Connemara, el salvaje oeste de Irlanda

Puede parecer un paisaje muerto. Pero no lo es. El viento, la erosión y el agua han generado un escenario de sobrecogedora y mutante belleza, que se presenta a veces contenido, otras lúgubre, vibrante también. Pese a su rudeza, Connemara es uno de los entornos naturales más queridos del país, quizás porque sus laderas, montañas y tierras pantanosas reflejan el carácter tenaz, esperanzado y siempre animoso de los irlandeses.

Lough Fee.
Lough Fee. / Tino Soriano

Hubo un tiempo en que la rudeza y el aislamiento de Connemara eran tal que sus páramos y montañas solo resultaban atractivos para los forajidos, desertores, malhechores y contrabandistas en busca de un escondite. Corría el siglo XIX y tan miserable y dura era la vida de sus habitantes, incluidos los fugados de la ley, que un magistrado de un condado adyacente, al saber de la detención de un delincuente que hacía tiempo había huido allí, declaró que el pobre hombre, al desterrarse él mismo siete años en Connemara, ya había sufrido bastante por cualquiera de los delitos que pudiera haber cometido. También el escritor francés Paul Bourguet afirmaba en 1881 que "de toda la agreste Irlanda, Connemara es la zona más agreste". Dos siglos después, este bellísimo escenario que no gusta de grandilocuencias ni artificios continúa atrayendo a quienes buscan un buen refugio, aunque ahora ya solo huyan de los excesos del mundanal ruido.

Hay visitantes que se asoman a este rincón del oeste irlandés en una excursión de un día desde Galway -o incluso Dublín- y se vuelven con su puñado de bonitas instantáneas de la abadía de Kylemore, el fiordo de Killary y las cumbres de las Twelve Bens. Sin embargo, enescapadas tan cortas resulta muy difícil apreciar el carácter recio, casi salvaje, de Connemara. El agua, las nubes que trae y se lleva el viento del Océano Atlántico, las ciénagas y las cimas de cuarcita de las desnudas montañas protagonizan un sobrecogedor paisaje de ausencias que, desde luego, no es apto para las prisas. Sencillas casas unifamiliares de paredes blancas y techos de pizarra se dispersan solitarias por esta acuarela sobria donde imperan los morados del brezo florido, las tonalidades amarillentas del espinillo, los verdes pálidos del mirto de turbera o los ocres pajizos de las hierbas que crecen junto a los granitos y mármoles moteados de musgos y líquenes. Una composición, pobre en apariencia, que muda y se enriquece según el cielo cambia de humor y deja caer sobre ella una suave cortina de lluvia, un rayo de sol que escapa entre las nubes o toda la fuerza de la luz de un horizonte claro y limpio.

El viajero sensible hará propios sus cambios de humor e incluso quedará ligado para siempre, casi de un modo romántico, a sus lagos, pantanos y cumbres. Y es que Connemara tiene una cualidad no necesariamente presente en todos los escenarios bellos: altera e influye en el ánimo de quien lo contempla. Tal es su fuerza, que incluso inspira en la distancia: "Tierra quemada al viento, landas de piedras./ Alrededor de los lagos, para los vivos es/ un poco de infierno el Connemara./ Nubes negras que vienen del Norte/ colorean la tierra, los lagos, los ríos./ Es la decoración del Connemara". Esta popular balada, llamadaLacs du Connemara, fue escrita por el cantante francés Michel Sardou tras caer en sus manos un folleto turístico de la región. La canción no pasa por alto la dureza de esta tierra pobre, estéril y rácana que vio cómo iban desapareciendo sus tenaces granjeros debido a la brutal hambruna que, a mediados del siglo XIX, asoló Irlanda. Se estima que viven fuera del país cerca de millón y medio de descendientes de emigrantes de Connemara, lo que desde hace unos años se traduce en una importante fuente de visitantes, la mayoría de acento estadounidense.

