Qué es la urbanalización o por qué los centros de las ciudades son iguales
Que se tienda a la homogeneización generalizada de las urbes no significa que estén perdiendo su encanto.
Últimamente es complicado diferenciar una capital europea de otra -u otros lugares del resto del mundo- solo viendo su centro, en ocasiones mal llamado casco histórico. Esa sensación de estar en el mismo lugar, por mucho que se viaje, tiene que ver con la mimetización que provoca la llama 'urbanalización'. Este término lo acuñó el fotógrafo Frances Muñoz en su libro 'Urbanalización. Paisajes comunes, lugares globales', donde analiza los procesos de urbanización a los que han sido sometidas las ciudades.
Globalización es la mejor palabra para definir este fenómeno, en una época en la que parece que la carrera es por ver quién construye el centro comercial más grande. Los paseos que antes buscaban ser únicos, con negocios locales, arquitectura clásica del lugar, decorados con plantas autóctonas, viviendas... Hoy se ha tornado en una serie clónica en la que las plantas bajas albergan las mismas cadenas de comercios tanto en Madrid como en Oslo, en Lisboa o en Roma con una misma personalidad.
El consumismo es lo que ha generado esta suerte de paisajes repetidos que han ido acabando con los elementos diferenciadores a simple vista. Son zonas a las que ir, pero no en las que quedarse a vivir. El ocio, la cultura y la gastronomía son las vías hacia las que se orientan últimamente todas las urbes. Así, se busca también que el visitante encuentre un lugar con el que esté familiarizado: encontrar comida del país propio, las mismas tiendas con los mismos precios...
Todo ello conduce hacia la homogeneidad, en unas calles cuyos locales cuentan con unos precios tan elevados que aquellos que quieren abrir un negocio propio no pueden permitirse. Por lo que quedan restringidos a las grandes franquicias, que ya conocen el modelo a la perfección. McDonald's, por ejemplo, modifica su ubicación y la oferta según el país en el que esté, incluyendo elementos autóctonos.
Disney y Las Vegas, los dos modelos de la ciudad moderna
Las ciudades se desvinculan de su cultura y su tradición, en un proceso hacia una artificialidad conocida como 'disneyficación'. El término acuñado por el profesor Peter K. Fallon hace referencia a una higienización del entorno que se asemeja a lo que se pretende plasmar en Disneyland. O lo que es lo mismo, crear auténticos parques temáticos donde el turista aprecie toda una perfección irreal que es simplemente una fachada.
Ocurre algo similar con Las Vegas, una ciudad siempre iluminada y pensada casi exclusivamente para los turistas, no para sus habitantes, y que ha servido de inspiración para calles como Times Square en Nueva York, Gran Vía en Madrid o Shibuya en Tokio. Cada vez más, los visitantes buscan continuar con su vida exactamente igual, sin terminar de adaptarse y, sobre todo, de integrarse en la cultura local.
Los centros de las ciudades entran en un continuo debate para concluir si mantener el casco antiguo o modernizarlo para atraer un mayor consumismo. Esa idea capitalista que se instauró en la mentalidad global a raíz de su nacimiento más puro en Estados Unidos se ha ido exportando poco a poco hasta imitar casi al completo ese modelo de negocio. Cada tipo de tienda presenta una apariencia diferente pero igual entre sí. Todo está predefindo, por eso es tan impactante toparse con un local que contraste.
A pesar de ser un diagnóstico aparentemente negativo, en todos estos años se han ido conformando otras calles en el entorno con una personalidad nueva, esos rincones que se dicen ocultos para los turistas pero con los que los nativos están tan familiarizados. Pero los contrastes deben existir siempre en una ciudad histórica que se precie. Al fin y al cabo, viven en gran medida del turismo y no interesa dejar de atraer a todos esos viajeros que practican el 'shopping' en cualquier lugar que pisan.
Aun así, y por mucho que a primera vista las urbes puedan parecer cada vez más iguales, el espíritu se conserva casi intacto, con toques contemporáneos a los que ya estamos acostumbrados. Esa mezcla de lo moderno con lo clásico es la principal atracción de las grandes capitales europeas. Los grandes rascacielos de Nueva York nunca van a reemplazar a los antiguos edificios de piedra de Roma, ni a los modernistas de Barcelona, por muchas franquicias que alberguen.
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