7 excursiones desde Ámsterdam

Molinos de viento, campos de tulipanes, pinacotecas con obras maestras de la escuela barroca de los Países Bajos, puertos que aún evocan la etapa dorada de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales... Son algunas de las imágenes que pueden verse en un corto radio alrededor de Ámsterdam, dedicándoles excursiones de una jornada.

7 excursiones desde Ámsterdam
7 excursiones desde Ámsterdam

Keukenhof: por la senda de las flores

¿Cuánto cuesta un tulipán? Depende. De finales de 1636 a principios de 1637, por un solo bulbo se podía pagar más que por una casa en Ámsterdam. La especulación reinaba e increíbles sumas se movían alrededor de esta planta traída de Turquía y cultivada por primera vez en Holanda en el hoy todavía espléndido Jardín Botánico de Leiden, el más antiguo de Europa. Se hicieron grandes fortunas, aunque la mayoría fueron tan inmensas como efímeras, pues la burbuja pronto explotó arrastrando a muchos a la ruina. Hoy los precios se controlan, por ejemplo, a través de la subasta diaria que tiene lugar en Aaslmeer, la mayor del mundo, por la que pasan flores procedentes de diversos países. Hay que acudir temprano, cuando centenares de carros con su cargamento multicolor deambulan por las naves del complejo en dirección a la sala donde los expertos pujarán por el producto. Es un espectáculo del que se puede disfrutar todo el año, aunque si se llega en primavera, la cita obligada es en Keukenhof, uno de los jardines más retratados del planeta. No en vano, cuando florecen los bulbos, a finales de marzo o primeros de abril, el recinto, que cumple ahora su 60 aniversario, y los campos circundantes se cubren con interminables franjas de tulipanes -con más de mil variedades-, narcisos, jacintos y otras flores que tiñen el entorno con un cromatismo sin igual. Pasear por estos parajes a pie, en bicicleta o en barco es todo un deleite para la vista -y el olfato- que no hay que perderse.

Hoorn y Enkhuizen: el aroma de las especias

El olor de las especias es penetrante, como evoca la Casa de la Pimienta, antiguo almacén de la localidad de Enkhuizen que ahora forma parte de un genial museo dedicado al Zuiderzee, un mar reconvertido en el lago Ijsselmeer en 1932, cuando la construcción de un gran dique lo separó del Mar del Norte. Hasta aquella fecha, como bien se repasa en el citado museo, la pesca del arenque, la captura de ballenas y el comercio marítimo habían traído prosperidad a las villas costeras. Como la propia Enkhuizen o la vecina Hoorn, de cuyos puertos partían otrora los barcos de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, tripulados por expedicionarios como Jan Pieterszoon Coen, uno de los grandes promotores del colonialismo holandés, o Abel Tasmán, primer europeo en divisar Nueva Zelanda o la isla australiana que hoy lleva su nombre, Tasmania. Y a ellos retornaban después con generosos cargamentos de clavo, nuez moscada o pimienta procedentes de ultramar. Es una delicia recordar aquella dorada época mientras se pasea por las calles de ambas poblaciones, o por sus puertos, coronados por sendas torres defensivas, donde conviven embarcaciones modernas con naves decimonónicas rehabilitadas para la navegación turística. También del siglo XIX es el viejo tren de vapor que tras una agradable hora de viaje conecta Hoorn con la población de Medemblik, con su castillo del siglo XIII y su museo del ferrocarril.

Haarlem: el florecimiento del arte y la ciencia

Muchos fans de la pintura hubiesen pagado por vivir en Haarlem a principios del XVII, cuando el progreso económico de la ciudad llevó consigo el fomento de las artes. En los primeros 30 años del siglo, artistas llegados de diversos puntos del país crearon más de 100.000 obras, y para 1630 uno de cada cuatro habitantes tenía al menos un cuadro decorando las paredes de su casa. Entre los grandes maestros destaca Frans Hals, cuyos restos reposan en la bella iglesia gótica de San Bavon, en la Grote Markt o plaza principal de la ciudad, y cuya obra se exhibe, junto a la de otros artistas del momento, en una espléndida pinacoteca -de las mejores de Holanda- que, en un elegante edificio del XVII, lleva su nombre. Con el tiempo, Haarlem también fue pionera en la creación, en 1778, del primer museo del país, el Teylers, de vocación científica. La madera crujiente, las vitrinas de cristal repletas de fósiles, la luz natural que se cuela por los ventanales e ilumina máquinas e instrumentos diversos... todo contribuye a crear una entrañable atmósfera del pasado. Ya fuera de los museos, los canales, un molino, los hofjes o edificios dispuestos alrededor de un patio y utilizados antaño como hospicios, los anticuarios, las numerosas terrazas... dan para llenar al menos una larga jornada.