El corazón de la cultura gaélica

El verano trae a muchos de ellos, al igual que a irlandeses que acuden a veranear a sus cottages reformados. Aun así, incluso en estas fechas es posible pasear por lospáramos floridos con el único sonido del viento soplando sobre los brezales o el balido de un grupo de ovejas que pacen junto a la carretera. El ambiente veraniego se palpa sobre todo en Spiddal, que suele ser además la primera parada de quienes eligen adentrarse en Connemara a través de la costa y la carretera R336. Esta pequeña ciudad, donde aún todos conocen a todos, suena a gaélico. Y es que el condado de Galway es el gaeltacht o distrito de habla irlandesa más grande del país. A Spiddal llegan cada verano grupos de estudiantes adolescentes que quieren mejorar su aprendizaje del idioma, tal y como empezó a hacer a principios del siglo XX el poeta Padraic Pearse. Aquel maestro que amaba a su tierra acabaría por convertirse, junto a James Connolly, en el símbolo de la lucha por la independencia tras ser fusilados por su liderazgo en el célebre Levantamiento de Pascua, acaecido en el año 1916. El cottage donde impartía sus clases sobre lengua y cultura gaélica aún permanece en pie en la localidad de Rosmuck, unos 40 kilómetros más allá de Spiddal y de lasislas Lettermore, Gorumna y Lettermullan, unidas a tierra firme a través de una carretera elevada. Se puede optar por explorarlas o seguir camino por las R340 y R342, que bordean la costa mientras asoman por las ventanillas del coche la belleza de la bahía de Kilkjeran y algún que otro pequeño núcleo urbano formado por una docena de casas y un humilde cementerio sin tapias, árbol ni apenas cruces, pero, eso sí, con vistas al océano.Quizás el viajero atisbe junto a la costa alguna de las embarcaciones regionales, como el icónico hooker de Galway, cuyos cascos negros alquitranados y velas rojizas los hacen inconfundibles. En Carraroe navegan decenas de ellos durante el mayor festival de hookers del país, el Féile an Dóilín, que se celebra durante el mes de agosto. También se ven varadas en alguna playa las barcas de remos conocidas como curragh, más frágiles y destinadas solo a la pesca o al transporte de mercancías en trayectos cortos.

En menos de una hora la carretera llega al pequeño puerto de Roundstone, que está situadoa los pies del monte Errisbeg, desde cuya cima se observan unas fantásticas vistas sobre la costa, con las bellasplayas de fina arena de Dog''s y Gurteen Bay. Hasta esta pequeña localidad suelen acercarse los músicos en busca de Malachy Kearns, quien desde hace más de tres décadas elabora con gran maestría y de forma artesanal los tambores de marco conocidos como bodhran, cuyo sonido es imprescindible en la música tradicional irlandesa. Resulta difícil marcharse del país sin haberlo escuchado. Si se da el caso, es que quizás no se paró lo suficiente en los pubs, algo que sería casi un sacrilegio. El pub es una institución tan arraigada en Irlanda como ir cada domingo a misa.Los irlandeses se caracterizan por su buen humor y arte para la conversación y a él acuden para charlar con los amigos, compartir barra con el vecino o escuchar un poco de música en vivo. E incluso en los núcleos poblacionales como los existentes en Connemara, donde las casas se dispersan, casi solitarias, es la forma de ponerse al día de las noticias de la vecindad mientras se disfruta de una pinta y chisporrotea la turba en la estufa desprendiendo "su aroma a pan especiado", como escribió la poetisa Sylvia Plath durante su estancia en Cleggan, pocos meses antes de suicidarse.

