La calavera de cristal, por Luis Pancorbo

En el Museo Británico se toman el pelo a sí mismos enseñando dentro de una vitrina una nueva especie de calavera calva.

La calavera de cristal, por Luis Pancorbo
La calavera de cristal, por Luis Pancorbo / Ximena Maier

En un lateral esquinado de la sala 24 del Museo Británico, la dedicada a Vivir y Morir, exponen una urna con algo que brilla. Desde lejos parece una bola de cristal. ¿Será posible? Una bola de cristal es algo que interesa contemplar, y más en Año Nuevo, no vaya a esconder algo dentro. Si te acercas, ves que eso tan luciente tiene la forma de una calavera. Es un cráneo de cristal de cuarzo parecido a los que salen en una película de Indiana Jones. Siendo el British Museum uno de los más serios del mundo en su clase, no devuelve a Grecia los frisos del Partenón, ni siquiera a la abogada Amal Alamuddin, mujer de Georges Clooney, que se ha metido en ese pleito. Pero una cosa son los abusos coloniales, como el de Lord Elgin, el comprador de las estatuas griegas a los turcos, a mayor gloria final de los ingleses, y otra que el British Museum exponga una calavera de cristal que parece salida de la imaginación calenturienta de Spielberg.

Debe haber una razón de peso, y en el museo lo reconocen con aplomo: esa calavera es un gran fraude arqueológico. Sin embargo, se expone como una especie de expiación. No se oculta que el propio museo adquirió ese cráneo de cristal a la joyería Tiffanys de Nueva York en 1897. Lo hizo a través del experto George Frederick Kunz, quien contó que un oficial español lo sacó de México y otras peripecias. Los dueños de Tiffanys naturalmente pensaban que el cráneo era bueno, es decir, antiguo y azteca, qué iban a decir si fueron engañados por el que les había vendido la pieza a ellos, un desahogado coleccionista de arte mexicano llamado Eugéne Boban. Este hombre fue quien propaló que esa magnífica calavera de cuarzo se había encontrado en Belice, luego tenía que ser maya. Lo que no dijo es que él mismo la había comprado en una subasta de Sotheby''s en Londres.

Y ahí está la calavera falsa, en ese templo que es el Museo Británico, dentro de una vitrina. Ese cráneo, ni mexica ni maya, fue tallado de forma industrial a finales del siglo XIX. Lo más probable es que el cristal de cuarzo procediera de Brasil. Menos mal que el Museo Británico niega que eso posea virtudes extraterrestres, mágicas, curativas o de cualquier especie insensata. El cráneo escaneado con un potente microscopio revela marcas de herramientas, como una sierra circular, que de ningún modo pudieron usarse en México antes de Hernán Cortés. Además, la calavera tiene trazas de haber sido tratada con silicona y eso acaba de quitar todo el romanticismo.

No es seguro que en el antiguo México, ni en América Central, se tallaran calaveras de cristal ceremoniales. Otra leyenda es que luego sirvieron para ponerlas bajo un crucifijo. Pero su fama creció mucho entre los siglos XIX y XX y en parte gracias al cráneo de cristal de Mitchell-Hedges, uno que, según él, procedía directamente de la Atlántida, de ahí sus poderes. No importaba si venía de Guatemala, donde se encontraron otros objetos como el cristal coyote, o de Lubaantún (Honduras Británica). Sin embargo, hay gente que prefiere relacionar el cráneo de cristal del British Museum con una escena concreta de la película de Spielberg. La calavera que se encontraba en la tumba de Orellana, el conquistador del Amazonas, era otra bola, porque el español desapareció en 1546 sin dejar rastro ni sepulcro. En el Museo Británico parece que les divierte este juego de mistificaciones, y en cierto modo se toman el pelo a sí mismos enseñando su particular bola de cristal, una nueva especie de calavera calva.

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