Tesoros arqueológicos de Perú

El 24 de julio se cumplirá el centenario del descubrimiento de la ciudadela sagrada de Machu Picchu, declarada Patrimonio de la Humanidad en 1983 y más recientemente, en 2007, una de las nuevas maravillas del mundo. En los últimos años, muchos más descubrimientos han provocado que el circuito arqueológico de los grandes tesoros de Perú se haya ampliado considerablemente.

Tesoros arqueológicos de Perú
Tesoros arqueológicos de Perú / Álvaro Arriba

El descubrimiento de Machu Picchu, la ciudad perdida de los incas, se le atribuye al explorador norteamericano Hiram Bingham, pero hoy se sabe que esto no es cierto. Aunque Hiram Bingham lo dio a conocer al mundo, cuando llegó por primera vez a la ciudadela halló los nombres de Enrique Palma, Gabino Sánchez y Agustín Lizárraga dibujados a carbón en el templo de las tres ventanas: al parecer, estos viajeros habían estado allí el 14 de julio de 1902, diez años antes que él.

La historia de Machu Picchu está ligada a una trama de corrupción y saqueo. Según las investigaciones realizadas en junio del 2008 por el geógrafo y cartógrafo Paolo Greer, 44 años antes de la fecha oficial de su descubrimiento el empresario alemán Augusto Berns llegó a Cuzco para realizar trabajos relacionados con la construcción de una vía ferroviaria. Al parecer, en una de las deforestaciones encontró la ciudadela de Machu Picchu. Tras la guerra del Pacífico entre Perú y Chile, el empresario alemán fundó una sociedad llamada Las Huacas del Inca para explotar los tesoros de Machu Picchu. El gobierno peruano apoyó el proyecto. Berns firmó un escandaloso convenio por medio del cual el Estado le permitía excavar, extraer y explotar el material arqueológico que encontrase. A cambio, el empresario se comprometía a entregar al gobierno el 10 por ciento de las ventas que obtuviese al colocar las piezas encontradas en el mercado internacional de coleccionistas.

El expolio de tumbas. En la investigación realizada por Greer intervinieron también el historiador peruano Carlos Carcelén, el arqueólogo francés Alain Gioda y el historiador británico Alex Chepstow-Lusty. Al parecer, saquearon más de 40 tumbas y unas estructuras subterráneas selladas que contenían objetos de oro, plata y cobre de un valor incalculable, "Los tesoros de los Incas", como los llamó el propio Berns en sus notas. Hasta el momento han confeccionado una lista con 57 nombres de súbditos peruanos y extranjeros que fueron clientes de Berns. Es imposible saber el valor de las piezas saqueadas, pero el expolio ha hurtado a la historia una información crucial sobre la función real que tuvo este santuario de los incas.

Hiram Bingham se llevó de Perú una ingente cantidad de piezas arqueológicas de la ciudadela. Las depositó en la Universidad de Yale, que patrocinaba todas sus expediciones. Recientemente, este centro se ha comprometido a devolver a Perú las más de 46.000 piezas que guarda desde 1912.

Machu Picchu ha sido desde hace décadas el icono turístico de Perú, pero ahora el viajero está ampliando su estancia para conocer otros lugares arqueológicos.