El primer vuelo transatlántico

Pero la turba no solo se huele. También puede verse, sobre todo en mayo, cuando tradicionalmente se extrae. Negros montones de este combustible fósil, formado de residuos vegetales, salpican los terrenos pantanosos de Connemara y las lindes de las carreteras a la espera de que se sequen y puedan ser recogidos para su uso doméstico. En torno a Oughterard y Maam Cross se observan excelentes ejemplos de pantanos de turba, al igual que entre Roundstone y Clifden, donde se localiza laciénaga conocida como Deirgimleach y que destaca también por haber sido escenario protagonista en dos historias de comunicaciones intercontinentales. Fue aquí donde el 14 de junio de 1919 aterrizó el primer vuelo transatlántico sin paradas del mundo, aunque la fama se la llevase ocho años después el aviador estadounidense Charles Lindbergh al repetir la hazaña en solitario. Aquel trayecto que partió desde Canadá lo tripulaban los británicos John Alcock y Arthur W. Brown, quienes trajeron consigo el que también fue el primer saco de correo enviado por aire. Tras el aterrizaje, la pareja no tuvo que andar mucho para dar a conocer al mundo su proeza, ya que allí también se encontraba la primera estación de transmisiones transatlánticas sin cables, que había sido abierta diez años antes por Guillermo Marconi.

A pocos minutos de dicha ciénaga y enmarcado por las icónicascumbres de Twelve Bens se encuentra Clifden, la llamada capital de Connemara. Con una numerosa oferta de pubs y restaurantes, esta animada localidad portuaria, de trazado oval y casas de suaves colores, constituye uno de los principales destinos turísticos del condado. Para verla en su máxima animación hay que estar en ella la semana en torno al tercer jueves del mes de agosto, que es cuando se celebra el Connemara Pony Show. Es sin duda uno de los grandes eventos de toda la región y a él acuden desde familias de la zona hasta turistas internacionales. Robusto, atlético y de suave temperamento, el pony de Connemara siempre fue muy valorado en la región por su idoneidad para trabajar en los pantanos. Durante los concursos, los asistentes conocen mejor las habilidades de esta raza que, según cuenta la leyenda, es heredera de los genes de los caballos españoles, que habrían llegado a estas tierras tras el encallamiento de los galeones de la Armada Española frente a las costas de la región. Aparte de las actividades centradas en el pony, también se organizan competiciones de perros, demostraciones de artes domésticas, baile tradicional e incluso el habitual concurso irlandés de la mujer mejor vestida, donde no puede faltar la obligada pamela o, en su defecto, el tocado.

Otro de los atractivos de Clifden es la llamada Sky Road, uno de los recorridos más bellos de toda Connemara. Sus apenas once kilómetros de longitud representan un auténtico imán para los coleccionistas de panorámicas y puestas de sol. Sobre todo porque el paisaje adquiere unas dimensiones nuevas tras cada cambio de luz, ofreciendo una costa viva y amable durante un momento, y otra dura, fría y húmeda unos minutos más tarde.

Fiordos y abadías

El castillo de la ciudad, en ruinas, le otorga aún más dramatismo a este bello paseo que se puede unir a otra interesante excursión por la vecina península de Aughrus, donde se encuentra Claddaghduff. En su playa espera algún que otro turista a que baje la marea para poder llegar a pie o en coche hasta la pequeñaisla de Omey, con un recorrido circular perfecto para los amantes del senderismo, cuya gratificación son unas constantes vistas sobre el océano y la costa. El mismo premio otorga a quien camine laisla de Inishbofin, cuyo reducido tamaño -tiene casi seis kilómetros de largo y tres de ancho- la convierte en otra excelente opción para las excursiones a pie de un día de duración, ya que además está bien comunicada a través del ferry que parte del puerto de Cleggan.

La carretera N59, la espina dorsal que cruza de Este a Oeste toda Connemara, desvela en pocos kilómetros otras paradas y desvíos, como la península de Renvyle, el encantador y modestofiordo de Killary -donde la propia N59 se convierte en un mirador excepcional- y la abadía de Kylemore, ya a las puertas del Parque Nacional. En los días soleados, el pequeño lago Pollacappul sirve de excepcional espejo de esta mansión, que fue levantada a mediados del siglo XIX por un rico comerciante de algodón procedente de Manchester. La frondosa ladera que le sirve de telón de fondo y que tanto llama la atención en el paisaje agreste de Connemara fue obra del propio empresario, quien convirtió a lo largo de cuarenta años miles de hectáreas de pantano estéril en un paisaje boscoso de 300.000 coníferas y robles.