Volendam, Edam y Marken, la más bella arquitectura tradicional

Como un logro más de la eterna lucha holandesa contra las aguas para ganar terreno al mar, Marken dejó de ser isla en el año 1959 con la construcción de un dique que la unía a tierra firme. Hoy al circular por la carretera que discurre sobre este istmo artificial, con las aguas del lago Ijsselmeer a ambos lados, se divisan perfectamente, recortándose en el horizonte, las diminutas casas de esta entrañable aldea. Se intuye una cierta uniformidad arquitectónica, lo que se comprueba nada más llegar, pues todas las construcciones siguen aquí, tal y como ocurre en la vecina localidad de Volendam, más o menos el mismo patrón: son de madera, con una o dos alturas, y tejado a dos aguas. La mayoría está pintada de un verde intenso, casi negro, sólo roto por el blanco de los vanos y de unas finas franjas decorativas horizontales.

Resulta encantador adentrarse en los recovecos que forman sus estrechos callejones, muchos de ellos sin salida, y contemplar cada detalle: los llamadores de las puertas, los adornos del jardín, los impolutos visillos de encaje y las flores que decoran las ventanas... Todo está meticulosamente cuidado por sus propietarios. Eso sí, si se puede, es mejor hacerlo al atardecer, cuando ya se ha marchado el grueso de visitantes. Muy cerca, pero algo menos frecuentada por los turistas, en la deliciosa Edam, antiguo puerto ballenero y famosa por sus quesos de bola -en verano, los miércoles, se celebra un mercado dedicado a este producto-, ya no es la madera sino la piedra la que predomina en su bella arquitectura.

Madurodam, el país más pequeño del mundo

Hace buen día y la terraza del bar está repleta. De la iglesia sale la procesión y la orquesta sigue tocando, mientras coches, autobuses y algunas bicicletas circulan sin cesar por las calles próximas. Hasta aquí todo normal, si no fuera porque la torre de la iglesia, el edificio más alto, apenas levanta un metro del suelo y porque los personajes miden sólo unos centímetros. Es Madurodam, un parque temático donde se reproducen a pequeña escala (1:25) los monumentos más representativos de los Países Bajos. Allí se levantan, entre otros, la Plaza Dam o la Casa de Ana Frank, de Ámsterdam; el Tribunal Internacional o el Parlamento holandés, de La Haya -donde está Madurodam-; o las casas cúbicas de Róterdam. Pero también hay aeropuerto, puentes levadizos, parques de atracciones, campos de tulipanes o zonas ajardinadas con arbustos podados a menudo para que conserven su tamaño diminuto y no desentonen con el paisaje. Es una delicia para el viajero pasear cual Gulliver entre los edificios, que apenas le llegan a la rodilla, de este Liliput holandés creado en 1952 por el matrimonio Maduro, en honor a su hijo George, fallecido en la Segunda Guerra Mundial.

Zaandam, el viento que alimenta

Los habitantes de la región bañada por el río Zaan, al norte de Ámsterdam, obtuvieron del viento lo que el suelo pantanoso y poco apto para la agricultura les negó: prosperidad. No en vano desde el siglo XVI la energía eólica convirtió el área en uno de los primeros parques industriales del mundo con la proliferación de molinos. Los había para moler cereal, para producir aceite o mostaza, o para serrar la madera necesaria para construir casas o surtir la creciente demanda de los astilleros. Del millar de ellos que llegó a decorar el paisaje, hoy apenas queda un puñado. Entre ellos los del museo al aire libre de Zaanse Schans, cuyo funcionamiento puede verse in situ.

En el mismo recinto se puede visitar una fundición de estaño, una fábrica de zuecos, una panadería o una quesería, y ver los respectivos procesos de producción artesanal; o adentrarse en las salas del edificio principal donde se repasa la vida en la región a través de mobiliario, vestimenta, maquetas... Ya en la otra orilla del río, en el barrio de Gortershoek, es posible deambular entre coquetas viviendas de madera otrora residencia de comerciantes, como la de Honig Breethuis, o la que acogió durante algunos meses al zar Pedro El Grande de Rusia.

Alkmaar, la importancia de pesar el queso

Durante siglos operaron en varias ciudades holandesas las balanzas públicas. Se usaban sobre todo para controlar lo que se vendía en los mercados o para imponer tasas sobre los diversos productos que circulaban por ellos, pero en algunos lugares se emplearon incluso para fines tan drásticos como determinar, por su peso, si un acusado de brujería era realmente culpable o no.

No fue el caso de Alkmaar, cuya báscula se centró en el queso, producto alrededor del cual se celebraba y aún se celebra -aunque hoy sólo con fines turísticos- un activo mercado. Cada viernes, entre abril y septiembre y desde las 10 a las 12.30 horas, cientos de quesos se apilan en la plaza principal de la urbe. Después, los participantes en la compraventa observan las piezas, las huelen, las catan y acuerdan un precio antes de que los porteadores las transporten hasta la báscula donde se procederá al pesado. El color de los sombreros, los gestos... todo tiene un significado que se entenderá mejor si se solicita en la oficina de turismo el folleto Kaasexpres, donde se detalla el procedimiento. Y como complemento al queso, nada mejor que una cata de cerveza en el museo local dedicado a esta bebida muy apreciada por los holandeses.

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