Hoteles y Posadas de Cantabria

Durante el Año Santo Lebaniego, la ruta peregrina que va desde la ciudad de Santander hasta el Monasterio de Santo Toribio de Liébana es ocasión de fe y también de encuentro andariego con los lugares más significados de Cantabria. Estos cinco establecimientos de calidad aseguran el más plácido reposo a lo largo de todo el camino.

Vistas desde el jardín de la Torre del Milano, cerca de Comillas.
Vistas desde el jardín de la Torre del Milano, cerca de Comillas.

Peregrinos somos todos. De la vida y sus avatares. Pero hay quien se lo toma más en serio y, por asunto de fe o por ponerle argumento a su alma de senderista, se lanza a los caminos trazados por la tradición religiosa. No faltan por el planeta rutas devotas, y los que las siguen siempre acaban entonando conceptos de la felicidad humana: armonía, sosiego, gozo en las pequeñas cosas... Y es que peregrinar, con fe o sin ella, es salirse de las sendas cotidianas, vivir con lo mínimo o moverse con los otros de igual a igual. Este año el lugar para tal aventura es Cantabria, pues desde el 23 de abril, y hasta abril de 2007, celebra un tiempo santo por virtud del privilegio del Jubileo, concedido al Monasterio de Santo Toribio de Liébana por Julio II en 1512. La ruta peregrina parte de Santander y recorre, en cinco etapas, poco más de 128 kilómetros a través de verdes escenarios cántabros. Y, a falta de albergues jacobeos, en la zona hay posadas, casonas y hoteles de tan esmerado nivel como en el resto de la región. ¿Por qué no reposar a todo confort después de las andarinas jornadas? La vivencia de la sencillez se recuperará nada más retomar la caminata. El contraste enfatizará la aventura. Santo y feliz a la vez, ¿por qué no?

Con vocación historicista

Tarda en desenmarañarse el tejido urbano de la capital cántabra, pero al fin se imponen las suaves laderas verdes y jaspeadas de casas, todas con su gracia, pues los bellos parajes, ya se sabe, inspiran bella arquitectura. El camino de esta primera etapa serpentea por una alfombra de hierba, roza pequeños bosques y se asoma a la historia cántabra, tan dada a nombres y heraldos: por ahí aparece la Torre de los Calderón de la Barca, poderosa construcción del siglo XV con la que el ilustre escritor está relacionado. Apenas un preámbulo de lo que espera al peregrino al final de este primer día: Santillana del Mar, con sus casonas solariegas, su colegiata románica, el Museo Nacional de Altamira y sus calles mágicamente perdidas.

En una de sus vías principales está el Hotel Casa del Marqués, ocupando la que fuera casa de la madre del Marqués de Santillana. Fuera zapatillas y ropa deportiva: es hora de descansar deslizándose en- tre el lujo bien calculado y bien inglés de este establecimiento. La vocación historicista de toques y elementos se conjuga con la piedra y la madera del edificio original, aligerándose con oportunos colores en los preciosistas salones y habitaciones. Buen descanso. Y, de mañana, el gustoso y variado desayuno en el acogedor comedor o en la seductora terraza del patio.

Hora de volver a sentirse peregrino. La segunda etapa sigue los senderos del mar. Praderas y casas se suceden en suave cadencia hasta que irrumpe el mundo genuino del Parque Natural de Oyambre, con sus bosques puros y sus playas enteras. Ambos, el senderista y el devoto, sentirán que aquí hacen bien su papel, para después, al llegar a Comillas, aceptar que también hay maravillas humanas. Otros indianos mostraron su éxito construyendo una casa ostentosa y extravagante. El Marqués de Comillas, sin embargo, reinventó su pueblo a costa de las ideas de los más innovadores arquitectos catalanes del momento. El Palacio de Sobrellano, el Capricho de Gaudí, la Universidad Pontificia o el cementerio son una maravillosa alucinación modernista a muchos kilómetros de Barcelona.

El mar ya está ahí, en el recoleto puerto pesquero y en la gloriosa playa. La grandiosidad y el misterio de sus aguas serán telón de fondo del caminante, que se sentirá embaucado por el inabarcable horizonte. Así hasta llegar al final de etapa: San Vicente de la Barquera, que tiene el donaire de su iglesia gótica de Santa María, o de su castillo, o de su barrio pesquero, pero el gran don es su emplazamiento. Montado en lo alto, entre brazos de mar y playas, y con el majestuoso fondo de los Picos de Europa, el espectáculo es tan apabullante que no precisa de florituras arquitectónicas.

