7 joyas desconocidas de la Península de Yucatán
Yacimientos mayas, playas caribeñas, ciudades coloniales y una naturaleza desbordante hilvanan este apéndice del sur mexicano donde el mundo asistió a una de sus creaciones más hermosas.
Contemplar atardeceres que parecen pintados al óleo, contagiarse de la mística de civilizaciones milenarias o, simplemente, entregarse a un desayuno pantagruélico para arrancar el día con desparpajo mexicano son sólo algunos de los placeres que brinda la Península de Yucatán. Aquí, en esta porción del centro de América que separa el Golfo de México del Caribe; en este rincón tapizado de selva y bordeado de arrecifes de coral; en esta tierra mágica y surrealista favorecida por el mestizaje, el mundo dio con la más hermosa expresión de la desmesura. Algo hay en su atmósfera, en sus colores, en sus gentes, que atrapa hasta lo más profundo.
Yucatán, todo el mundo lo sabe, es el skyline de Cancún con el mar turquesa de fondo, la majestuosidad de Chichén Itzá y su geometría inaudita, el turbador misterio de los cenotes con su agua dulce y cristalina. Pero es también este otro puñado de maravillas menos explotadas que convierten el lugar en algo único e irrepetible:
Valladolid y Mérida, puro color
Agrupamos a estas tocayas de dos de nuestras ciudades patrias para reseñar la belleza compartida de sus calles y plazas, la explosión multicolor de sus fachadas donde el tiempo parece haber quedado en suspenso. La primera, fundada en 1543 por el español Francisco de Montejo, es un bonito complejo de edificaciones virreinales donde además se da una exquisita artesanía. La segunda es famosa por su ocio incombustible: eventos gratuitos, museos, teatros y una de las universidades más importantes de la región. Algo por lo que ha sido nombrada, precisamente este año, capital americana de la cultura.
El hechizo de Calakmul
La que fuera, durante mucho tiempo, una de las mayores ciudades del mundo maya, ostenta la más alta distinción que otorga la Unesco (Patrimonio Mixto de la Humanidad) por su conjunción de naturaleza y cultura, por tratarse de una Reserva de la Biosfera y, al mismo tiempo, de un impresionante yacimiento arqueológico que, durante siglos, permaneció oculto tras la vegetación, estrangulado por la selva. Nada puede haber más magnético que adentrarse por este tupido escenario en el que pululan los jaguares y explorar su secuencia de pirámides de piedra bajo los rugidos de los monos aulladores. Calakmul, emplazada en el estado de Campeche a un paso de Guatemala, es el sueño del viajero por excelencia.
La Laguna de los Siete Colores
Desconocido también es este prodigio de Quintana Roo, recostado junto a la ciudad de Bacalar. Una laguna que exhibe, científicamente demostrado, siete tonalidades de azules y verdes que se deben a sus distintos suelos minerales que se encienden con los rayos del sol. Se puede navegar tranquilamente entre tres tipos de manglares, asistir al espectáculo aéreo del milano caracolero y la cigüeña chocolatera o darse un chapuzón en sus aguas horadadas por siete cenotes y contagiarse de esa energía que ya los mayas descubrieron cuando creían que se trataba de conexiones con el inframundo.
El mejor hotel del mundo
Sí, también esta península tiene el honor de acoger el que ha sido catalogado como el mejor hotel del mundo, según la Unión Internacional de Arquitectos unido a la consideración de prestigiosas revistas. Se trata del Chablé Resort & Spa, emplazado en una hacienda henequera cercana a Chocholá. Un capricho de 38 irresistibles suites ocultas en la selva e inspiradas en el mundo maya. Todo, desde el spa hasta el capítulo gastronómico, goza de un lujo minimalista, nada estridente, como sacado de un sueño.
Edzná, reflejo de sabiduría
Otras ruinas mayas de menor impacto turístico se cuelan entre las grandes joyas de este lugar, esta vez por la complejidad tecnológica y el avance social que se desprende de lo que ha llegado hasta nuestros días: no sólo el ingenioso sistema de canales con depósitos para almacenar el agua sino también los sorprendentes adelantos en la escritura y hasta la constancia de una gobernanta mujer que ejerció el poder durante muchos años. Más allá de esta relevancia, sus veinte edificios monumentales presumen de un excelente estado de conservación.
Campeche y el arte de la buena vida
No sólo está considerada una de las ciudades más bonitas del país sino también una de las más agradables, sin apenas tráfico, sin tensión, con sabor a pueblo. Un magnífico exponente del barroco colonial que hubo de ser fortificado para hacer frente a los continuos ataques de los piratas. Hoy en su apacible entramado de tonos pastel se suceden los museos, los restaurantes donde degustar una aplaudida gastronomía y las tiendas que ofrecen una versión sofisticada de la artesanía típica. Para saber lo que es la animación hay que acudir a la calle 59 y dejar que la noche actúe.
Los sombreros de jipi-japa
Es una de las más bellas tradiciones de esta tierra, la manufactura de los sombreros de jipi-japa que requieren una elaboración especial, desarrollada en el fondo de una cueva. Porque el material, una fibra finísima extraída de la palma, precisa un cierto nivel de humedad. Así viene haciéndose desde el tiempo de los mayas, en las propias casas, de forma artesanal, sólo con las manos como instrumento. Esas manos de los hombres, las mujeres y los niños que nunca podrán ser sustituidas. Para conocer esta bella expresión de la cultura yucateña hay que acercarse a Bécal, al norte del estado de Campeche, donde todo el pueblo es artesano. Tienen hasta un monumento al sombrero.
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