Las cuevas cántabras de los genios con piel de oso

"Las otras Capillas Sixtinas del arte paleolítico": con ese eslogan celebra Cantabria la reciente designación, por parte de la Unesco, de nueve de sus cuevas con pinturas rupestres como Patrimonio de la Humanidad. Títulos que se suman al que ya poseía la emblemática cueva de Altamira. Todas ellas se pueden visitar en gratos recorridos.

Las cuevas cántabras de los genios con piel de oso
Las cuevas cántabras de los genios con piel de oso

En realidad, ésta es una historia en torno al agua. Ella es protagonista absoluta, junto con la piedra. Fue el agua la que formó valles y sigue alimentando los ríos que por ellos discurren. El agua se filtró por los poros de la piel caliza y formó esas arquitecturas naturales que son las cuevas; muchas fueron aprovechadas para vivir, otras se destinaron al imaginario colectivo o discurso simbólico. El agua de pozas y arroyos es lo que atraía a muchos animales a ciertos puntos para beber, y esos eran lugares privilegiados de caza para el hombre primitivo. También para instalar allí cerca sus hogares-cueva, en los cuales sublimar el quehacer cotidiano mediante una dimensión simbólica. Así fue en el pasado y así continúa siendo: los pueblos actuales siguen remansados a orillas de los ríos y el agua sigue siendo en muchos un motor de la existencia. Este esquema básico ofrece una especial consistencia en Cantabria. Existen allí unas 6.500 cuevas labradas por el agua, de las cuales unas 1.100 guardan restos arqueológicos (que pueden remontarse a 200.000 años atrás) y 62 conservan pinturas (de hace 15.000 años las más antiguas).

En 1985 la Unesco declaró a la cueva de Altamira, la primera que se encontró, Patrimonio de la Humanidad; en julio del pasado año esa distinción se extendió a otras nueve cuevas cántabras. Estas diez cuevas forman parte de un conjunto más amplio, que abarca territorios de Asturias, País Vasco y sur de Francia (un proyecto europeo llamado REPPARP -Primeros Pobladores y Arte Rupestre Prehistórico del Suroeste de Europa- incluía además los abrigos del arco mediterráneo).

La forma fácil de explorar ese galimatías de cuevas rupestres es seguir el rastro del agua. Contemplar el nudo de valles cavados por el agua donde la caza abundaba, y donde se apostaron aquellos cazadores del Paleolítico. Tendremos así un mapa accesible: tres o cuatro valles, donde todo se concentra. Valles que podemos recorrer de arriba hacia abajo, como el agua, o según convenga, como los cazadores antiguos. Esos valles son: hacia el oriente, el de Asón; en el centro, los de los ríos Pas y Besaya, y hacia poniente, el valle del Nansa.

Es el que más cuevas tiene decoradas: once en un solo corredor que va del nacimiento del río, en Alto Asón, hasta Ramales de la Victoria (pueblo que puede servir de capital) y se diluye en las marismas de Colindres, a los pies de Laredo y Santoña. Merece la pena subir al mirador del Alto Asón y contemplar el nacimiento del río, despeñándose decenas de metros por una pared lisa. Forma parte del Parque Natural Collados del Asón. Al lado, en el barrio de Soba (que es, por cierto, el ayuntamiento cántabro con mayor número de vacas lecheras) puede verse un Centro de Interpretación del parque y del valle. El Asón tiene un cómplice, el río Gándara, y ambos asedian al Monte Pando. En la falda de éste se abren dos cuevas: El Mirón y, un poco más arriba, la cueva de Covalanas, con pinturas de uros, bisontes, ciervas, algunos signos...

Covalanas tiene figuras de las mejor conservadas. A 300 metros hay otra oquedad con pinturas, La Haza, pero no se visita. Abajo está el pueblo de Ramales, que se ha convertido en lugar de veraneo y tiene casas de indianos. Un camino bien dispuesto conduce a la cueva de Cullalvera, a la salida del pueblo. Vale la pena. Tiene pinturas escondidas, a más de un kilómetro de la entrada, y no llegan hasta ellas las visitas; pero lo que se ve, impresiona: un audiovisual, en un antro gigantesco, recuerda que la cueva fue utilizada en la Guerra Civil como cochera republicana, y un juego de luces y sonidos acompaña también un breve recorrido.

Como es bien conocido, cuando Marcelino Sanz de Sautuola descubrió las pinturas de Altamira en 1879, nadie le creyó. Fue preciso que aparecieran otras en el sur de Francia para que una de las eminencias de la época, Émile Cartailhac, publicara en el año 1902 el célebre artículo Las pinturas de Altamira: mea culpa de un escéptico. A partir de ese momento se inicia lo que podríamos llamar la carrera de los descubrimientos.

Entre los años 1903 y 1910 se descubrieron unas 15 cuevas de las más importantes. Uno de aquellos descubridores de oficio fue Hermilio Alcalde del Río. A su empeño se debe el hallazgo del núcleo más importante de pinturas, después de Altamira: las que esconde en su vientre el Monte Castillo, un baluarte natural a orillas del río Pas, en Puente Viesgo, capital de ese valle que sigue viviendo del agua, de un espléndido balneario y muchos hoteles y recursos turísticos asociados. En el Monte Castillo hay cinco cuevas con arte; sólo dos se visitan, El Castillo y Las Monedas (entre ambas se ve la entrada a La Pasiega y a Las Chimeneas).

La cueva del Castillo, descubierta en 1903 por don Hermilio, está bien preparada para las visitas (Peridis diseñó la carpa que sirve de hall) y contiene pinturas muy notables y bien conservadas. La de Las Monedas alberga pinturas menos interesantes, pero es la que más gusta por la belleza de sus formaciones geológicas. Otras dos cuevas cercanas, también Patrimonio de la Humanidad, son Hornos de la Peña y El Pendo; esta última tiene la peculiaridad de ocupar una dolina (es decir, un sumidero o hundimiento cárstico) que sigue ejerciendo de alcantarilla cuando llueve en exceso.

La cueva de El Castillo está, en línea recta, a 15 kilómetros de la de Altamira, en el valle del Besaya, también en el sector central de Cantabria; en él se pueden incluir además las cuevas de La Garma (Patrimonio de la Humanidad) y Santián (que estuvo abierta hasta comienzos de los 90), pero ninguna de estas dos se visita ahora.

El último de los va lles citados al comienzo es el valle del Nansa, cuya cabecera está en Ríonansa, y su final en las marismas de San Vicente de la Barquera. En la cabecera del valle está la cueva de Chufín (en Riclones), también Patrimonio de la Humanidad. El paraje es delicioso. Pero hay que advertir que esta cueva no es para todos los públicos. La aproximación a la entrada se hace en una frágil barquichuela, hay que triscar como cabras por sendas resbaladizas y entrar en la cueva literalmente a gatas. Eso sí, es la que mejor transmite la sensación de lo que eran las grutas, y el guía desde hace 30 años, Antonio, es todo un personaje cuyas historias y chanzas compensan de las fatigas.

Para quien no se atreva con esta aventura, bajando por el valle, a la altura de Rábago, una excelente carretera conduce a la cueva del Soplao. No tiene pinturas, pero es otra historia singular; se ha convertido en una de las atracciones estrella de Cantabria y, por si fuera poco, al hacer la carretera se encontraron formaciones de ámbar que pueden verse en una modesta exposición, a la espera de un marco apropiado.

Síguele la pista

  • Lo último