La ruta Moche. Desde que se descubriera la tumba mochica de El Señor de Sipán hace 20 años, en Lambayeque, la cultura moche ha cobrado un interés inusitado. La Ruta Moche es un nuevo circuito turístico que comienza en la ciudad colonial de Trujillo, a unos 500 kilómetros al norte de Lima, y termina más allá de las costas de Lambayeque. Las tumbas reales de Sipán protagonizan una gran epopeya de la aventura arqueológica protagonizada por el peruano Walter Alva. En la primavera de 1987, en la aldea de Sipán, a 28 kilómetros de la ciudad de Chiclayo, una banda de huaqueros (como llaman a los saqueadores de tumbas y traficantes de piezas arqueológicas) halló una tumba moche importante. Una noche, en la chichería de la aldea, dos policías de la brigada secreta antiterrorista presenciaban absortos la fiesta que celebraban los aldeanos. Todos bebían y reían como si les hubiese tocado la lotería. Los policías no entendían nada. Estaban allí porque una semana antes un comando terrorista de Sendero Luminoso había tomado la aldea vecina. Ya entrada la noche, un joven se acercó tambaleándose a la barra con síntomas de embriaguez. Al parecer no tenía dinero para pagar su cuenta, pero depositó en el mostrador una pieza arqueológica de oro. Los policías le detuvieron. No tuvieron que emplearse a fondo para que el muchacho les contara lo que ocurría. Una banda de huaqueros dirigida por un tal Ernil Bernal había saqueado una tumba importante en la huaca -en Perú llaman huaca a los lugares arqueológicos, ya sean tumbas, santuarios o, como en este caso, una pirámide- que lindaba con el pueblo. Los policías registraron la casa de Ernil Bernal, en la que solo se encontraba su madre. En la cocina encontraron una bolsa de papel que contenía varias piezas de oro. Desde la Comandancia de Chiclayo llamaron al arqueólogo Walter Alva, entonces supervisor de la zona y director del Museo Bruning de Lambayeque. El alijo lo componían un ídolo y dos cabezas felinas de oro y turquesas. Nunca antes se habían visto piezas así de la cultura moche. Decidieron intervenir de inmediato.

Cuando llegaron a Huaca Rajada, la pirámide que estaba siendo profanada, había 60 personas cavando y cribando la tierra. Tuvieron que disparar al aire para que la gente desalojase el lugar. Walter Alva, su colaborador Lucho Chero, dos estudiantes y dos policías se hicieron fuertes en el sitio. Todas las noches había tiroteos. Los huaqueros, instigados por los traficantes, atacaban el lugar. Era difícil hacerles comprender que aquellos tesoros que desenterraban eran Patrimonio de la Humanidad; que, a pesar de estar en su pueblo, no les pertenecían.

La tumba más rica de América. Al parecer, todo empezó por un conejo. En un recorrido de reconocimiento que realizaba la banda de Ernil Bernal en Huaca Rajada, buscando lugares en donde excavar, observaron una madriguera horadada en la pared de adobe de la pirámide. Al construir su guarida, un conejo arqueólogo había extraído unas bolitas de oro. Estaban perforadas: sin duda eran las cuentas de un collar. Esa misma noche los huaqueros comenzaron a excavar en la madriguera.

Tres días más tarde habían llegado a la cámara funeraria de una tumba. Las vigas de algarrobo con las que los mochica sellaban los enterramientos habían conseguido, a pesar del tiempo, que el relleno no aplastara la sepultura. Los féretros allí enterrados hace dos mil años se encontraban intactos. En sucesivas noches, con el mayor de los sigilos para no despertar sospechas en la aldea de Sipán, fueron extrayendo las joyas arqueológicas, pero los pobladores se enteraron y se presentaron en la pirámide. La banda de Ernil Bernal no tuvo más remedio que dejarles participar en el saqueo, aunque las piezas más importantes ya se las habían llevado.

Una noticia publicada en la prensa local de Trujillo referente a la venta clandestina de algunas de esas piezas por 80.000 dólares hizo intervenir a la Policía: al parecer el expolio había sido más grande de lo que se pensaban en un principio. Junto con Walter Alva regresaron a la casa de los Bernal. En ese momento Ernil llegaba con una furgoneta. Le dieron el alto, pero el huaquero se dio a la fuga; al poco era alcanzado por un certero disparo que puso fin a su vida. Según las declaraciones de Teófilo Villanueva, otro integrante de la banda de saqueadores, Ernil venía del campo, de esconder ocho sacos que contenían la mayor parte del botín. Desde entonces, la gente sigue buscando ese tesoro.

