El camino de los faros: el maravilloso recorrido a pie de la Costa de la Muerte

En tan solo 12 años esta ruta del litoral coruñés se ha convertido por su belleza en referencia de los senderos costeros del mundo. Auténtica aventura que se vive en uno de los cada vez más escasos territorios salvajes de nuestra geografía.

El camino de los faros es una de las rutas más bonitas de Galicia.
El camino de los faros es una de las rutas más bonitas de Galicia. / Marga Estebaranz / Alfredo Merino

Los caminantes que emprendan este viaje deben tener claro que no van a ser los protagonistas de su aventura. Lo es el océano Atlántico, el jefe del lugar, que con su fuerza y capricho ha labrado ola a ola un litoral indomable. Humildad en la mochila es el equipaje que más ayuda en el recorrido del que para muchos es el itinerario costero más espectacular de Europa. O Camiño dos Faros solo ha necesitado 12 años para ser incluido en la lista de los grandes senderos litorales, donde se incluyen The Wales Coast Path de Gales, el irlandés The Wild Atlantic Way y el Kalalau Trail en Hawái. Todo comenzó en 2012, cuando seis amigos amantes de las caminatas recondujeron un antiguo recorrido pedestre, la Ruta a Pé pola Costa da Morte, Ruta a pie por la Costa de la Muerte. Lograron lo que parecía imposible: caminar pegados al borde del océano desde Malpica hasta Fisterra. 

Amanecer en la ensenada de Xan Ferreiro

Amanecer en la ensenada de Xan Ferreiro

/ Marga Estebaranz / Alfredo Merino

A aquellos entusiastas senderistas se unieron otros colegas, que ayudaron a marcar la ruta. Se llamaron a sí mismos Los Trasnos. Son estos duendes de la mitología galaica que lucen larga barba y cuya especialidad es cambiar las cosas de sitio. Y eso hicieron nuestros trasnos andarines: transformar la inhóspita y temible Costa da Morte en una de las mejores rutas litorales del mundo. De principio a fin señalizaron la ruta con señales y flechas verdes, color que les representa y se ha convertido en el oficial del Camino de los Faros. 

Los 202 kilómetros del Camino de los Faros exigen buena forma física y experiencia en la caminata. De dificultad moderada, son frecuentes los pasajes donde hay que caminar con precaución, sobre todo los días en que las rocas permanecen mojadas por la bruma o lluvias pasadas. En Malpica comienza la aventura. En la playa de Area Maior, Nai Carrexeira, escultura de una vecina que acarrea sobre su cabeza un cesto de pescados, con su hijo cogido de la mano, despide a los caminantes. La fuente y la ermita de San Adrián son los primeros hitos. Bajo el templo se abre el primero de los miradores. Desde punta Cherpa, la vista de las islas Sisargas entretienen la siguiente tirada. Continuo trasiego de subidas y bajadas, se transita por un abrupto litoral con empinados repechos sobre abruptos acantilados. En la playa de Seiruga hay que buscar el paso para cruzar el riachuelo que vierte al océano. Es preámbulo del tramo más abrupto de la etapa. Recorre entre brezos y helechos los acantilados del monte Nariga. Entre los grandes peñascos del cabo asoma la torre de 50 metros de su faro. El primero que sale al paso en el camino.

Aldea de O Roncudo

Aldea de O Roncudo

/ Marga Estebaranz / Alfredo Merino

Un oleaje de rocas fantásticas

El faro de Punta Nariga aspira a convertirse en navío. Su base triangular es proa de granito que surca un oleaje de rocas fantásticas esculpidas por los elementos. La escultura Atlante, alas desplegadas en el momento de levantar el vuelo, es el mascarón del barco de piedra y luz que es este faro cuya magia subraya el viento que, un día más en la oficina, desata marejadas, peina el brezal de los montes y desarregla la cabeza de los caminantes.

La segunda etapa lleva a Ponteceso a través de remotas ensenadas y calas de gran belleza. La cabaña que se alza en la ensenada de Barda es un canto de sirenas que invita a quedarse. Cuesta dejar atrás el paraje, uno de los más hermosos del Camino de los Faros. La espectacularidad de Costa da Tremosa y los precipicios de cabo Roncudo se unen a la sensación de aislamiento del lugar. El camino transita por sendas de percebeiros, donde solitarias cruces clavadas en los feroces acantilados recuerdan el destino de anónimos desafortunados.

Faro Vilán.

Faro Vilán.

