Viajar como terapia: cómo superé una ruptura recorriendo el mundo

“No te rindas, que la vida es eso, continuar el viaje, perseguir tus sueños, destrabar el tiempo, correr los escombros y destapar el cielo”, Guillermo Mayer. 

De cómo viajar puede ayudarte a superar una ruptura, en primera persona.
De cómo viajar puede ayudarte a superar una ruptura, en primera persona. / Gtres / Everett

He cambiado drásticamente mi playlist en las últimas semanas. Ha dejado de reproducirse en bucle esa canción que compartimos tantas veces y ha dado paso a otras tantas que ya no hablan de ti, sino del “sin ti”. Una ruptura es como la vuelta de un gran viaje: te destruye. Lo hace porque te recuerda que sigue esperándote el mismo sofá desaliñado, la misma mesa llena de ceniceros repletos de colillas y las mismas conversaciones sobre la vida que compartes con tus compañeras de piso cuando el sol se va. 

Es una gran mentira, pienso, que las rupturas sean uno de los grandes dramas amorosos. Sin desmerecerlas, habría que poner especial atención a esos ‘casi algo’ que fueron más algo que casi. A esas relaciones en las que te sumerges y se convierten en una partida de ping-pong en la que tu solo juegas de defensa. Al amor tóxico. A las idas y venidas. A las palabras equívocas. A los momentos que se quedan grabados en tu mente. A eso que no dijiste pero que querías decir. A lo que dijiste y no querías decir. A esas últimas conversaciones incómodas. A esas tantas primeras citas con mariposas en el estómago que terminan contigo, otra vez, solo en el sofá. A esas otras en las que terminas con la mirada perdida, aburrido hasta el éxtasis. A otras pocas en las que crees haber conocido lo que es el amor a primera vista.

Porque sabemos que no hay medicamento capaz de curarnos el mal de amores, pero sí un ingrediente esencial para hacerlo: viajar.

El desamor, como los viajes, es un juego con lo inesperado, con el ahora, con el mañana, con lo que pudo ser y no fue. Y es que el problema nunca ha sido estar soltero. No, esa parte ya nos la sabemos, la hemos vivido, nos aporta una libertad que todos ansiamos en algún momento de nuestras vidas. El problema es salir del limbo de autodestrucción que este nos provoca, el que nos obliga a pensar que un clavo no saca a otro clavo, el que necesita ser reposado y analizado. Porque sabemos que no hay medicamento capaz de curarnos el mal de amores, pero sí un ingrediente esencial para hacerlo: viajar.

Poner tierra por en medio es uno de los grandes beneficios de un viaje.

Porque viajar también es recapacitar, pensar, vivir...

/ Soheb Zaidi | Unsplash

Así lo afirma también Evargot, psicóloga y sexóloga: “El viaje de poner los pies en un sitio concreto te hace prestar atención a los estímulos que hay a tu alrededor, que son todos novedosos, distintos a tu día a día y te sacan de estar dentro de tu mente, de tus sentimientos. Te obliga a prestar atención a lo que hay delante de ti”. Quizás porque viajar debe ser lo más parecido a soñar con los ojos abiertos. Viajar es hacerse vulnerable ante la extrañeza y la rareza que tiene nuestro mundo. Es observar cómo, a pesar de todo, la vida continúa en cada rincón.  

Viajar es, también, reescribir recuerdos. Es volver a ese lugar al que habías viajado con quien te rompió el corazón: observar las esquinas, los restaurantes, los miradores, las calles, los abrazos. Es odiar un lugar. Pero también es volver a mirarlo con otros ojos, reemplazar vivencias, descubrir otros lugares y rincones. Es volver a enamorarse con el corazón roto. Es, en sí, el arte de viajar para sanar. Es el recordatorio de todas las oportunidades que tenemos de volver a ser felices, de ser distintos, de vivir nuevas vidas en los mismos lugares de siempre. O en diferentes. 

Viajar es encontrar vulnerabilidades, revivir recuerdos, modificarlos...

Viajar es encontrar vulnerabilidades, revivir recuerdos, modificarlos...

/ Mukuko Studio | Unsplash

La última vez que me rompieron el corazón me senté en una terraza con mi amiga Sandra. Tres litros de cerveza por en medio y una frase que siempre identifica cada decisión que tomamos: “Sin miedo al éxito”. Tan poco miedo tuvimos que esa noche acabamos con 5 nuevos amigos y 3 nuevos viajes en el horizonte: Berlín, París y Nueva York. Tres destinos que visitaríamos en los siguientes 45 días y una cartera que ya avisaba de que en las próximas semanas solo comeríamos arroz y pasta. Aunque es cierto que las decisiones precipitadas no son las mejores, el hecho de tener nuevos viajes en el horizonte generó un cambio en nosotros: el de saber que tendríamos, otra vez, la oportunidad de dejarnos maravillar con el extenso, pero tan pequeño, mundo en el que vivimos. También la promesa de poner tierra por en medio, de dejar de alimentar la angustia chequeando sus redes sociales. Es conectar contigo mismo en un lugar al que no perteneces, donde las miradas son ajenas y extrañas. Porque alejarse del dolor es, también, hacer un viaje. Porque la magia de subirse a un avión no es solo el propósito de descubrir nuevos monumentos, nuevas calles o nuevos amores, es también una conversación interior. Es ahí donde reside la magia de viajar. Porque solo viajando descubres nuevos rincones de tu mente que creías perdidos. Porque solo en un lugar que no conoces, solo con la inseguridad, solo con la soledad... es donde se encuentran las respuestas.  

