Los fiordos más bellos de Noruega

Noruega es el país de los fiordos, pero solo dos lucen la vitola de Patrimonio Mundial de la Unesco: el Naeroyfjord, uno de los más asombrosos brazos del Sognefjord, y el Geirangerfjord, considerado el más bello del mundo desde que el primer barco turístico lo surcara en 1869.

fiordo de Geiranger
fiordo de Geiranger / Eduardo Grund

Bergen representa el punto de partida de un viaje espectacular a lo largo de los fiordos más profundos del país, salpicados siempre por pueblos acurrucados y granjas hoy abandonadas que se asoman a estos brazos de mar al pie de los glaciares. Siete colinas y siete fiordos envuelven a la que fuera capital del país hasta 1299 en un espectacular paraje marítimo que se puede disfrutar subiendo hasta la cima del monte Floyen con el funicular Floibanen. En la ascensión solo se necesitan unos siete minutos para que bajo nuestra mirada luzca el viejo muelle de Bryggen, el barrio más antiguo y seductor de la ciudad, con sus edificios inclinados con tejados a dos aguas y fachadas de diferentes colores. Aquí se instalaron en la Edad Media los comerciantes de la Liga Hanseática que exportaban bacalao en salazón a Europa hasta el siglo XVII, pero solo quedan poco más de una decena de casas originales debido a los numerosos incendios que ha sufrido este barrio, Patrimonio Mundial desde 1979. Difícil es que alguien se sienta defraudado en esta puerta de los fiordos por la vista del monte Floyen, pero el que busque más emociones puede optar por tomar una telecabina y ascender, todavía más, al monte Ulriken, a 643 metros de altitud. La panorámica en este punto es grandiosa y resulta tan recomendable como un paseo a través del casco medieval que poblaron los mercaderes, con sus calles angostas y sus casas de madera, y por el cada vez más turístico Mercado de Pescado para degustar el salmón o el sabroso cangrejo real. En unos pocos metros cuadrados se descubren las viejas raíces de Bergen: la iglesia románica de Santa María, la Torre de Rosenkrantz, levantada en 1560 junto a la fortaleza del siglo XIII, la Nave de HAkon (1261) y el recomendable Museo Hanseático, todos con un denominador común, el de hacer retroceder al visitante en el tiempo, cuando la Liga de un grupo de ciudades norteuropeas controlaba el comercio de las aguas del Báltico y del Mar del Norte.

Poniendo rumbo norte en dirección a Voss, por la carretera E-16, a unas tres horas en coche desde Bergen, la naturaleza muestra su cara más asombrosa en la que podría considerarse la más profunda huella de los viejos glaciares en Noruega: el Sognefjord. Este fiordo, el segundo más grande del mundo después del Scoresby Sund en Groenlandia, penetra 204 kilómetros en tierra firme, entre pasadizos estrechos siempre intimidados por imponentes masas de roca, por donde transcurren las aguas negras que llegan a alcanzar los 1.308 metros de profundidad en algunos tramos. Espera Flam, en el embudo final del Aurlandfjord, y su famoso tren (Flamsbana) que funciona todo el año, aunque en verano siempre está completo, sin un asiento libre, y conviene reservar con antelación. Las excelentes vistas que ofrece esta línea, abierta en 1942 hasta la estación de montaña de Myrdal, compensan al visitante en un trayecto de 20 kilómetros y 20 túneles, con un desnivel de 865 metros, ante la constante presencia de las cascadas que surgen a un lado y a otro del recorrido. El convoy realiza una parada con foto en el salto de agua más famoso de la ruta, la cascada Kjossfossen, con una sorpresa. Mientras los turistas disparan sus cámaras, una actriz con un llamativo vestido rojo baila al son de la música delante de la catarata como si se tratara de una huldra. Las huldras eran, según el folclore escandinavo, mujeres con cola de vaca, de extraordinaria belleza, que seducían a los hombres con los que se encontraban en el bosque.