La escenas acumuladas del camino serán disfrute de la memoria al hacer un alto en Oreña y dejar pasar la noche en la Posada Los Cautivos. La gran casona cántabra de ladrillo y vigas entramadas, con su tronera tornada de azul, guarda su propia ensoñación cromática, pues es el juego de colores en las paredes, atrevido y resultón, el que manda sobre la discreción del mobiliario. Eso sí, el juego se capta y la sensación es acogedora, sobre todo a la hora de desayunar, muy en familia y con buenos productos autóctonos. ¿Y qué tal un baño en la piscina antes de echarse a caminar?

Amalgama de sensaciones

El reposo también puede quedar envuelto en la tramoya urbana de Comillas. El Hotel Marina de Campíos habita una de las casonas palaciegas de las calles altas del pueblo. La fisonomía de su fachada de miradores ha sido maquillada en color salmón. Se adivina así la fantasía de la decoración interior, tanto en espacios comunes como en habitaciones, en la que se mezclan varios estilos y tipos de ornamentos: clásico inglés, art nouveau, étnico... La amalgama de colores y sensaciones no deja indiferente y, de alguna manera, enlaza con el modernista argumento del pueblo. Cae la noche y hay que hablar de lo visto en el camino: en la terraza, evocativamente africana, o en el bar, deliberadamente moderno. La tercera etapa recorre suaves sendas desde San Vicente de la Barquera hasta Quintanilla. Queda atrás la declamación del mar inmenso y de la arquitectura inspirada, y lo de ahora es hacerse parte del mundo recóndito y rural de las vegas del río Nansa. Una Cantabria sencilla, verdadera, poco conocida. Como la que se divisa desde la Posada Torre del Milano, allí subida en una montaña de Ruiseñada, con vistas a las siluetas ilustres de Comillas, al horizonte lejano del océano y a la parafernalia de los Picos de Europa. Lo que encierra por dentro el moderno y poco peculiar edificio es un mundo propio y seductor, a la zaga de un concepto de hostelería que quiere ser innovador y familiar a la vez. Y lo consigue a través de las dimensiones abarcables de un minimalismo repleto de detalles reconocibles, acogedores. El spa con vistas al verdor del valle es una tentación a la que no se resistirá el peregrino devoto. Y después, una rica cena a base de platos en los que, con las mismas ganas y esmero, se mezcla lo familiar de siempre y lo nuevo... Y a dormir. Seguro que muy bien. El descanso bien cumplido no habrá estado de más antes de acometer la cuarta etapa, que va desde Quintanilla hasta Potes. Los Picos de Europa han pasado a primer plano. Sigiloso y absorto va a ser el deambular por los estrechos valles, y sobre todo por ese largo desfiladero de grises rocas que es La Hermida, enorme hendidura surcada por las aguas del Deva. Y entonces, las montañas bravas, verdes de praderas y bosques, se hacen a un lado en un valle más ancho, en el que reina la armónica silueta de Santa María de Lebeña. Esta joya del prerrománico y mozárabe, como enfatizan las guías, tiene el encanto de la sencillez y la sinceridad de las formas primitivas. Eso sí, se permite la rareza de que la torre esté separada de la nave. La magia de siglos remotos se apodera del cansado peregrino.

Secretos de los Picos de Europa

Un esfuerzo más y ya estamos en Potes, envuelta en altas montañas y puerta a muchos de los secretos de los Picos de Europa. Su grandiosidad invade la vista de las ventanas de las habitaciones de la Posada Laura, en el pueblo de Turieno. Buenas noches a ese espectáculo inefable, y a descansar en este establecimiento de estupendas trazas, con el suficiente aire de la zona, pero sin grandes aspavientos en su decoración. Los justos toques y pacientes y esmerados bordados aquí y allá que amplifican la sensación de mundo familiar. Habrá que levantarse temprano, desayunar los buenos ingredientes tradicionales que aquí se ofrecen y rendirse otra vez ante la escena suprema de las montañas.

Aún quedan los tres kilómetros de la última etapa, que ascienden hasta el Monasterio de Santo Toribio. Cada uno mirará a su manera el Lignum Crucis, que dice ser el trozo más grande conservado de la cruz de Cristo. Muchos admirarán el primor de las ilustraciones del famoso Beato. Todos recordarán ya con nostalgia el camino recorrido.

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