El Señor de Sipán. La muerte de Ernil Bernal hizo que las hostilidades en la excavación de Huaca Rajada se recrudecieran. Walter y su familia fueron amenazados de muerte si no dejaban de excavar y permitían la entrada de los huaqueros, pero Walter y los suyos siguieron con los trabajos. Habían descubierto una tumba de grandes dimensiones, muy cerca de la que había sido saqueada. En la parte más alta del contexto funerario, la osamenta de un guerrero con los pies amputados podía ser el presagio de un gran descubrimiento. Posiblemente se trataba del guardián del mausoleo. Ahora no podían desistir.

Siguieron excavando y profundizando en la tumba a golpe de pincel y espátula, al lento tempo de la arqueología. Un mes más tarde, en la primavera de 1987 se produjo el gran descubrimiento. Se trataba del primer gobernante mochica recuperado para la historia. El enterramiento contenía un personaje principal cubierto de ornamentos y emblemas militares de oro, plata y piedras preciosas, al que se llamó El Señor de Sipán. Junto a él, ocho osamentas de las personas que le acompañaron en su viaje al inframundo atestiguaban la importancia de este alto dignatario. La noticia del hallazgo dio la vuelta al mundo: se trataba de la tumba más rica de América. Mientras duró la recuperación y restauración de las más de 600 piezas del ajuar funerario, se acordonó la zona y los ataques de los huaqueros y traficantes cesaron.

Meses más tarde, junto a la tumba de El Señor de Sipán se encontraron los enterramientos de un sacerdote y de otro gobernante al que se llamó El Viejo Señor de Sipán. Hasta hoy se han descubierto 16 tumbas en la plataforma funeraria de Huaca Rajada. Todas de personajes de la élite moche: gobernantes, sacerdotes, jefes militares... Los tesoros recuperados se exponen en el Museo de Tumbas Reales de Lambayeque, considerado como uno de los mejores de América, y en el Museo del Sitio en Sipán, que alberga las piezas encontradas en las tumbas 14, 15 y 16.

La sacerdotisa de Cao. En 2006 tuvo lugar otro importantísimo descubrimiento a 50 kilómetros al norte de la ciudad de Trujillo, en el Complejo Arqueológico del Brujo, en la pirámide de Cao Viejo. En un reconocimiento rutinario, a media altura de la pirámide el arqueólogo Régulo Franco observó el comienzo de un muro con restos de pintura. Casi de inmediato comenzaron a excavar lo que resultó ser una pared con murales policromados, que representaban peces life y mantas raya. En pocas semanas dejaron al descubierto un recinto rectangular profusamente decorado. En el suelo encontraron una pieza de cerámica, que representaba un búho. Al desenterrarla, comprobaron que estaba encima de una tumba. Otras piezas de cerámica marcaban otros tres enterramientos. Extrajeron la tierra y los ladrillos de adobe de las primeras capas de la que parecía la tumba principal y llegaron a la cámara funeraria, sellada con vigas de madera de algarrobo intactas. En el fondo de la tumba vieron un gran fardo funerario, en el que se podía apreciar el dibujo esquemático de un rostro humano bordado en uno de sus extremos. A los pies, el esqueleto de una adolescente, que sin duda fue sacrificada en el mismo momento del enterramiento. Una soguilla anudada al cuello delataba que la chica fue estrangulada.

El fardo, que pesaba algo más de 100 kilos, fue extraído y depositado en el laboratorio del complejo. Pronto comenzaron las tareas de desenfardelamiento, que se prolongaron por seis meses. A los costados aparecieron dos mazas ornamentales de oro, lo que predecía que aquel personaje había pertenecido a la élite de la sociedad moche. La gran sorpresa llegó con los rayos X. En las primeras placas que obtuvieron del fardo observaron que el cráneo estaba tapado por varias coronas de oro. También vieron narigueras metálicas de oro y plata, estólicas y collares de piedras y conchas. No cabía ninguna duda, estaban ante un gobernante mochica, pero la sorpresa vino cuando vieron que aquel cadáver pertenecía a una mujer.