La vida vikinga

De regreso a Flam, volviendo por la misma carretera a través de un túnel de casi 20 kilómetros, se comprende muy pronto por qué el Naeroyfjord logró, entre tantos fiordos del país, ser reconocido por la Unesco. Para comprobarlo hay que tomar un ferri en Gudvangen, ya que la mejor manera de ver los fiordos es siempre en barco. Asombra cómo en su parte más estrecha solo hay 250 metros entre una orilla y otra, con la única presencia cercana de algún rebaño de cabras satisfechas de tanto pasto a su alrededor. En tiempos este espacio estuvo poblado por los vikingos y ahora en Gudvangen, durante la temporada veraniega, se ha instalado en este pequeño puerto un campamento de los famosos guerreros del norte, convertido ya en un miniparque temático desde que abriera en 2002. Quien lo visita puede hacerse una idea aproximada de cómo era la austera vida vikinga, probando su comida, asistiendo al proceso de producción de la artesanía tradicional o simplemente remando por el fiordo en una réplica de un drakkar, con su mascarón de proa con cabeza de dragón. En la tres horas que dura el viaje por el Naeroyfjord se atraviesa también el bello Aurlandsfjord antes de alcanzar la meta final en Kaupanger y admirar su iglesia de madera, una de las treinta stavkirke que han sobrevivido en Noruega. Y es que las iglesias de madera son parte esencial de la identidad histórica y cultural noruega. La de Kaupanger es la primera que se descubre en esta ruta, pero existen otras en el mismo área que merece la pena visitar. Borgund, Hopperstad y, sobre todo, Urnes maravillan por su mágicos emplazamientos y por el magnífico estado de conservación de estos viejos edificios con una clara conexión celta. Urnes es la más antigua de todas (1130), la más decorada y la única reconocida como Patrimonio Mundial. Se encuentra viajando a Solvorn, a 27 kilómetros de Kaupanger por la carretera 55, y tomando un rápido ferri a Urnes. Desde este templo sagrado, lo más recomendable es seguir la carretera pegada al Lustrafjord para admirar la cascada Feigumfossen, la segunda más alta del país con sus 229 metros, a la que se puede acceder en un corto paseo de 30 minutos. A continuación, bastarán solo unos minutos más de coche para penetrar en el tramo más espectacular de la ruta turística nacional Sognefjellet, que para algunos pintores y músicos noruegos fue fuente de inspiración en sus creaciones artísticas. Después de rebasar Skjolden, la vía empieza a empinarse y hay que llegar al menos a Turtagro y subir al puerto de montaña más alto del país, que supera los 1.430 metros, para confirmar que, mientras millones de turistas se bañan en las playas del Mediterráneo, aquí cualquiera puede sentirse aprisionado y helado entre muros de nieve de cinco metros de altura mientras mira la página del calendario del mes veraniego en el que se encuentra.

De vuelta al Lustrafjord, pero en dirección a Sogndal, conviene desviarse en Gaupne para buscar el camino directo al Parque Nacional de Jostedalen, ubicado en el glaciar más grande de la Europa continental, y descubrir en su flanco oriental el Nigardsbreen. Es este el glaciar más accesible del parque nacional, pues en verano se puede alcanzar su base en barca a través del lago Nigardsbrevatnet o después de una caminata de 45 minutos. Lo mejor de este excepcional destino es que ofrece la oportunidad de vivir la experiencia de pisar el glaciar en algún tramo con la ayuda de crampones, cuerdas, arneses y piolet. Y, como no puede ser de otra manera en Noruega, con la máxima seguridad.

Tour en barco

Desde Jostedalen se emprende camino hacia el norte, bordeando el parque nacional, para pasar la noche en Stryn, capital del Nordfjord, y a partir de este punto, a través de las carreteras 39 y 60, continuar hasta Hellesylt, reconocible por su ruidosa cascada al lado del puerto. En ese trayecto se emplean unos 50 minutos en coche antes de tomar el barco que conduce al fondo del Geirangerfjord. El esperado tour emociona en unas aguas tranquilas como un espejo, protegidas al abrigo de unas montañas con nieve casi siempre en sus cimas, a pesar de que la embarcación va normalmente abarrotada con decenas de turistas. Y no hay que descuidarse porque sus 20 kilómetros se cubren en una escasa hora, que conviene pasar en la cubierta, aunque llueva... En esa privilegiada posición aparecen ante la vista las granjas (Knivsfla, Blomberg, Matvik...), que fueron abandonadas entre los años 40 y 60 del pasado siglo y que siguen aferrándose a las altas paredes del fiordo. Algunas se ubicaron en terrenos fértiles, donde crecían manzanas y albaricoques, pero la supervivencia resultaba muy dura en este paraje, especialmente cuando las familias criaban a sus hijos y tenían que llevarles a la escuela. Al final acabaron todas en el olvido y hoy estas casas de colores siguen estando en manos privadas formando un encantador escenario, compartido con varios saltos de agua y cascadas, como las famosas El Velo nupcial (Brudeslore), Las Siete Hermanas (De Syv Sostrene) y El pretendiente (Friaren), las dos últimas situadas enfrente la una de la otra. Ya en Geiranger, un pueblo de 250 habitantes que recibe 200 cruceros cada verano, hay que disfrutar de sus tres maravillosas vistas -Flydalsjuvet, Dalsnibba y Ornesvingen-, además de su propia cascada urbana a la que se accede en su parte superior tras subir 326 escalones. Todas impresionan y mucho más si el tiempo acompaña. Igual que una corta visita a la granja Skagefla, abandonada en 1917, el paraje escogido por los Reyes Harald y Sonja en 1993 para celebrar sus bodas de plata junto a otras familias reales europeas, incluida la española. Un emplazamiento bellísimo, a 270 metros sobre el fiordo, desde el que arranca una pista a la cascada Storseterfossen.

