Amalfi, cuando el romanticismo es un pueblo costero
Descubrimos el tesoro que da nombre a uno de los litorales más bellos del mundo.
Es una ciudad blanca que se descuelga de la montaña para caer desplomada en el mar Tirreno. También es un refugio de la historia italiana, que ha quedado impresa en cada pliegue para poder leerse por detrás de los muros. Y un entramado típicamente mediterráneo, con ese perfil tan acusado del sur en el que las calles se estrechan hasta besarse, la ropa cuelga de las ventanas y el sol cae a borbotones desde un cielo de azul cegador.
Así es, agrandes líneas, Amalfi, la ciudad que da nombre a una de los litorales más hermosos del mundo: la famosa Costiera Amalfitana que, desde el sur de Nápoles hasta Vietri Sul Mare, culebrea por el suroeste de la península itálica. Una costa cuya belleza le valió la declaración por la Unesco de Patrimonio Mundial.
La carretera de los dioses
Hasta el siglo XIX la única forma de acceder a estos parajes era a bordo de un barco y después, ya en tierra firme, a lomos de burros que circulaban por el interior. Así fue hasta los años que van de 1832 a 1850, los que llevó construir el primer camino que bordeó el litoral y que, ya en 1953, se convirtió en la strada statale SS 163 o la strada Amalfitana.
Abrupta y sinuosa, esta ruta tiene para los locales dos llamativos nombres: el Sendiero degli Dei (Camino de los Dioses) en honor a una senda montañosa que hay por el lugar, o el más mediático Nastro Azzurro (cinta azul), empleado por una popular cerveza para su campaña publicitaria. Y aunque la panorámica que despliega a su paso es un regalo para la vista, el itinerario que dibuja no deja de tener cierto riesgo.
A lo largo de los poco más de 60 kilómetros, la carretera SS163 (este es su nombre oficial), de dos sentidos, traza un recorrido vertiginoso sobre acantilados de 40 metros de altura, en el que se suceden tramos que se hacen tan angostos que apenas dejan espacio para vehículos que han de cruzarse con múltiples autobuses.
El pueblo de las leyendas
Así, es como (para quienes no opten por la vía marítima) se llega a Amalfi para enseguida constatar que, pese al vértigo y al tráfico exasperante de la temporada más alta, la Costa Amalfitana es un lugar único en el mundo. Y es que en este pueblo se recoge la esencia de esta ruta colgada del mar.
Amalfi es un lugar de leyendas. La que cuenta que su fundación fue un tributo de amor que Hércules, hijo de Zeus, quiso dedicar a su amada, llamada con este nombre, cuyos ojos eran azules como el mar. O la que dice que, si los enamorados quieren casarse, nunca han de subir las escaleras del Duomo di Sant’Andrea agarrados de la mano, puesto que este gesto (vaya a saberse por qué) impedirá cumplir este deseo.
Pero más allá de estas historias, Amalfi es un enclave deslumbrante que recoge las huellas de su pasado, cuando en la Edad Media fue una próspera república independiente enriquecida gracias a su comercio con Oriente. Aquí no sólo se inventó la brújula, sino que además existió un importante centro cartográfico y fue el hogar de grandes astilleros, todo lo cual da una muestra del espíritu de aventura.
Entre lo divino y lo profano
Nadie que visite Amalfi debería perderse la experiencia sobrenatural de alojarse en el Anantara Convento di Amalfi Grand Hotel, la mejor atalaya del lugar para contemplar la Costa Amalfitana en su más bella panorámica. Porque este hotel está enclavado en la cima de un acantilado de 80 metros de altura, desde donde se vierte el mar Tirreno en todo su esplendor. Y aunque pueda parecer alejado de la propia ciudad, tan sólo hay que caminar cinco minutos o tomar un autobús que, de forma continua, circula hasta el centro histórico.
El Gran Convento di Amalfi es, como su nombre indica, un antiguo monasterio del siglo XIII que, en su maravillosa reconstrucción, ha mantenido el claustro y la iglesia original. El resultado es una delicia de alojamiento donde parece fundirse y confundirse lo divino con lo profano.
Sus habitaciones orientadas al mar son un auténtico remanso de paz, al que contribuyen sus tonos neutros y su sofisticada decoración minimalista. Su apartado gastronómico, comandado por el chef Claudio Lanuto, es un deleite del sabor italiano expresado en sus dos restaurantes, Dei Cappuccini, más elegante, y La Locanda, más informal. Pero nada como su infinity pool, al aire libre pero climatizada, suspendida sobre el mar y bordeada de jardines perfumados de limoneros.
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