Turismo de minas: 10 rincones subterráneos de España que te llevan a otro mundo

Qué necesidad hay de viajar a otros planetas cuando aquí mismo se puede pasar el día en lugares igual de extraordinarios: antiguas minas de oro, de mercurio... que, agotados sus filones, siguen atrayendo a multitudes.

Geoda gigante de Pulpí, Almería.
Geoda gigante de Pulpí, Almería. / Víctor Ferrer

Mina La Jayona, Badajoz

En el sur de Badajoz no hay muchas cosas, no, pero una sola hace frotarse los ojos a 20.000 personas todos los años. A 7,5 kilómetros de Fuente del Arco, en las primeras estribaciones de Sierra Morena, se encuentra La Jayona, una mina de hierro de principios del siglo XX donde unos pocos hombres —430, en el momento de mayor actividad— cavaron a pura mano kilómetros de galerías y salas tan gigantescas y deslumbrantes como la de las Columnas, de más de 100 metros de longitud y otros tantos de profundidad.

Mina La Jayona.

Mina La Jayona.

/ Andrés Campos

La mina se abandonó en 1921, pero el tiempo, que es un obrero infatigable, no ha parado hasta convertirla en monumento natural, uno de los cinco que hay en Extremadura. Fuera puede hacer más de 40 grados; dentro, en algunos puntos, el termómetro no sube de 10. Eso, más la humedad reinante, ha hecho que La Jayona se llene de helechos, plantas trepadoras, higueras y musgos, en claro contraste con la sedienta vegetación mediterránea del exterior. Se visita a las 10:00 y a las 12:00, siempre con guía y con reserva anticipada en su web. Y con jersey, claro.

Minas de oro de Rodalquilar, Almería

Desde 1509 se habían explotado minas en Rodalquilar (de alumbre, de plomo, de plata…), pero a finales del siglo XIX se descubrió oro y fue el acabose. La fiebre del oro llenó Rodalquilar de agujeros y de gente (en 1960 había 1.345 habitantes, ocho veces más que hoy). Hasta que en 1966 se agotaron los filones, se cerraron las minas y Rodalquilar quedó como lo vemos ahora: un alucinante valle de tierras rojas, sin un alma a la vista, casi como un pedazo de Marte, rodeado de las playas bellísimas y salvajes del parque natural Cabo de Gata-Níjar.

Minas de Rodalquilar, Almería.

Minas de Rodalquilar, Almería.

/ Andrés Campos

De aquellos tiempos en que se extraían cinco toneladas de oro al año han quedado las ruinas geométricas de las viviendas mineras, la planta Denver —con sus torres de trituración, cubetas y depósitos de ganga— y un paisaje más acribillado que el coche de Bonnie & Clyde. Todo se visita por libre, incluida la Casa de los Volcanes (Tel.: 670 34 15 64), centro de interpretación donde se explican las características geológicas del Cabo de Gata y la historia minera de Rodalquilar.

Minas de Almadén, Ciudad Real

La tercera parte de todo el mercurio consumido por la humanidad en 2.300 años salió de aquí. Pero el mercurio es veneno, su precio se derrumbó en el último tercio del siglo XX y las minas de Almadén cerraron en 2003. Ya no sale nada de ellas. Solo entra gente a curiosear.

Parque minero de Almadén, Ciudad Real.

Parque minero de Almadén, Ciudad Real.

/ Andrés Campos

Además de recorrer las galerías subterráneas en tren y con casco —algo que gusta mucho a quienes no tienen que hacerlo todos los días para ganarse el pan—, se pueden visitar, ya fuera de las minas, el Real Hospital de Mineros de San Rafael, de 1752, hoy un espléndido museo que alberga curiosidades como la vieja sala destinada a los trabajadores forzados, o un bolígrafo digital que permite experimentar, en mano propia, el tembleque de los afectados por el llamado mal del azogue. Muy cerca se alza la Plaza de Toros, también de 1752, extraño híbrido de coso taurino hexagonal y residencia de mineros que ahora es, rizando el rizo, un hotel tirando a fino.