Guardaron el secreto hasta que terminaron todos los trabajos de desembalsamiento. Régulo Franco y su equipo sabían que la noticia sería una bomba entre la comunidad científica internacional. Las sorpresas continuaron. Tras extraer sus trajes de placas doradas, las 49 narigueras de oro y plata, las mazas, los collares de turquesa y las coronas de oro con rostros felinos, apareció el cuerpo de la que comenzaron a llamar la Dama de Cao. El estado de conservación de la momia era extraordinario y en sus brazos y piernas se apreciaban claramente dibujos tatuados de arañas y serpientes, que evocaban a los principales dioses moches, sobre todo relacionando a esta mujer con el mundo de la magia.

Sacrificios humanos. La Señora de Cao era una poderosa sacerdotisa, aparte de ser gobernante. Seguramente presidió muchos rituales de sacrificios humanos en el patio ceremonial de esta pirámide dominado por un mural que representa una cadena de reos que van hacia el dios degollador, el todopoderoso Aic-Apaec. Los mochica creían en unos dioses crueles a los que había que apaciguar con ofrendas y sacrificios. El fenómeno del Niño que llega cíclicamente a estas latitudes ocasionaba, y ocasiona todavía, verdaderas catástrofes. Las antiguas culturas peruanas creían que sus dioses descargaban sobre ellos su ira, de ahí los sacrificios humanos. La Dama de Cao gobernó poco tiempo. Por los análisis de antropología física se sabe que murió de un posparto cuando tenía unos 25 años. Sus manos retorcidas aparentan un gran sufrimiento.

Un poco más al sur, en la ciudad de Trujillo, las dos grandes pirámides del Sol y la Luna, separadas por una explanada de 500 metros de longitud, nos dan una idea de la magnitud que tenían las ciudades moche. El patio ceremonial de la Huaca de la Luna está considerado como la Capilla Sixtina del arte mochica. Excavados por el arqueólogo Santiago Uceda y el conservador Ricardo Morales, premiados con el galardón Reina Sofía, sus murales policromados en perfecto estado de conservación relatan escenas de combates rituales, sacrificios humanos y dioses del panteón moche. En la parte posterior del santuario, el canadiense Steve Bourget encontró 30 osamentas pertenecientes a hombres, mujeres y niños sacrificados. El estudio del ADN mitocondrial que se les realizó, comparado con restos recuperados en tumbas pertenecientes a personajes de la élite mochica, demostró que las personas entregadas a los dioses pertenecían al pueblo moche. Por la iconografía de la cerámica se sabe que la autoinmolación era un honor para ellos. Del estudio del canadiense se desprende una conclusión más siniestra si cabe: las osamentas encontradas tienen unos claros síntomas de tormento. Al parecer, los que iban al sacrificio eran sometidos previamente a suplicios para que su sangre colmara a la diosa tierra.

Ya en el departamento de Amazonas, en el norte del Perú, se encuentra una región, en gran parte inexplorada, que fue la cuna de una singular cultura que se desarrolló desde los años 800 a 1500: los chachapoyas, también llamados los hombres de los abismos. Es un lugar recóndito, de grandes desniveles, con montañas que ascienden hasta sobrepasar los 4.000 metros de altitud, y profundos valles y cañones formados por acantilados verticales y enormes precipicios. La selva crece en su espesura hasta los 3.000 metros de altura. La niebla, casi constante, oculta este mundo desconocido, en el que mausoleos y sarcófagos de antiguos chachapoyas, alojados en enclaves imposibles sobre las repisas de los barrancos, terminan de poner la nota de misterio, que hace de esta región un territorio enigmático.

Lugares imposibles. Los indios blancos, como los definió el cronista español Cieza de León por sus rasgos casi caucasianos y su tez pálida, también sorprenden porque escogían lugares imposibles para construir sus viviendas y ciudadelas. Los restos de las fachadas redondas de sus casas se pueden ver literalmente colgados en acantilados y paredes verticales que desafían a las leyes físicas. Más espectacular, si cabe, es su arquitectura funeraria: las llamadas chulpas, habitaciones en las que depositaban a sus muertos. Las construían en paredes cortadas a pico, a cientos de metros de altura, para preservar a sus difuntos de profanaciones y saqueos. También instalaban sarcófagos confeccionados con cañas y barro, en repisas inaccesibles, en los que alojaban los fardos funerarios de los personajes más notables de la élite. Todavía no existe una teoría aceptada por todos sobre cómo pudieron realizar estas prodigiosas edificaciones.

