Paisajes de la Costa Daurada desde la Tarraco romana

La herencia romana de Tarragona, que fue declara da hace una décadapor la Unesco patrimonio universal y elegida como una de las "Siete Maravillasde Cataluña", constituye uno de los mayores reclamos para todos los viajeros que transitan por el territorio de la Costa Daurada. Playas caritativas ciñen esas piedras venerables, que condensan mucha belleza y no pocos retos a encarar.

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tarragona / Lucas Abreu

Si algo diferencia a la capital tarraconense de otras es sobre todo eso, su patrimonio romano. Que no solo se plasma en la propia ciudad sino, además, en otros muchos elementos de su entorno; fuera de las antiguas murallas hay un puñado de villas (dos de ellas visitables), un acueducto, una cantera y, orillando la Vía Augusta que iba de Roma a Cádiz (N-340), algunos enterramientos, como la llamada Torre de los Escipiones, además del arco triunfal de Bará. Un valor añadido al paisaje mediterráneo, que se brinda generoso a los turistas como antes se rindió a las legiones del Imperio.

Para conocer la ciudad romana es muy recomendable empezar por la maqueta que se hizo en el año 2005, tras el subidón por lo de la Unesco. Y que se ha quedado anticuada: el pasado verano se descubrieron restos del templo de Augusto bajo la catedral, así que hubo que añadir un pegote en la maqueta. Ese templo principal ocupaba el centro de la acrópolis sagrada, en lo alto de la colina (espacio que hoy ocupa la catedral: los dioses son muy envidiosos). Bajo esa explanada se extendía el Foro Provincial (algo así como la Diputación), mientras que el Foro Colonial (el Ayuntamiento) se hallaba más alejado. Luego estaba el circo (hoy una plaza oblonga, en uno de cuyos cabos puede verse el Pretorio, las cavas y arranque del circo, y el museo); al borde o fuera de las murallas, el anfiteatro y el teatro. Esta maqueta se exhibe en un edificio medieval levantado sobre muros del Foro Provincial; hace un par de meses se descubrió una puerta romana, así que la maqueta se irá, durante las obras de rescate, al edificio de enfrente, la Antigua Audiencia (hoy convertido en centro cultural, con restos, cómo no, de una torre romana).

Tras fijar en la retina esa urdimbre urbana (perfectamente legible sobre el plano actual) se puede empezar el paseo; precisamente por el llamado Paseo Arqueológico, que recorre por fuera la parte norte del recinto amurallado. Es la ruta evocadora que siguen las visitas guiadas. Pueden verse, en la base, los bloques ciclópeos que los viejos manuales escolares atribuían a los iberos (sí, pero no era su ciudad, los pusieron curritos o paletas iberos... a sueldo de los romanos).

La estatua broncínea de Augusto fue un regalo de Benito Mussolini en el año 1934. Y a la loba capitolina le robaron el año pasado los dos gemelos mamoncetes: ha habido que poner otros. Unas caballerizas del siglo XVIII sirven para ilustrar el desarrollo urbano de las murallas. Y abajo, pegado a la colina, un Auditorio en forma de teatro romano, cubierto con unas lonas que semejan velas latinas, acoge cada primavera algunos eventos del festival Tarraco Viva, que llena los rincones más emblemáticos de gladiadores, soldados, cónsules, tenderos y plebe de guardarropía.

Al acabar el paseo por fuera se puede entrar en la ciudad antigua por un portal barroco abierto en la muralla. Enseguida se alcanza el Foro Provincial, o lo que de él queda: un par de arcadas rodeadas de terrazas y con niños que juegan al balón. A un lado se escóndela judería (se está restaurando la llamada Cala Garsa)y calles abajo irán saliendo al paso diversos palacios dieciochescos, amasados con sillares romanos (Casa Canals, Casa Castellarnau...); dejamos de lado la acrópolis sagrada (actual catedral y aposentos clericales)para deslizarnos hasta el núcleo mejor conservado de Tarraco: el Pretorio, por donde se accede a las caveas del circo y uno de sus extremos, con el arranque del graderío;hace un par de meses se mejoró el acceso, adaptándolo para personas con movilidad reducida.