Geoda Gigante de Pulpí, Almería

No es la Fortaleza de la Soledad, el refugio polar donde Superman vive rodeado de los cristales perfectos de Krypton. Es la Geoda Gigante de Pulpí, una sala de ocho metros de longitud por dos de altura, erizada de enormes bloques cristalinos de yeso, que se descubrió por casualidad en 1999 en el interior de la Mina Rica, una antigua explotación de hierro, plomo y plata del extremo oriental de Almería. Es la segunda mayor geoda del mundo, después de la de Naica (México), y la única que se puede visitar.

Geoda gigante de Pulpí, Almería

Geoda gigante de Pulpí, Almería.

/ Víctor Ferrer

Abierta al público en agosto de 2019, ha tenido tal éxito, que hay que reservar para verla con semanas de antelación (meses, si es en día festivo o fin de semana) y ha puesto a Pulpí, que era el rincón más apartado e ignorado de Almería, en el centro del mapa turístico de Andalucía, junto con la Alhambra y la Costa del Sol.

El Soplao, Cantabria

Descubierta a principios del siglo XX en el valle del Nansa, mientras se extraían la blenda y la galena (o sea, el zinc y el plomo) de las minas de La Florida, la cueva El Soplao debe su nombre al vientecillo que corre en su interior. Pero ni aunque allí dentro soplara un huracán se podrían explicar sus muchas helictitas: hilos de roca que crecen en horizontal, hacia arriba, en todas direcciones, siguiendo un misterioso patrón.

Cueva El Soplao, Cantabria.

Cueva El Soplao, Cantabria.

/ Andrés Campos

¿Cómo puede una gota de agua caer hacia arriba? Nadie lo sabe, ni los científicos. Desde que fue acondicionada para la visita en 2005, la cueva se ha convertido en uno de los mayores reclamos de Cantabria, con sus 14 kilómetros plagados de formaciones excéntricas o helictitas, cuya calidad, blancura y abundancia no tienen parangón. La visita básica, de una hora, incluye el acceso en tren minero y el recorrido a pie por las galerías de La Gorda, pródiga en helictitas, y de los Fantasmas, con estalactitas que parecen tales. Esta visita, la turística, es completamente accesible. También hay una ruta geológica-espeleológica (con casco, buzo y botas de agua) y, para los más intrépidos, una visita minera, que sigue una vía ferrata y atraviesa un lago subterráneo.

Riotinto, Huelva

Todos los que pasaron por Riotinto, desde los tartesios hasta los ingleses, arrancaron sus tesoros a estas tierras coloradas, dejando un paisaje descarnado, con cráteres de hasta 350 metros de profundidad, que no es que parezca Marte, es que es un calco. Por eso la NASA y la Agencia Espacial Europea vienen aquí a probar sus equipos. Y por eso una de las actividades más demandadas por cuantos visitan el Parque Minero de Riotinto es la experiencia Marte en la Tierra, en la que un tren neumático traslada a los viajeros hasta los enclaves favoritos de dichas agencias, como La Tierra Roja o El Gran Muro Negro, que confirman las similitudes con el planeta vecino.

Muelle del Tinto, Huelva.

Muelle del Tinto, Huelva.

/ Andrés Campos

Museos, ferrocarriles, cortas, casas victorianas… Hay que reservar el día entero para ver todo lo que se puede ver en Riotinto y estudiarse bien su web. Y antes o después, hay que acercarse a la capital onubense y pasear por muelle del Tinto, el espectacular mecano de hierro de 1.165 metros de longitud, construido en 1876 por el inglés George Barclay Bruce, donde descargaban los trenes procedentes de las minas.

Pozo Sotón, Asturias

No es cualquier tontería. Es un viaje de cinco horas a 556 metros de profundidad, con casco y todo el equipo (funda, guantes, autorrescatador, lámpara de seguridad…) por las galerías del Pozo Sotón, una monumental explotación de hulla entre El Entrego y Sotrondio, a 30 kilómetros de Oviedo, considerada la catedral de la minería española. La extracción cesó en 2014 y el pozo se abrió al público en 2015, así que se ve casi igual que el último día de trabajo: se pica carbón de verdad, se barrenan galerías y se viaja en trenes que, en ocasiones, circulan bajo montañas, a más de un kilómetro de la superficie. Hay una visita más corta, de solo dos horas.