Viajar es la mejor terapia para sanar un corazón roto.

Viajar es la mejor terapia para sanar un corazón roto.

/ Urban Vintage | Unsplash

"Para encontrar respuestas primero es necesario poner los pies en la tierra, y ese es uno de los grandes beneficios que tiene viajar cuando tienes el corazón roto”, afirma la psicóloga Evargot. Porque viajar es más que desplazarse de un lugar a otro. Es encontrar oxígeno, ocupar tu mente, silenciar ese zumbido que susurra continuamente el nombre de tu Romeo o tu Julieta. Es, definitivamente, ser conscientes del presente. 

Viajar solo como forma de reconectar

Superar una ruptura es, como en los viajes, tomar decisiones. Cuando se juntan estas dos siempre hay una pregunta que alimenta tu mente. ¿Mejor hacer un viaje solo o con amigos? Mis primeros viajes tras una ruptura dolorosa fueron con amigos. “Cuando estamos con amigos no prestamos tanta atención al hecho de que hay que superar el dolor, estamos más atentos a disfrutar del momento”, comenta Evargot que, además de psicóloga, también es una aventurera que se ha atrevido a recorrer el mundo. Pero tapar el dolor no es afrontarlo, no es meditarlo, no es vivirlo. Para superar hay que arañarse las entrañas, rebuscar en nuestra mente, confrontar. Y para todo ello, con todo ello, lo mejor es emprender un viaje en solitario.

Esa es la magia del viaje: hace imaginarte todo aquello que hubieras compartido con esa persona, y te hace vivir todo aquello que ahora puedes disfrutar sin ella.

La experiencia de hacer un viaje solo recomiendo no saltársela a nadie. Es, ante todo, un acto valiente. Es enfrentarte a lo desconocido con la única compañía de tus pensamientos, esos que te acompañan a todos lados. Es tener la mente activa, disfrutar de lo que quieres, cuando quieres, durante el tiempo que quieres. Es aburrirse sentado en un banco mientras ves un atardecer. Es hablar contigo mismo, hacerte preguntas, cuestionarte, tomar decisiones arriesgadas. Es viajar sin más preocupaciones que la de cargar tu mochila. Es, siempre, una búsqueda. Y es, sobre todo, volver a empezar.  

Porque viajar es vivir. Porque viajar es, literalmente, un mundo. Porque viajar es quien soy.

Porque viajar es vivir. Porque viajar es, literalmente, un mundo. Porque viajar es quien soy.

/ Erico Marcelino | Unsplash

“El duelo es como un túnel negro que se te pone pegado al brazo y te invita a pasar por él. Si no lo haces, se quedará para siempre pegado a ti, por eso hay que atreverse a cruzarlo”. Viajar en solitario podría ser una de las mejores formas de atravesarlo, pues “tiene un efecto facilitador en el estar con uno mismo, de hacer introspección y pasar el duelo”. Mi primer viaje solo lo hice con más preguntas que respuestas, con más miedos que certezas. Me aventuré a descubrir la Gran Manzana sin más compañía que la de mi no tan tranquila mente. Allí descubrí la belleza de viajar sin las exigencias de los demás, sin las esperas innecesarias, sin las largas sesiones de fotos en cada esquina. Cada una de las cosas que visité me recordaron a él. Y otras tantas me hicieron olvidarme de él. Y esa es la magia del viaje: hace imaginarte todo aquello que hubieras compartido con esa persona, y te hace vivir todo aquello que ahora puedes disfrutar sin ella. Es un mensaje a ti mismo: el mundo es tuyo, la vida es tuya, tus emociones son tuyas, el dolor es tuyo, el amor es tuyo, el recuerdo es tuyo. 

De vuelta, cuando ya había pasado el asfixiante control de seguridad del aeropuerto, tras haber esperado al embarque y una vez sentado en mi asiento pensé: ¿Cuántas oportunidades de ser felices, de ser distintos y de vivir nuevas vidas tenemos en cada pedazo del mundo? Y llegué a la conclusión de que hay tantas como queramos ver repartidas por todas partes. Porque si hay algo verdaderamente capaz de reconfortarnos, de hacernos cambiar, de abrir nuestra mente y de transformar el dolor en alegría son los viajes. Porque viajar es vivir. Porque viajar es, literalmente, un mundo. Porque viajar es quien soy. Porque viajar, siempre, es la mejor terapia para superar un corazón roto. 

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