Una casa en el bosque por Javier Reverte

En la tumba de Faulkner habían dejado una botella de Jack Daniel''s en homenaje, supongo, a su gran afición por el trago

Javier Reverte
Javier Reverte

?Hace unos meses, en un largo recorrido que realicé siguiendo el curso del Misisipi, me detuve durante unos días en un pueblo llamado Oxford, una pequeña localidad del Estado que lleva el mismo nombre que el gran río. Es un pueblo pequeño, rodeado de colinas boscosas, con una plaza rectangular en donde monta guardia, sobre una alta columna, la estatua de un soldado confederado, y en donde ondea una bandera de las barras y estrellas con un extremo reservado para la bandera de la Confederación, el bando derrotado en la guerra de 1861-65, en la que el Estado de Misisipi formó parte de los Estados del sur rebelde. En este pueblecito limpio y tranquilo hay un par de librerías repletas de obras y quizás ello se deba a que aquí creció, vivió la mayor parte de su vida, escribió casi toda su obra y murió con 65 años nada menos que William Faulkner, Premio Nobel de Literatura en 1959.

Faulkner había nacido en el cercano pueblo de New Albany, pero sus padres se trasladaron a Oxford cuando William era aún un niño. De modo que Oxford es el pueblo del escritor. Y su casa, Rowan Oak, alzada un poco a las afueras del centro, es hoy un recogido y discreto museo en donde se guardan las reliquias del escritor: su biblioteca, su máquina de escribir, sus apuntes, sus muebles, sus botas, sus escopetas de caza, sus cuadros e incluso la botella de bourbon, marca Jack Daniel''s, que dejó a medio consumir.

Lo más importante del pueblo, los campos que lo circundan y la historia de la región es que todos ellos componen el paisaje en donde se desarrolla la mayor parte de la obra del escritor. El condado de la ficción faulkneriana, Yoknapatawpha, se llama en realidad Lafayette y en los alrededores pueden encontrarse granjas que parecen el vivo retrato de las propiedades de los terratenientes sureños.

En el centro de la localidad de Oxford (Jefferson en la ficción) puede uno recuperar en su imaginación la secuencia del duelo en donde murió John Sartoris, en la novela Los invictos. Y en los bosques de las colinas cercanas, imaginar la cacería del viejo plantígrado en el hermoso relato de El Oso, uno de los mejores del escritor.

Faulkner amaba el sur, su sur, y admiraba especialmente a la figura de su tatarabuelo, un oficial confederado llamado William C. Falkner (el escritor añadió una u a su apellido a partir de un error en el registro de un censo), quien escribió en el año 1881 una novela romántica llamada La rosa blanca de Memphis, que fue tan popular en su tiempo que llegó a alcanzar la cifra de 36 ediciones. El tatarabuelo inspiró al novelista la figura de John Sartoris, y de hecho murió también en un duelo a tiros de revólver, como el personaje de la ficción, en la localidad de New Albany.

Pero su profundo amor al sur no le hacía compartir las ideas que defendía la Confederación, ni mucho menos. "Se puede estar en desacuerdo con alguien y amarle profundamente", afirmó en más de una ocasión. Sus novelas no contienen una sola sombra de racismo y los negros pueblan las páginas de sus libros con el mismo rango que los blancos. Escribió: "Vivir en el siglo XX y estar en contra de la igualdad de las razas es como vivir en Alaska y negar la nieve".

La última jornada en Oxford, antes de seguir viaje por las riberas del cercano río Misisipi camino de las tierras de Mark Twain, en el Estado de Misuri -mi viaje estaba trazado de sur a norte-, me acerqué al pequeño cementerio en donde reposan los restos del escritor junto a los de su esposa. Al lado de unas flores, alguien había dejado una botella de Jack Daniel''s con un par de dedos de bourbon, en homenaje, supongo, a la gran afición que el muerto sentía por el trago.

Me gustan esos viajes en donde sigues las huellas de los escritoresy de sus libros. Es una manera de moverse que tiene para mí algo de rango místico, como para los católicos dirigirse a la Plaza del Vaticano y ver de lejos al Papa o para los musulmanes visitar La Meca y dar unas cuantas vueltas alrededor de la piedra sagrada. Existen también las religiones laicas y, para algunos de nosotros, la literatura significa algo de eso.

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