Hay un museo interactivo con espacios dedicados a los mineros, al grisú, a los accidentes de trabajo, a la documentación histórica, a los economatos laborales y a la labor de la mujer minera. Y, para quien todo lo anterior le parece poco, o demasiado serio, hay una escape room en la que los jugadores (10 como máximo) se convierten en un relevo de mineros y tienen que resolver la misión para salir todos juntos, como buenos compañeros.

Las Médulas, León

Para comprobar lo listos (y lo bestias) que eran los romanos, hay que arrimarse al oeste de León, cerca del límite con Galicia. Allí, a 24 kilómetros de Ponferrada, se encuentran Las Médulas, un alucinante paraje de rojos picachos arcillosos, más propio de Marte que del Bierzo, resultado del expeditivo método empleado durante siglos por los romanos para extraer el oro, el ruina montium, consistente en hacer correr ríos de agua por el interior de las galerías hasta que el monte se derrumbaba. Esta ruina prodigiosa, recuerdo imborrable de la mayor mina a cielo abierto de la época romana, es Patrimonio de la Humanidad.

Las Médulas.

Las Médulas.

/ siete_vidas/iStock

En el mismo pueblo de Las Médulas se halla el Centro de Recepción de Visitantes, donde se inicia la senda de las Valiñas, de algo más de tres kilómetros y dos horas de duración, que recorre los puntos de mayor interés del lugar, como son las galerías de explotación de La Cuevona y La Cueva Encantada. Aunque se puede hacer por libre, merece la pena pagar los siete euros que cuesta la visita guiada al paraje y al aula arqueológica.

Cuencas Mineras, Teruel

Plan de viaje por la comarca de las Cuencas Mineras, en el norte de Teruel. Primera parada, en el Museo Minero de Escucha, para visitar un tajo natural de carbón: la antigua mina Se Verá, en activo hasta 1968. Equipados como auténticos mineros (con casco, frontal y autorrescatador para poder inhalar oxígeno en caso de incendio o acumulación de gas), bajaremos en carros que se deslizan por una pendiente del 33 % hasta una profundidad de 200 metros, donde nos espera un recorrido de un hora por galerías claustrofóbicas, algunas de ellas entibadas a la vieja usanza, con troncos.

Castillete de San Juan, en Andorra, Teruel.

Castillete de San Juan, en Andorra, Teruel.

/ Andrés Campos

Segunda parada, en la vecina localidad de Utrillas, cuyo pozo más emblemático, el de Santa Bárbara, ha sido rehabilitado como Parque Temático de la Minería. Además de numerosas instalaciones (castillete, caldera, sala de máquinas, polvorín, vestuario, lampistería…), se ha recuperado el ferrocarril minero, un trenecito como de juguete, tirado por la centenaria locomotora de vapor Hulla. Última parada, en Andorra (la de Teruel, no la del Pirineo), para admirar el castillete del pozo de San Juan, un coloso de 45 metros de altura, con poleas de 4,5 metros de diámetro, que es la Torre Eiffel de la comarca. Preside el museo minero MWINAS. 

La famosa mina Agrupa Vicenta permanece cerrada desde la pandemia, pero algún día reabrirá y los visitantes volverán a asomarse a una de las explotaciones históricas más impresionantes y singulares de Europa, con sus bóvedas de más de ocho metros de altura, sus gigantescas galerías, sus extraordinarios pilares y su lago subterráneo de aguas rojizas por efecto de la pirita.

Mientras llega ese día, nos conformaremos con ver por fuera el resto de instalaciones del Parque Minero, el cual muestra las cicatrices de 2.000 años de minería en la Sierra de Cartagena-La Unión: hornos de tostación, polvorines, un filón de estaño, un lavadero de mineral, una balsa de lodos… Además de lo anterior, que no es poco, visitaremos el Museo Minero de La Unión (mañanas de miércoles a domingo, de 10:00 a 13:30) y haremos senderismo por el Camino del 33, la antigua vía de acceso a las explotaciones mineras que atraviesa la sierra y que une La Unión con Portmán y el mar Mediterráneo. 

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