Cien años de Costa Brava

El 12 de septiembre de 1908, en una comilona política, al periodista Ferran Agulló se le ocurrió llamar "Costa Brava" a la franja litoral de Girona. De eso han pasado cien años. Como "evento de excepcional interés público", la celebración del centenario se extenderá hasta diciembre de 2010.

Cien años de Costa Brava
Cien años de Costa Brava

Ferran Agulló no descubrió el Mediterráneo, pero dio con su fórmula. No la química sino la publicitaria, que es lo que importa. Ya existían etiquetas de prestigio (Costa Azul francesa), y después de Costa Brava empezaron a proliferar rótulos como almejas: Costa del Sol, Dorada, Blanca, Esmeralda... Veranear en la Costa Brava daba caché. Así que algunos promotores vendían como tal playas cercanas a Barcelona (pleitos hubo). Pero está claro que la bravura hay que demostrarla con los pitones de rocas y acantilados a granel, y eso sólo ocurre en el arco litoral que va de Port Bou, en la frontera con Francia, hasta la desembocadura del Torderá, en Blanes. Un arco que es la fachada marina de tres comarcas con carisma: el Alt Empordá, el Baix Empordá (o Empordanet) y La Selva.

En cualquier caso, el balance de esos cien años es la crónica de un éxito anunciado. Difícil calcular cuántos turistas habrán pasado por allí en ese siglo, pero sólo en el último año lo hicieron 4.598.000. En 1908 había en esa costa un puñado de casas de huéspedes; hoy están registrados 718 hoteles y 356 casas rurales, por no hablar de los 115 campings (algunos, como La ballena alegre, mini ciudades de quita y pon) o la infinidad de apartamentos. En 1908 no se comía mal, pero es que hoy tiene allí sus cuarteles el mejor cocinero del mundo, Ferran Adriá, acompañado por otros como Joan Roca, y hay 15 estrellas Michelin iluminando el firmamento costabravense.

El 1908 el turismo y la cultura fluían en pequeñas y exquisitas dosis. Picasso paró en Cadaqués en 1910 para inventar el cubismo. Una década después, Dalí y su hermana invitaban a veranear a Lorca o Buñuel en su casa de Port Lligat. Marc Chagall, Truman Capote o José María Sert (que hacía nudismo con Coco Chanel) fueron propalando las secretas delicias de Costa Brava. Hasta el cine entró al trapo; Mario Cabré y Ava Gardner hacían cucamonas por Tossa de Mar, y hubo una película (hoy de culto), Los pianos mecánicos, cuya estética de los 60 era toda una declaración de principios.

Para ir al grano: todo ha cambiado muchísimo. Pero yo creo que una cosa no ha cambiado y que me parece la esencial. Si alguien ha captado y definido la esencia de esa tierra, ése es Josep Pla. Un grafómano que nació en Palafrugell en 1897, tuvo la astucia de morir el mismo día que Shakespeare y Cervantes, y cuyas obras y semblanza se pueden repasar en la Fundación que ocupa su casa natal y la de su vecina. Escribió mucho, Pla, pero la esencia de su escritura es básicamente la misma que la de su tierra. El amor por "las cosas pequeñas, limitadas y manejables (...) El Empordanet casa bien con mi manera de ser, con mi vuelo corto, con el gusto que siento por las cosas concretas y determinadas".

Con motivo del centenario se ha reeditado la guía que Pla escribió (en catalán) y publicó (en castellano) en 1941, titulada La Costa Brava. Sus anotaciones sirven para lo esencial. El corazón medular y más bravío de esa costa (lo que Ferran Agulló tenía in mente), es decir, las playas "naturales" del pueblo de Pla, Palafrugell (que es de secano), son los antiguos, encantadores y secretos pueblos de pescadores que atienden por los nombres de Calella, Llafranc o Tamariu. Hoy día, si es domingo y es verano, allí no cabe un alfiler. Otro tanto dígase de las playas del cercano Begur (pueblo que, por cierto, se ha apuntado al movimiento de las slow cities). Si el centenario tiene éxito y aumentan los turistas, ¿dónde diablos los piensan meter?

Eso, en la costa. En el backland o patio interior del país, hace dos o tres lustros había pueblitos medievales deliciosos. Hoy día, son lo que llaman por allí pueblos pessebre (como de nacimiento, pura vitrina). Ocurre en Vulpellac, en Peratallada, en Palau Sator (algo menos), en Pals... En torno a Pals sigue habiendo muchos arrozales, los mismos que sirvieron hace cien años para sanear los mefíticos albañales (palus en latín) que dieron nombre a Pals.

Han aguantado mejor el tipo las poblaciones grandes. Ocurre con Torroella de Montgrí (que ha revalorizado su recinto medieval) y con Castelló d''Empuries, cuyo casco viejo está precioso, lleno de color, han rehecho la lonja medieval, habilitado la antigua cárcel para mostrar lápidas de la judería e imágenes de la historia, han abierto hoteles de inusual encanto. Un caso aparte es Perelada, que apenas ha cambiado en los últimos años, ni falta que le hace. Llegamos al otro gran polo de la Costa Brava: la bahía de Roses y el cabo de Creus. Esta bahía luminosa, que parece un lago suizo, la descubrieron los griegos. Y fundaron allí una primera colonia (Palaiá Polis) y luego otra mejorada (Neápolis), al lado de las cuales los romanos levantaron la suya. El nombre que le dieron (Emporion, mercado) es el que sigue vigente (Ampurias, Empordá, Ampurdán). Las excavaciones empezaron el mismo año de gracia de 1908, y ahora siguen sacando a la luz más de la urbe romana. Un lugar cautivante, conmovedor.

No sólo se mantuvo con los siglos el nombre de Emporion, también la pesca y salazón de pescado. A tiro de piedra de las ruinas, en L''Escala, acaban de abrir un Museo de la Sal y de la Anchoa que es obligado visitar. Como es obligado pasar por la ciudadela de Roses (o Rodes, que compartía nombre y moneda con la griega Rodas, quién sabe si fueron los de esa isla, y no los foceos, los fundadores de la colonia). La ciudadela fue recompuesta hace un par de lustros y aloja un museo ineludible; la historia entera ha transitado esos muros.Otro de los genes griegos, la navegación, parece haber anidado como un mosquito en los antiguos humedales que hoy son la pedanía anfibia de Ampuriabrava, uno de los lujos triunfales de esa costa centenaria y milenaria. Después de todo, no está claro quién llegó antes a aquellos aguazales, si las zancudas y los mosquitos o los intrépidos navegantes.

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