las huellas más antiguas del mundo. Volviendo a las islas sin abandonar Valentia, una buena idea es acercarse al Skellig Experience Visitor Centre, que muestra la historia de estos islotes con un museo interactivo en el que se puede ver la reconstrucción de su histórico faro, que data de 1820 y ha estado en funcionamiento durante 161 años, con una colección de objetos personales, libros, cartas y equipos de radio de los hombres que ofrecieron servicio a los marineros de estas aguas. Desde la explanada de césped del centro parten los helicópteros que sobrevuelan los dos puntos rocosos y los famosos acantilados de Moher, situados un poco más al norte.

El anillo de Kerry

La península de Iveragh tiene un popular recorrido turístico por carretera que discurre por el llamado Anillo de Kerry. Desde la costa en dirección sur y este hacia Killarney, el punto más turístico de esta península, resulta muy atractiva la diversidad de su paisaje, conectado siempre con el agua, ya proceda del océano, de los ríos o de los lagos, con playas hermosascomo Derrynane, en Caherdaniel, segura e ideal para nadar y practicar los deportes acuáticos, o bellos pueblos a cada paso. Habremos dejado atrás en el inicio de la ruta la localidad de Waterville, refugio de Charles Chaplin y su familia durante un decenio, y más adelante aparece en el horizonte Sneem, un pueblecito que luce unas casas de vivos colores en torno al estuario del río Ardheeslaun. Entre sus atractivos destaca una estatua con la efigie del general De Gaulle junto a la plaza del pueblo, pues muy cerca de ese punto neurálgico residió el mandatario francés en 1969.

De Sneem a Kenmare se tarda una media hora en coche (27 kilómetros). En Kenmare, fundado en el siglo XVII, hay buenas oportunidades para avistar leones marinos y hay abundantes restos arqueológicos, como los misteriosos menhires de Druid's Circle. Desde este pueblecito parte el desvío para enfilar el camino que deja atrás las salvajes costas de Kerry, barridas por los vientos atlánticos, para adentrarse en el verde valle de Killarney. Este destino surge como un paisaje diferente, deslumbrador, por sus helechos gigantes, rododendros, brezos y arándanos. Las flores, aquí, se multiplican en cualquier rincón.

El Parque Nacional de Killarney, de diez mil hectáreas, muestra toda esta belleza superlativa, sobre todo en los alrededores de Muckross House, elegante casa que recuerda el paso de la reina Victoria en 1861, y de Ross Castle, situado al borde del Lower Lake. Cualquier camino es siempre un acierto. Está prohibido circular en coche y solo encontramos a nuestro paso bicicletas y coches de caballos, los populares jaunting cars, otra postal de este lugar. El paisaje rezuma encanto victoriano gracias a los viejos robles que antaño cubrían Irlanda, que conviven con los abedules y los acebos. Si hay tiempo, hay que realizar una parada en Torc Waterfall, pintoresca cascada ubicada sobre el Middle Lake, con un desnivel de 18 metros entre sus dos orillas boscosas. Es, sin duda, un paraíso en torno al agua, que brilla con mágica luz en este rincón de Irlanda, al que podemos despedir en el paso de montaña Gap of Dunloe tras dar un paseo en el clásico coche de dos ruedas y un caballo divisando las montañas y los lagos del estrecho desfiladero.

Estatua de Charles Chaplin en Waterville
Estatua de Charles Chaplin en Waterville / Eduardo Grund

El paseo de “Charlot” en Irlanda

En Waterville, una tranquila villa de la península de Iveragh encajada entre la bahía deBallinskelligs y el lago Currane, donde se pesca la trucha marrón y el salmón, hay buenas playas y deliciosos paseos junto al mar. El más famoso de todos es el que lleva el nombre de Charles Chaplin. Fue en esta costa donde el cineasta pasó algunos periodos vacacionales junto a su familia (desde 1959 a 1969), hospedándose en el hotel Butler Arms. El camino, muy popular entre locales y turistas, transcurre en paralelo al mar y la playa de la villa, y muestra en algunas de sus jardineras la silueta de Charlot. El punto más atractivo se sitúa en la mitad del paseo gracias a una bonita estatua de bronce dedicada al famoso actor londinense fallecido en 1977. La figura luce una placa en la que se agradece al actor y director su presencia en este pueblo marinero. Una más del mítico artista de las que se pueden encontrar por el mundo, como las de Londres, Barcelona o Vevey (Suiza). Todos los años en agosto se organiza en Waterville un festival de películas cómicas que encabeza su nombre: Charles Chaplin.

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