Escenarios únicos

Abandonamos Geiranger a través de la Carretera del Águila, ascendiendo hacia Eidsdal y la nacional 63. Pasadas once endiabladas curvas en forma de herradura que cortan la respiración y tras una breve parada en el mirador más espectacular del fiordo se cruza en ferri a Valldal, un pueblo peculiar por las aguas bravas de su río que se recrudecen todavía más en Gudbrandsjuvet. La vista es hermosa en este cañón del río Valldola por el que fluye el agua con tanta fuerza que ha esculpido marmitas de gigante y otras caprichosas formaciones rocosas. Tras este paréntesis en la ruta, la carretera va empinándose poco a poco más hasta encontrarse con otra de las joyas naturales del país: Trollstigen. La Carretera de los Trolls se abre en un horizonte de imponente montañas y picos nevados con una parada imprescindible en sus tres miradores que permiten admirar una obra maestra de la ingeniería del siglo XX terminada en 1936 después de ocho años de intensos trabajos. Para apreciarla mejor conviene aproximarse a la terraza más lejana, identificable por su cercana cascada de cola de caballo. Solo así se disfruta del dibujo completo de la Escalera del Troll, en zig-zag, con sus once curvas cerradas y una pendiente media del 9 por ciento. En algunos puntos la carretera tuvo que ser labrada en la misma roca, en otros debió descansar en decenas de muros de piedra y hacia la mitad del recorrido fue conectada con un puente de piedra desde el que se pueden admirar los 320 metros de la cascada Stigfossen. Una panorámica no apta para personas con vértigo.

La multicolor Alesund

Tras el cuidado descenso, la ruta se dirige a Andalsnes para rematar el viaje en Alesund, el contrapunto final urbano del recorrido gracias a su arquitectura art nouveau. La ciudad fue reconstruida en 1904 en un estilo diferente tras el pavoroso incendio que la dejó reducida a cenizas. Su centro histórico depara muchas sorpresas, pero lo que no puede perderse es la subida a pie (418 escalones) o en coche al mirador de Aksla, para asombrarse con una de las vistas más idílicas de la costa occidental noruega. Esa imagen multicolor de las casas de Alesund constituye su postal más clásica. Y hay dos excursiones ineludibles: Runde, la isla de los pájaros, con los simpáticos frailecillos, y el Faro de Alnes, en la isla de Godoy, ya de camino al aeropuerto Vigra. Subiendo al balcón circular de esta vieja torre marítima cualquiera puede pensar a pie juntillas que se encuentra en el fin del mundo.

igelsia fiordos
igelsia fiordos

La iglesia de madera más antigua del mundo

En un pequeño saliente del fiordo Lustrafjord se levanta laiglesia de madera más antigua del mundo, construida en 1130. Se puede visitar en Urnes y para llegar a su puerta hay que tomar un ferri en Solvorn y subir a este pueblecito con una de las más valiosas joyas noruegas inscritas en la lista del Patrimonio Mundial. Por dentro y por fuera, el templo es una maravilla. En los pórticos norte y oeste sorprenden las tallas de figuras de animales entrelazados. Los capiteles de sus columnas rozan la perfección artística, junto a las excepcionales figuras de Cristo, María y San Juan (s.XII) en lo alto del templo, formando un grupo escultórico sin igual. "Es el más antiguo del país -comenta Mario, el guía de la iglesia- y muestra la escena del Gólgota, cuando Jesús le pide a San Juan que debe seguir cuidando de su madre cuando él se marche". Mario defiende que el templo fue en sus orígenes celta irlandés y que es "un milagro" que se haya conservado tan magníficamente, sobre todo por la lluvia que ha mermado muchas de las tejas de su parte superior. "Estas tejas -dice- tienen que ser sustituidas cada 400 años, pero estamos tranquilos porque las últimas se reemplazaron en 1920". La entrada al templo, con guía, cuesta 80 NOK.

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