En la región de Chachapoyas todavía hoy se producen nuevos descubrimientos arqueológicos en lugares escondidos en las profundas quebradas tapadas por la selva. Buena prueba de lo inexplorado de este territorio es la catarata de Gocta, la tercera más alta del mundo, que se dio a conocer en el año 2006. Se trata de un salto de agua de cerca de 800 metros de altura, que se encuentra en una gran quebrada poblada por un denso bosque nuboso. El caudal, que nunca se seca, desciende desde la cresta de un altiplano y cae en dos etapas.

Por la región hay sarcófagos ubicados en repisas de difícil acceso. Los más impresionantes son los de Karajia. Están colocados a unos 40 metros de altura en un farallón calcáreo. Miden unos dos metros y constan de busto y cabeza. Están decorados con dibujos geométricos. Sus rostros planos y dolicocéfalos nos recuerdan a los moai de la Isla de Pascua. Están adornados con cráneos-trofeo. Siempre formaban grupos de seis u ocho sarcófagos. Se supone que primero colocaban el fardo funerario y sobre él construían el sarcófago con cañas y barro.

El Egipto de Sudamérica. Los difuntos eran sometidos a un complejo proceso de momificación y embalsamamiento. Aplicaban hierbas y ungüentos para preservar el cadáver de las moscas, que depositaban sus huevos en la carne para que posteriormente eclosionaran las larvas. Parece ser que los sometían a un ahumado para secar la piel. Luego los colocaban en posición fetal y quebraban sus articulaciones para que ocupasen menos. Con una soga enrollaban el cuerpo y lo comprimían. Finalmente lo envolvían con varias capas de lienzos. La última iba bordada con dibujos geométricos y un esquemático rostro humano. En la última época, influenciados por los incas, perfeccionaron el proceso de momificación. Extraían el paquete intestinal a través del recto dilatando el esfínter y colocando un tapón de tela.

Los fardos eran depositados en las chulpas funerarias a gran altura, en habitaciones de dos o tres pisos. Las fachadas de los mausoleos eran decoradas con símbolos sagrados y a veces, como en el Gran Pajaten, con tallas de madera en las que se podía apreciar los genitales masculinos. Se supone que representaban a los espíritus de sus ancestros.

Sus casas, de fachadas redondas, también las construían en las laderas de las montañas, seguramente para defenderse mejor de los ataques enemigos. La ciudadela de Kuelap, la ciudad de las nubes, es una construcción colosal edificada al borde de un abismo de mil metros de altura. Con las piedras que utilizaron en su construcción se podrían erigir tres pirámides de Keops.

Los hallazgos arqueológicos realizados en las tres últimas décadas han hecho de Perú un destino indiscutible para los amantes de la historia y la arqueología. Ya se habla del Egipto sudamericano gracias a las enigmáticas culturas preincaicas que se remontan hasta los 12.000 años de antigüedad.

