Estancias con arte en el centro de Madrid

Rubén Darío o el Marqués de la Vera durmieron en las mismas habitaciones que los huéspedes de Estancias con Arte. Los apartamentos de esta marca urbana madrileña, que combinan una pizca de diseño actual con un omnipresente aire "retro", cuentan algunas de las mejores historias del centro de la capital.

Estancias con arte en el centro de Madrid
Estancias con arte en el centro de Madrid / Álvaro Arriba

Corrían los años 90, Madrid había heredado y reinterpretado la creatividad de la época anterior, la desgastada movida de los 80. Y había hecho dinero. Como suele pasar en la capital, las fiestas eran su termómetro y su espejo. Y Cristina Garrido planeaba algunas de las que más brillaban en su sede nocturna, la sala Archie, un escenario, un quirófano, un síntoma. "Hicimos fiestas increíbles, había dinero y creatividad. Para un perfume recreábamos Nueva York por toda la sala, para una fiesta de Ferrari traíamos coches e invitábamos a todo el que tenía un Ferrari", rememora con nostalgia.

La resaca de aquella época ha dejado restos de fantasía y cierta idea de lujo, pero con los excesos pulidos. Administrando parte de esa herencia volvemos a encontrar a Cristina, el alma creativa y ejecutiva de la marca de alojamientos Estancias con Arte. Es una empresa de alquiler de apartamentos con pocos meses de vida y tres palabras que la resumen: centro, lujo y arte. El calificativo con arte no solo se refiere al que cuelga de sus paredes sino al arte o ángel o duende de las calles de su entorno, las más castizas del centro de Madrid. Cada plaza aquí es un pueblo o un fortín siempre a punto de ser rebasado y perder su carácter, cada una con su personalidad y sus personajes propios, casi como si no hubiera posibilidad de trasvase con las vecinas.

En este centro doméstico y global, con sus ancianos de toda la vida y sus nuevos vecinos extracomunitarios, se sitúan la mayoría de las Estancias con Arte. Ópera Prima es la más llamativa y la de ubicación más envidiable: su pequeña terraza tiene vistas al lateral izquierdo del Teatro Real, justo frente a las cristaleras ahumadas tras las que ensayan los músicos. A simple vista parece decorado con una mezcla hogareña de muebles y libros heredados. Un recorrido más atento por este amplio estudio de dos pisos descubre hallazgos como un rectilíneo armario de caballero de principios de siglo, sillas de oficina que podrían haber servido de decorado en Mad Men o unos retorcidos asientos de terraza que, de hecho, se utilizaron en una película de Woody Allen, Scoop. Y aquí está la clave del lugar: la atmósfera hogareña y bohemia transmitida por unas piezas decorativas tan irónicas como valiosas.

El espacio abuhardillado se decora con ubicuas fotografías cinéfilas, un par de cuadros de obra gráfica de Picasso y Miró y un tocadiscos rodeado de álbumes de vinilo. Y libros, muchos libros. Como la casa pertenece a una conocida mujer del cine de la que Cristina Garrido no da pistas, se puede intentar averiguar algo a través de su biblioteca, una colección con best sellers de buen gusto y colecciones decorativas de lomos de colorines. Tras el escrutinio, el investigador probablemente se quede como está, pero puede consolarse con las vistas del piso superior, extendidas sobre las azoteas del centro. O con la bañera con claraboya que se abre a las estrellas, o el sillón de cuero oscuro de los años 20 junto a una chimenea de Milá que funciona realmente.

Si Ópera Prima es la casa más sugerente de Estancias con Arte, El Aposento, el palacio del Marqués de la Vera, es la de mayor empaque. Concluido en 1605, el año en que Alonso Quijano hacía su primera salida (a las librerías), el edificio acaba de ser restaurado con un gusto que mezcla la personalidad de un loft noventero con una casa nobiliaria de hechuras castellanas. Según los restauradores del estudio Urbex, "es uno de los pocos edificios que podrá recordar la identidad arquitectónica castellana de la época", sepultada luego por la afrancesada del siglo XIX.

De la personalidad original de El Aposento quedan recuerdos como la barandilla de forja que integra las curvas de las rejas ventaneras originales con un diseño moderno de líneas rectas. Ahora es el apoyamanos que comunica el gran salón de altos techos con la biblioteca que lo rodea en el piso de arriba. En la casa, las flores, que nunca faltan en todas las Estancias, aportan tanta frescura como el balcón que surge de la fachada original forrada de aparejo toledano. Hay otros elementos rescatados, como las columnas o las contraventanas. Aquí todo parece tener una historia, como el cuadro de Rosario de Sotomayor, de 1961, que preside la habitación. La autora es hija de Fernando Álvarez de Sotomayor -el director del Museo del Prado que repatrió los cuadros tras la Guerra Civil-, que es la madre de la guía para la visita al Prado que propone Estancias con Arte. La marca tiene otras propuestas de actividades con gancho para sus clientes, que pueden visitar el Bernabéu con un antiguo jugador del Real Madrid u organizar una cena romántica a domicilio. Los huéspedes también pueden adquirir todo lo que está en las casas.

En el mismo palacio de El Aposento se ubica La Trastienda, un apartamento más pequeño pero también poblado de buenas ideas y rematado con vigas de madera. Al entrar se accede a un espacio diáfano en el que se recibe en azul y rojo intensos. El azul pertenece a un original sillón Chester y el rojo remarca tres espacios singulares: escaleras, biblioteca y un espacio para la calma en el que una chaise longue blanca hace compañía a una butaca de los años 60 retapizada en el mismo color. En esta casa es posible asomarse al patio restaurado y a su jardín vertical mientras se toma un abundante desayuno servido en una cesta de picnic que no desentonaría en el brazo de Caperucita.

Si muchas de estas estancias tienen una estimulante historia detrás, la palma se la lleva La Casa del Poeta, el piso madrileño en el que vivió y escandalizó a los vecinos Rubén Darío. El modernista nicaragüense llegó a España en 1898, precisamente para hacer las crónicas del desastre en que andaba sumido lo que quedaba del imperio español. Desde entonces residió por temporadas en Madrid. Los versos de su Salutación del optimista lo recuerdan en una placa de la fachada, junto a un balconcillo de aire flamenco (con silla de enea y maceta con geranios). En este piso de dos habitaciones, los versos del poeta que eligen los huéspedes se extienden, manuscritos, por las mesas del salón. También recuerda al poeta una reproducción de su firma sobre una máquina de escribir antigua. El carácter del apartamento solo se parece al del autor en su faceta menos taciturna, y lo marcan en realidad los tonos verdes y amarillos vivos de sus sillas, la chimenea de piedra y el aluminio de la cocina y de los tiestos.

En esta casa se recibe a mitómanos atraídos por las huellas del poeta de los ripios sublimes y, según confiesa Cristina Garrido, son los visitantes estadounidenses los que la reservan más a menudo. En pleno siglo XXI llegan a Madrid en busca de la leyenda romántica hispana y nada les parece más adecuado que dormir en un lugar que se llama La Casa del Poeta.

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