Entrevista a Juan Eslava Galán, escritor

Le apasiona la arqueología, hasta el punto de elegir las ruinas de viejas civilizaciones como destino de sus viajes. Autor de un centenar de libros y Premio Planeta por "En busca del unicornio" cuando era un autor desconocido, su aspecto se asemeja al de los viajeros ingleses del siglo XIX. Acaba de publicar "Lujuria", primer volumen de una serie sobre los pecados capitales.

Juan Eslava Galán
Juan Eslava Galán / Victoria Iglesias

Hasta pasados los 16 años nadie podía convencerle de que existieran en el mundo paisajes sin olivos. Nacido en Arjona (Jaén), en una fábrica de aceite, ha ejercido de catedrático de Inglés durante treinta años, pero su gran vocación era y sigue siendo la escritura, la historia y la arqueología. El gran menhir de Locmariaquer o los alineamientos de Carnac son algunas de las imágenes que destacan en su extenso archivo fotográfico. En el Café Gijón lo encontramos leyendo una de las novelas del Premio Planeta, de cuyo jurado forma parte. Guarda el original en una bolsa y extrae de ella su Historia del mundo contada para escépticos para regalárnosla. El mundo de Juan Eslava Galán, 67 años, es un mundo de libros y de viajes, de historias que se retroalimentan y de experiencias que relata con gran sentido del humor.

¿Por qué esa atracción por las viejas civilizaciones?

Siempre me ha interesado la arqueología. Mi medio de vida era la enseñanza, pero lo que me gustaba era escribir y conocer la historia. También la más reciente, las guerras napoleónicas y la Primera y Segunda Guerra Mundial. He visitado muchos museos y campos de batalla del XIX en adelante.

Usted nació entre olivos, en un pueblo de Jaén...

Cuando salí por primera vez de Arjona lo primero que me extrañó fue ver un campo sin olivos. Porque para mí el mundo era todo poblado de olivos. A partir de los 16 años tomé por costumbre viajar a Francia todos los veranos. Hacer dedo entonces era facilísimo. Dormía en albergues juveniles y algunas veces, como dicen los franceses, "a la belle étoile".

¿Qué sitios recuerda de Francia?

Lo que más me llamaba la atención era la Provenza. Recorrí a pie, con 17 años, la Ruta de los Cátaros. Después hice a pie el Camino de Santiago.

Y empezó a viajar en busca de documentación para sus libros...

Yo puedo hacer tranquilamente en un viaje mil fotos. Mi mujer se queja de que llevo el trabajo encima, pero es lo que hay. Fotografío todo lo que pueda servirme para trabajos en el futuro.

Dígame un sitio que le decepcionó.

El Museo del Hermitage. Yo tenía la idea de que estaba a la altura del Prado y del Louvre... La parte del siglo XIX está bien, pero todo lo demás no. Hay una mezcolanza un tanto rara de cuadros de primera con cuadros de segunda y hasta de tercera.

¿A qué época le gustaría regresar, si le ofrecieran esa posibilidad?

Me gustaría observar a Cristo, que ha tenido tanta influencia en nuestra cultura. Ver lo que hacía, como mero observador.

¿Qué significan para usted los viajes?

Los viajes te alargan la vida. Te alargan el tiempo. Estás una semana en Madrid y al mes siguiente no te queda ningún recuerdo preciso de lo que has hecho. Pero te vas una semana fuera y te acuerdas siempre de ese sitio. El cambio de actividad y de paisaje hace que el tiempo se ensanche.

¿Alguna ciudad que le atraiga especialmente?

Jerusalén. Conociendo su historia y lo que conlleva, me resulta fascinante. Soy agnóstico, pero me parece más interesante conocer a Jesucristo que a Carlomagno o a Felipe II. De Florencia también me gusta todo, hasta la comida. Me conozco todos los restaurantes que hay al lado del Mercado de Abastos. La estropean un poco los turistas, pero bueno...

¿Un paisaje inolvidable?

Nada más pasar Andorra, al entrar en Francia, hay un pueblecito que se llama Mérens-les-Vals. La primera vez que estuve me encontré con las ruinas de una iglesia románica. Me pareció tan evocador ese lugar que he regresado una decena de veces. Y en Jaén hay un cerrete a las afueras de la ciudad, una especie de cono volcánico llamado Zumel, que me fascina.

¿Sabemos vender el turismo cultural?

En España hemos vendido mejor el turismo barato, de playa, sol y borrachera. Me parece una buena idea atraer a ese turismo culto y más pudiente. Estropean menos. No son salvajes.

¿Qué recuerda de los viajes con sus hijas?

Mis hijas pasaron su infancia y primera juventud en Italia y cuando venían aquí, en Navidades y en verano, les hacía una inmersión en la cultura española. Hicimos el Camino de Santiago en automóvil. Pasamos por los monasterios de Nájera (La Rioja) y de Las Huelgas (Burgos) y terminamos en el Monasterio del Escorial. Les dije: aquí tenéis comprimida toda la Historia de España.

Usted es autor de libros de viaje. La literatura viajera tiene poco arraigo en España.

El español es mal diarista. Y la literatura de viajes es como un diario, donde explicas a toro pasado lo que has visto. Yo colecciono libros de viajes sobre España de autores extranjeros; me interesa saber lo que opinan de nosotros.

¿Le interesa la cultura asiática?

Nada, en absoluto. Llego hasta Mesopotamia y el Éufrates. Tampoco me interesa África, y de América solo Nueva York. La vida es tan corta y el mundo tan ancho que prefiero volver a lecturas y a sitios que me han gustado en lugar de explorar nuevos destinos.

¿Alguna anécdota de sus viajes?

Cuando vivía en Lichfield, una ciudad dormitorio cerca de Birmingham, me hice amigo de un profesor de Teatro entrañable, al que invité a tomar un plato de jamón en mi casa. Me preguntó: "¿Y esto tan bueno qué es?". Le expliqué que era el pernil del cerdo curado. "¿Me estás diciendo que está crudo?", exclamó preocupado. A los pocos días me llevó a una taberna asquerosa de un barrio obrero, pidió unas cortezas de cerdo y mientras me las comía me explicó que era piel de cerdo frita. "¿Lo tenéis también en España?". Y le dije: pues claro, pero allí no le quitamos los pelos (ja, ja).

Se dice que somos lo que comemos. ¿También lo que viajamos?

La mejor universidad del mundo es el viaje. Uno explora y ensancha el corazón. Yo he sido un viajero muy solitario, que me he metido donde no se mete la gente para observar. Y he visto turistas que van comparando todo con lo suyo. Es el típico turista cateto e inculto que no aprende nada, claro. La primera vez que yo probé la remolacha me resultó repugnante, porque no la había comido nunca, y ahora es uno de mis platos favoritos.

Como amante de otras culturas, ¿le duele la destrucción de obras de arte en Siria y otros países de Oriente Medio?

Lo lamento. Es irrecuperable. Europa hizo bien en expoliar a todos esos pueblos. Ahora llegas a Francia y puedes ver cultura mesopotámica y persa en el Louvre, sin tener que irte a un lugar donde no estás seguro.

¿Ya no está para aventuras?

Todo tiene su edad. He viajado mucho con mochila y tienda de campaña, pero desde que cumplí los 45 quiero viajar cómodo, comer bien y darme una ducha. Ahora mis viajes empiezan a ser muy gastronómicos. Pero le recuerdo que en Francia, cuando estaba corto de guita, me compraba una baguette y cuarto kilo de paté y pasaba el día divinamente.

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