/ Marga Estebaranz / Alfredo Merino

La extenuante subida que lleva a O Roncudo es uno de los escasos tramos donde el camino se aleja del litoral. La aldea más hermosa de la ruta está prácticamente deshabitada, aunque esto no impide que una de sus fuentes regale entre hortensias la bienvenida a los caminantes. El regreso al arrimo del Atlántico es tan abrupto como fue la ascensión. Bajada vertical entre un laberinto de peñas, toxos y barranqueras. La cercanía del faro Roncudo anima la caminata. Su nombre lo dice todo. Señala el ruido ronco del oleaje al batir contra las rocas. La última parte de la etapa se hace dura. La cansina ascensión del Monte da Facha, prolongada con el tránsito por las dunas de Barra y las marismas de Anllóns, llevan a la histórica Ponteceso. Hasta Laxe, se traza un bucle que aleja al camino de la costa. Recorre el Rego dos Muíños, el Regato de los Molinos, senda de 3,5 kilómetros que asciende hasta el castro de Borneiro y la aldea de Vilaseco, donde se concentran hórreos monumentales. Al lado se conserva el dolmen de Dombate, uno de los más importantes megalitos gallegos. 

Area Grande desde la Punta da Barra.

Area Grande desde la Punta da Barra.

/ Marga Estebaranz / Alfredo Merino

La fascinante playa de los Cristales

La villa marinera de Laxe es lugar donde los caminantes más extenuados paran una jornada, antes de acometer la segunda parte de la ruta. La siguiente tirada, entre Laxe y Arou, es la más breve. Son 18 kilómetros, en los que destaca la playa de los Cristales. Esta mínima cala tiene sus arenas cubiertas de mínimos cristales de todos los colores. Su fascinante historia habla del poder de la naturaleza, en especial de este Atlántico aquí siempre protagonista.

La cala fue durante décadas el basurero al que los vecinos arrojaban sus desperdicios. Entre ellos, botellas y envases de todo tipo de vidrio. Las mareas y el oleaje lo arrastraron todo. Solo quedaron los cristales que el agua fue puliendo y reduciendo a mínimos fragmentos, hasta que los vomitó a la costa. Hoy preocupa la gente que se los lleva. Está prohibido cogerlos, pero es raro el visitante que no se mete un puñado de cristalitos en el bolsillo.

Mirador de Punta Lobeiras

Mirador de Punta Lobeiras

/ Marga Estebaranz / Alfredo Merino

El nombre de la ensenada da Baleeira señala su pasado ballenero. Precede a la fuerte ascensión al Petón do Castro. Su despejada cumbre tal vez sea el mejor oteadero de esta parte de la costa. Al norte, el quebrado litoral del Roncudo; al sur, la paradisiaca playa de Soesto, con la punta de la Percebeira y Camelle a lo lejos. 

El Cementerio de los Ingleses y faro Vilán son los referentes de la siguiente etapa, la reina del Camiño dos Faros. Se extiende por la parte más brutal y salvaje de la Costa de la Muerte. El primer tránsito cruza el atormentado Petón da Area Lobeiras, mano gigante cuyos dedos se adentran en el Atlántico, salpicando de islotes y espuma las aguas.

La fragosa vegetación, los helechos de mayor altura que una persona y un derrumbe complican el paso del Monte Blanco. El camino evita pisar la duna que aquí se sitúa, para evitar su deterioro. Con una altura de 150 metros, el viento se esmera en que sea la mayor duna rampante de Europa.

Playa do Trece es el preámbulo de la temible Punta Boi. El bramido de las olas recuerda que pateamos el litoral más letal de la Tierra. Aquí es donde más merecido es su nombre: Costa de la Muerte. Sucesión de fieros arrecifes y bajíos, nadie sabe cuántos naufragios han causado. Los cálculos advierten que más de ocho mil barcos se han tragado estas aguas. Cada uno tiene su historia. Cada cual con sus muertos. El Cementerio de los Ingleses recuerda a los infortunados que tuvieron su cruz la noche del 10 de noviembre de 1890. Navegaban frente a la costa a bordo del acorazado Serpent. Habían partido del puerto británico de Plymouth y se dirigían a Sierra Leona. A su paso frente a Camariñas, la fuerza del mar les derivó a tierra. El faro Vilán no logró orientarlos en las tinieblas y el barco se hundió al chocar contra un bajío junto a la punta do Boi. De los 176 militares que iban a bordo, solo tres salvaron la vida. Durante el mes y medio siguiente, el Atlántico devolvió a tierra los cuerpos de los ahogados. Se les sepultó en este cementerio, el mismo donde yacen otros náufragos, los tripulantes del Iris Hull, también un barco inglés que se hundió en el mismo lugar en 1883, falleciendo sus 38 tripulantes, menos uno. 

Camino que discurre por un túnel vegetal en la ensenada de Beo.

Camino que discurre por un túnel vegetal en la ensenada de Beo.