Precursores del Inca y culturas con 4.500 años de antigüedad

En la Ruta Moche también se pueden visitar lugares arqueológicos pertenecientes a otras culturas. Junto a Trujillo se extiende Chan-Chan, la mayor urbe de barro de América, que hacia el año 1000 llegó a tener unos cien mil habitantes. Pertenece a la cultura chimú, que se desarrolló en este desierto del 900 hasta el 1470, cuando fueron derrotados por los incas. Más al norte, por la Panamericana, encontramos el santuario de Cerro Sechin, en el valle de Casma, de 3.600 años de antigüedad. En sus murallas pétreas está grabado en bajorrelieve todo un tratado de anatomía humana: huesos, vísceras, cráneos y ojos esculpidos con realismo. En Chiclayo, a unos 800 kilómetros al norte de Lima, es donde se acumulan más lugares arqueológicos de la Ruta Moche. Amén de las tumbas de Sipán y las recientes excavaciones de Úcupe, en la que han aparecido murales policromados, uno de ellos con una representación erótica única hasta ahora, se pueden visitar las excavaciones del Valle de Ventarrón, en las que recientemente se han descubierto los murales policromados más antiguos de América. Pertenecen a una civilización desconocida, de unos 4.500 años de antigüedad. A unos kilómetros al norte está la ciudad de Túcume. Aquí se encuentra la mayor aglomeración de pirámides del mundo, más de trescientas. De las 26 pirámides del complejo de Túcume, de la cultura lambayeque, posterior a la moche, tan sólo una ha sido excavada hasta el momento, gracias al empeño del explorador noruego Thor Heyerdahl. También se pueden visitar el Bosque Sagrado de Pomac y las playas de Pimentel, donde los pescadores utilizan sus caballitos de totora como lo hacían los moches hace dos mil años.

La soprendente tecnología Mochica

Los mochica, que habitaron en el desierto de la costa norte peruana, entre los Andes y el Pacífico, desde el siglo I a.C. y el VI d.C., llegaron a un desarrollo tecnológico sorprendente. Gracias a una enorme red de canales, algunos de ellos todavía en uso, convirtieron su hábitat estéril en un vergel. En sus pirámides, edificadas con millones de ladrillos de adobe, utilizaban técnicas antisísmicas. Algunas de sus ciudades llegaron a tener más de 15.000 habitantes. Eran capaces de dorar en cobre, algo que se consiguió en Europa a finales del siglo XVIII con técnicas de electrolisis. Por medio de finos sopladores concentraban el fuego y soldaban los metales. Los mochica no escribieron, pero nos dejaron su forma de vida plasmada en la iconografía de la cerámica, considerada hoy en día, por su realismo y belleza, como una manifestación cultural comparable a la escultura clásica.

Gastronomía peruana, mucho más que ceviche y "pisco-sour"

La gastronomía peruana ha experimentado un auge internacional en los últimos años que la ha situado entre las mejores del continente americano. Muchos cocineros peruanos se han hecho populares en el mundo entero, como Gastón Acurio, con restaurantes en Lima, Santiago de Chile, Nueva York y Madrid. Las recetas cambian en las diferentes regiones del país, pero la base es siempre la misma: las patatas, de las que Perú tiene más de trescientas variedades. Es el alimento más popular del país, desde los ñuños de los Andes, que son patatas deshidratadas y congeladas, hasta las exquisitas negras, que tienen la carne amarilla y es con la que preparan la causa. La amasan con aceite y la rellenan de atún, langostinos o cangrejo.

El plato rey de Perú es el ceviche. Se prepara con pescado fresco: lenguado, corvina, toyo... También puede ser mixto, con bivalvos, mariscos... Se mezclan con cebolla morada y picante, rocoto o ajilimo. Sobre la mezcla se derrama el limón, que cuece el pescado. Se sirve junto con un trozo de camote o boniato y con maíz cocido. A veces le añaden cilantro, llamado culantro en Perú. Otros platos típicos son el ají de gallina, el seco de cabrito, la tortilla de raya, las papas rellenas, el lomo saltado y los pescados y mariscos al carbón, como el atún del Pacífico, que posee una textura extraordinaria. En el norte son típicos los anticuchos, brochetas de corazón de vaca; el arroz con pato, cuya receta se basa en el culantro, y el taku-taku, una especie de tortilla hecha con el potaje de frijoles y arroz del día anterior. Los postres están basados en frutas como la chirimoya, el mango, el mamei y la lúcuma; con esta última se preparan unas singulares y deliciosas tartas.

La bebida nacional es el pisco-sour y el cóctel de algarrobita. El pisco es un destilado de uva comparable a la grapa y cada día se elabora mejor. Es un aguardiente fino, digestivo y caro. Una botella de buen pisco no baja de 20 €.

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