Junto a ese núcleo se encuentra el Museo Arqueológico. Se levantó sobre la muralla en 1960, y el tiempo ha sido en este caso implacable: ha quedado totalmente obsoleto. Puede que ahora mismo (en los meses de verano) lo hayan tenido que cerrar, ya que empleados y turistas tienen que soportar temperaturas de hasta 39,7 grados centígrados, con una humedad cercana al 70 por ciento. El Ayuntamiento quiere llevar el museo a la antigua Fábrica de Tabacos, junto al río Francolí (donde están la Necrópolis cristiana y el centro comercial Parc Central). Habría más espacio, pero también inconvenientes: queda lejos del flujo turístico y no deja de ser un edificio pensado para otra cosa. Dado que, en todo caso, la inversión no bajaría de los 250millones de euros (según el actual director del museo, Francesc Tarrats), sería mucho más sensato diseñar ex novo un continente próximo y adecuado (¡el Guggenheim que todos sueñan!). Lamentablemente para los políticos, al parecer, alea jacta est, la suerte está echada.

La visita guiada suele finalizar en el Anfiteatro, junto a los jardines aledaños acondicionados recientemente. Es de lo más entero que sigue en pie, si bien algunas gradas son una obra chapucera de años torpes. La vista es espléndida, con la playa del Miracle como fondo -la única playa urbana, que invita a aliviar con un remojón el trajín erudito-; otra buena opción para desengrasar es el barrio marinero del Serrallo, junto al puerto, con terrazas muy agradables. Todavía le queda por ver al visitante el Foro Colonial, que está hecho una pena, en estado vergonzante, indigno del título universal. Peor aun es lo del Teatro: parece que ningún político se decide a rescatarlo de veras (como han hecho otras ciudades: Cádiz, Cartagena...). Lo máximo que se ha logrado es desbrozar un poco y abrir un mirador en Ronda de Caputxins. Otra cosa que está en marcha: al restaurar el Mercado Municipal (precioso edificio modernista de 1905) se han descubierto viviendas romanas que (Júpiter lo quiera) podrán ser admiradas por quienes vayan a comprar calçots o butifarras.

Luego queda lo más alejado (relativamente), la Necrópolis Paleocristiana. En realidad, un fabuloso y raro complejo religioso de los siglos V y VI. Ahora mismo es un ortigal, cerrado desde hace años, tanto el yacimiento como un ruinoso museo de sitio; lo que permiten visitares una muestra mínima, pero valiosísima, con media docena de sarcófagos y algunos mosaicos. El yacimiento está colindando con la Fábrica de Tabacos, adonde se quiere traer el futuro y faraónico museo. Al otro lado de la calle se alza el Parc Central (vulgo el Eroski). Al tiempo que se estaba negociando el título de la Unesco, se arrasó brutalmente parte del yacimiento paleocristiano para construir ese centro comercial. Puede quesea la mala conciencia lo que ha llevado a colocar en el aparcamiento (y accesible al público) un botón de muestra de una villa y de una basílica, que ni siquiera estaban situadas exactamente allí...

Quedan aún verdaderas joyas en los alrededores. Por nada del mundo hay que omitir la villa de Centcelles, en el pueblo de Constantí: un conjunto del siglo IV que fue sucesivamente villa, mausoleo, ermita medieval, masía... Hoy es ejemplo de que, si se quiere, se pueden hacer bien las cosas. La cúpula cubierta de mosaicos y frescos, aunque deteriorada, es algo único en nuestro país. En dirección distinta, a las afueras de Altafulla, la villa de Els Munts conserva termas, cisternas y algunos frescos en un criptopórtico. Allí se encontró la estatua de Antinoo, el joven amante de Adriano; el emperador estuvo en Tarraco, a la que se refirió como "la ciudad de la eterna primavera". Más allá, por la Vía Augusta (C-340) quedan la (mal) llamada Torre de los Escipiones (un monumento funerario) y el Arco de Bará. Regresando a Tarragona por la AP-7, dentro de sendas áreas de autopista, puede verse el Puente del Diablo (acueducto romano) y la pedrera (cantera) de El Médol, ahora dotada de senderos y desbrozada el pasado estío por la divina providencia mediante un incendio. De allí salió casi toda la piedra con la que fuera amasada la capital de la Hispania Citerior.

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