Ártico y Antártica por Javier Reverte

Son los dos extremos del mundo y mucha gente los iguala en su imaginario. Pero no tienen nada que ver: solo los asemejan el hielo y la nieve.

Raquel Aparicio
Raquel Aparicio / Raquel Aparicio

Son losdos extremos del mundo y mucha gente los iguala en su imaginario. Pero no tienen nada que ver: solo los asemejan el hielo y la nieve. Por lo demás, son tan distintos como el desierto y la selva, el mar y los ríos, la montaña y la sabana. Pero les iguala otra cosa más bien triste: el deshielo amenaza a los dos espacios del Ártico y la Antártida.

La primera diferencia la marca un hecho poco conocido por la mayoría de la gente: el Ártico es un océano, con numerosas islas y, durante una parte del año, con su superficie cubierta por los hielos. Y por lo que a la Antártida se refiere, es un continente, una tierra firme azotada por los vientos y mucho más fría que las regiones del norte del planeta.

La zoología establece más diferencias. En el Ártico no hay pingüinos y las focas han desaparecido de muchos de sus hábitats naturales. Por ejemplo, las grandes colonias de estos últimos animales que habitaban el archipiélago de las Aleutianas (Alaska) fueron llevadas casi a la extinción por la caza masiva de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Abundan todavía en la provincia canadiense de Quebec, en donde cada año se matan cientos de miles de crías por el lucrativo negocio que produce el aceite de su hígado y las pieles. También son muy numerosas las colonias de Groenlandia. Como contrapartida, en la Antártida las poblaciones de este mamífero acuático suman millones de individuos, lo mismo que sucede con las distintas especies de pingüinos. Recuerdo un viaje que hice hace años al archipiélago de las Malvinas, cerca ya de la Antártida. En la pequeña isla del León Marino, habitada tan solo por tres personas, casi tenía que abrirme camino a codazos entre las familias de pingüinos y de focas, y andar con el ojo atento por si me encontraba con la foca leopardo, un temible depredador marino que puede alcanzar los 3,5 metros de largo y que no teme al hombre.

En la Antártida no hay osos polares, ni depredadores terrestres como el lobo y el zorro, ni bueyes amizcleros, ni renos, todos ellos muy abundantes en el Ártico. La morsa es también un animal ártico, mientras que el elefante marino habita en las costas continentales del sur del hemisferio. En fin, las aves abundan en las regiones antárticas, en tanto que no son muy numerosas en el norte.

Nunca hubo seres humanos originarios del inmenso continente antártico y los que ahora están establecidos en el territorio son todos miembros que pertenecen a organizaciones científicas internacionales. En el norte, sin embargo, desde hace mil años se establecieron los inuit -antes llamados esquimales- que cruzaron desde Asia por el paso de Bering y crearon una singular cultura que ha sobrevivido hasta nuestros días. Los inuit habitan regiones del norte de Canadá, tienen algunos asentamientos en Alaska, son mayoritarios en Groenlandia y hay varios grupos en Siberia.

Pero algo sí tienen en común Ártico y Antártida: el descenso de los hielos, que se ha multiplicado de forma alarmante en los últimos años, sobre todo desde el 2008, lo que produce un calentamiento de los dos escenarios polares que, a medio plazo, según los científicos, puede hacer subir el nivel de los mares del mundo y provocar la extinción de numerosas especies animales, entre ellas el oso blanco.

De esos efectos del deshielo, que algunos científicos consideran ya del todo irreversible, hay un único responsable: el hombre. "La Tierra no es tuya, es de tus hijos: trátala bien", decía un viejo refrán inuit.

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