Tierra de lagos

La fachada de falso estilo Tudor de Kylemore, convertida en abadía en los años 20, da paso en la cámara a las instantáneas dedicadas alParque Nacional de Connemara y sus 3.000 hectáreas de terreno de turberas, lagos y montañas. Los senderistas no tardan en abandonar el coche para realizar alguna de las excursiones que ofrece el parque, como la sencilla subida a la cima del Diamond Hill, apta incluso en día de llovizna. Fuera del parque, la R344 discurre enmarcada entre las montañas Maumturks y las Twelve Bens, siguiendo el valle de Inagh y su lago homónimo. Al otro lado de las montañas, la R345 conduce al lago Corrib, el segundo más grande del país y muy conocido entre los pescadores de mosca. Ambas vías finalizan antes o después en los pantanos de Maam Cross y la N59, marcando ya el camino hacia Galway, la capital del condado. Quizás, el mejor lugar y el mejor modo de poner punto y final a un viaje donde tanto hombre como paisaje cuentan al viajero historias de lucha, sueños, supervivencia y fortaleza. Ya lo cantó Sardou: "Allí en Connemara dicen que la vida es una locura./ Y que la locura se baila".

El castillo del Maharajá

A mediados de la década de los 20 del siglo pasado, el castillo de Ballynahinch, un edificio del siglo XVII cargado de historia que pertenecía a la familia Martin, fue adquirido por el maharajá K.S. Ranjitsinhji, Ranji, un playboy convertido en uno de los más grandes bateadores de cricket de todos los tiempos. El príncipe no reparó en gastos y acondicionó la propiedad con calefacción central y numerosos baños, además de arreglar los jardines y levantar en el río nada menos que 80 embarcaderos destinados a la pesca del salmón y la trucha. Tan solo seis años duraron las visitas y estancias de Ranji, sus sobrinas y su gurú, del que se dice que iba por los caminos portando una deidad para expiar los pecados del maharajá, a la residencia de Ballynahinch. Transcurrido ese tiempo, el príncipe murió y Connemara perdió a uno de sus personajes más exóticos, sobre el que aún se cuentan numerosas historias en los pubs de la región. Tras la muerte del príncipe, la propiedad fue pasando de mano en mano hasta convertirse en uno de los hoteles más especiales del condado de Galway, entre otras razones gracias a su excepcional ubicación junto a las Twelve Bens, una pequeña cordillera dominada por la cumbre del Benbaun (727 metros).

La animada Galway

Como cualquier localidad con varias facultades universitarias, Galway puede presumir de ser una ciudad muy animada. Sobre todo en los meses de verano, cuando durante tres semanas el centro se llena de actividades, conciertos y espectáculos con motivo de la celebración del Galway Arts Festival y las Galway Races, las carreras de caballos más populares del país. Pero aunque no se visite la ciudad en estas fechas, no hay que dejar de pasear por su centro, ya que Galway no es solamente la puerta de entrada a Connemara. La iglesia de St. Nicholas -donde, según la leyenda, Cristóbal Colón estuvo rezando en una de sus capillas en el año 1477-, la bonita torre fortificada de Lynch y la principal arteria de la ciudad, que bajo diferentes nombres acaba uniendo la plaza Eyre con el río Corrib, son algunos de los enclaves más relevantes de Galway, donde no hay que olvidarse de probar sus famosas ostras. Durante el paseo es difícil no pasar por el Spanish Arch, una de las antiguas puertas de la ciudad cuyo nombre remite a los siglos XV y XVI, cuando la ciudad era destino habitual de los barcos españoles, que traían principalmente vino y se llevaban salmón. Las relaciones se enfriaron cuando Cromwell saqueó la ciudad, impuso el protestantismo y marginó a las familias católicas.

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