A comer a otra parte por Jesús Torbado

En Francia o en Nueva York se come muy bien, a precios más baratos que en España, sin sobresaltos de calidad y de sablazo.

A comer a otra parte por Jesús Torbado
A comer a otra parte por Jesús Torbado

En los muchos años que lleva este pendolista fabricando las columnas de esta última página-rinconera, nunca se ha permitido la vanidad de las confesiones personales. Lo hará ahora, para multiplicar si es posible la indignación inútil que le embarga, y como consecuencia de un par de experiencias recientes fuera de esta dura patria en la que vive.

Así pues, al grano. Cuando yo sea mayor y rico, y aunque no alcance ya a ser mucho mayor, lo de rico aún es posible, me compraré un avión como esos que trasladan de lugar a los señores ministros, ministras y asimilados, aunque viajen por asuntos propios y enmascaren así sus lujosas vacaciones (tipo los periplos estacionales de la vicepresidenta doña Teresa). Y usaré ese vehículo para ir cada día a comer a Francia, y a cenar también; incluso a desayunar un par de lujosos cruasanes verdaderos, si hace al caso, a 90 céntimos la pieza. En fines de semanas y fiestas adosadas, iré nada menos que a Nueva York con una devoción parecida.

Y ello porque en Francia se come muy bien, a precios más baratos que en España, sin sobresaltos de calidad y de sablazo. El señor Sarkozy, al contrario que el señor Rodríguez que nos gobierna, ha bajado el Iva de las comidas y los dueños de los restaurantes han impreso en sus cartas, y junto al coste de cada plato, en qué ha consistido esa reducción de precio, a la que ellos mismos añaden otra de estrambote. Han ideado además menús particulares y diversos a elección, con dos o tres platos bien ricos, de modo que el viajero que circula en coche, entre villas y aldeas, puede resolver su alimentación por apenas unos 20 euros. Garantía de gran calidad incluida. Si no eres gastronómicamente demasiado exigente, en Nueva York solucionas el almuerzo o la cena incluso por 15, y hasta en bufés pantagruélicos.

Y te pones a comparar con los precios que se avisan en los restaurantes de nuestro país. Una comida decente, y sin demasiados repulgos en calidad ni en materia prima, ni en el servicio, ni en la estética e higiene del lugar, no baja de los 40. Y si deseas ascender un escalón, tienes que irte a los 60. De hecho, incluso los comentaristas del ramo, tan optimistas ellos, cuando hablan de un local pelín pimpante o novedoso, ya dicen que sus precios son "moderados" cuando sólo llegan a los 75 por barba. Ni rebajas de Iva ni manifestación de ausencia de codicia en los taberneros y guisadores, que comúnmente se dan pisto de doctores máximos para justificar tales barbaridades. Una ensalada de dos elementos -lechuga y queso-, 15 euros. Un plato vulgar de pasta, 18. Una carne nada brillantemente aderezada, 25 euros...

Mas resulta que un paisano francés de tu misma estatura, con talento igual al tuyo y tu mismo trabajo, gana normalmente el doble. (Y un norteamericano, el triple). Pero logra además en su supermercado comprar un brik de buen gazpacho español, made in Murcia, transporte y gastos varios incluidos, por 15 céntimos menos de lo que te piden a ti en el tuyo de igual nombre, aquí, en Albacete, digamos por ejemplo.

Tal vez alguno de los sabios economistas de la estirpe de la señora Salgado pueda explicar estas curiosas desavenencias y cómo un mismo impuesto alienta a unos y desespera a otros. O el intríngulis de que se hagan millonarios tan pronto los hosteleros españoles, incluso los dueños de infames tabernas y de esos antros de carretera que nos rodean. Y después llamaremos a los teólogos para que nos expliquen por qué diablos muchos de aquellos andan permanentemente quejándose de que les va muy mal el negocio, de que necesitan más ayudas del Gobierno (o sea, de los contribuyentes), de que el turismo baja y baja cada día más...

Cuando todos los españoles copien mi ejemplo y se compren un buen avión que los lleve cada día a comer a Francia, o a Suiza, o a New Jersey, se van a enterar de lo que vale un peine. Porque aun añadiendo gastos de personal (piloto, azafata...), de combustible y esas misteriosas tasas que te cargan en cualquier parte, seguro que les sale mucho más barato que comer al lado de su casa.

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