/ Marga Estebaranz / Alfredo Merino

Desde la distancia, los acantilados de cabo Vilán son un dinosaurio adormecido sobre las aguas. El más impresionante de los faros del fin del mundo culmina su estirada linterna hasta 125 metros sobre las aguas. Se construyó en 1896 en respuesta al cúmulo de tragedias sucedidas en las postrimerías del XIX. A las del Serpent y el Iris Hull se unieron en 1870 la del Wolfstrong, con 28 muertos, la del Trinacria, que se hundió en 1893 con 31 ahogados, y la del City of Agra, que dejó en 1897 otros 29 fallecidos.

El parque eólico de cabo Vilán y sus desmesurados molinos es el preámbulo que lleva a Camariñas. Una estatua delante del Ayuntamiento señala que estamos en la patria chica de las bolilleras. La anual Mostra do Encaixe y el Museo del Encaje se encargan de divulgar y perpetuar la tradición de la apreciada técnica. 

Entre Camariñas y Muxía se extiende la etapa más larga del Camino de los Faros, 32,6 kilómetros que hay que tomarse con calma. Recorre ambas orillas de la ría de Camariñas, con el intermedio del Ponte do Porto y el conjunto monumental de Cereixo, seguida de la playa de Lago y su recoleto faro. 

Ocupa Muxía el tómbolo del monte Corpiño. En su punta y junto al faro, se alza el santuario de Nuestra Señora de la Barca. Destino mágico-religioso, es fin de etapa del ramal del Camino de Santiago que recorre la costa coruñesa. La tradición asegura que aquí desembarcó la virgen en una barca de piedra para animar al apóstol Santiago en su tarea de cristianización.

Villa marinera de Muxía.

Villa marinera de Muxía.

/ Marga Estebaranz / Alfredo Merino

Al pie del templo está varada una piedra inmensa. Es la Pedra de Abalar, gigantesco bolo de granito cuyo nombre señala que se balancea cuando la gente se sube encima. En vano, los turistas lo intentan una y otra vez. No saben que la tradición asegura que la roca solo se moverá cuando quien suba sobre ella esté libre de pecados. Junto con la Pedra dos Cadrís, que sana de los males de espalda a quien pase por debajo, la Pedra do Temón y la Pedra dos Namorados. Se asegura que son los restos de la embarcación en la que llegó la Virgen.

Sobre el Santuario se erige otra roca. Las 400 toneladas y 11 metros de altura de A Ferida, ciclópea escultura partida en su mitad por una grieta quebrada, recuerdan que por mucho faro que haya esta costa no perdona. No lo hizo en 2002 al paso del Prestige, cuyo hundimiento provocó la mayor tragedia ecológica de la historia de España.

El desolado faro Touriñán es referencia de la penúltima etapa. No lo saben muchos, pero la punta donde se adentra en el océano avanza más allá de Finisterre. Su solitario faro es el último que ve acostarse el sol entre el equinoccio de primavera, el 21 de marzo, y el 25 de abril, y del 13 de agosto al 22 de septiembre. Cosas del baile de los planetas. La travesía de los arriscados precipicios de Gaivoteira es el tramo más delicado del camino. Concluye en playa Nemiña, paradisiaco arenal que cierra la ría de Lires. Para continuar el camino hay que cruzar a la otra orilla. Si no se quiere dar un rodeo que añade tres kilómetros a la ruta, hay que esperar a la marea baja. 

Faro y playa de Lago.

Faro y playa de Lago.

/ Marga Estebaranz / Alfredo Merino

Más allá, los desolados playazos do Rostro y Arnela preceden la llegada a O Veladoiro. La bajada no menos fatigosa de la cima del Cabo da Nave llevan a la última de las playas, la de Mar de Fora. Al verse vecino de la localidad de Fisterra, el exhausto caminante cree cumplido su reto. Falsa percepción. Queda un último y extenuante tramo hasta lo alto del Monte do Facho. Las últimas flechas verdes acompañan la ascensión, hasta el lugar donde los celtas situaban su Ara Solis, el altar en el que adoraban al rey Sol. Unos cientos de metros más allá solo está el Finisterre. Aseguran Los Trasnos que en el Camino de los Faros cada paso descubre un panorama nuevo. Mientras recupera el resuello tras la alucinada travesía, al caminante le vienen a la memoria decenas de los lugares pasados: la enormidad que se extiende a los pies del Peñón de Soesto, el cabo Vilán y sus abruptos islotes, los salvajes arenales de Soesto, do Trece, Reira y Arnela, las dramáticas escolleras de Punta Boi... Paisajes paradójicos que se conservan en este fin del mundo igual de solitarios, inmutables y hermosos que cuando surgieron en el principio del mundo. 

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